- “No tendrás nada y serás más feliz (que una perdiz)”, decía el eslogan totalitario, de lobotomía política, que profetizaban sus predicadores
Esta Semana Santa hemos demostrado que somos los de siempre. Tras la pandemia no se ha caído el libre mercado, ni muerto la democracia liberal, ni nos hemos puesto de rodillas suplicando a papá Estado que tome todo lo nuestro para repartir la riqueza y el trabajo según el mesiánico gobierno izquierdista de turno.
Nada más estallar la pandemia muchos “progresistas” se pusieron a escribir sobre el apocalipsis del capitalismo liberal. Volvieron los profetas en su balcón sus marxismos a colgar. Todo demostraba según ellos que el neoliberalismo globalista y patriarcal, asesino del Planeta, estaba ajustando cuentas con el ser humano.
La Naturaleza -con mayúscula y femenina- nos había lanzado uno de sus virus para ajustar las cuentas, porque entonces se creía que un ciudadano chino se había comido un pangolín que se zampó un murciélago. Era un grito de desesperación: el Planeta no aguantaba ni un minuto más sin una planificación estatal.
Los profetas de la izquierda hicieron su agosto. Cuántas tribunas, reportajes y ensayos insistiendo en el fin de los tiempos capitalistas. A esto se sumaron innumerables conferencias y tertulias en las que se oía aquello tan merecedor de lápida como el “Ya lo decía yo”. ¿La solución? Parece mentira que no lo adivine. Eso es: más Estado y más ingeniería de almas para salvarnos a todos de nosotros mismos.
Lo llamaron “nueva normalidad”, sería «Un mundo feliz» a lo Aldous Huxley, porque ese nuevo Planeta -sí, la Tierra- aplicaría la Agenda 2030 y la España 2050
Los mesías de la política abarrotaron la prensa de izquierdas. Keynes era más necesario que nunca, al igual que nacionalizar toda la producción y arrebatar la fortuna a los ricos. Solamente una gran planificación progresista, ecosostenible y feminista pondría las bases de un nuevo orden mundial, de un Gran Hermano estatal que nos protegería de la cuna a la tumba.
Aquella pandemia terminaría dejando como cadáver significativo al mundo neoliberal. Era la crisis que nos mostraría que el sentido de la Historia era el logro de un Estado basado en la justicia social y en el decálogo moral progre. Lo llamaron “nueva normalidad”, sería «Un mundo feliz» a lo Aldous Huxley, porque ese nuevo Planeta -sí, la Tierra- aplicaría la Agenda 2030 y la España 2050, aquella con la que fantaseó Pedro Sánchez un día en el Falcon.
“No tendrás nada y serás más feliz (que una perdiz)”, decía el eslogan totalitario, de lobotomía política, que profetizaban sus predicadores. Porque la nueva normalidad tenía su clero civil, que diría Raymond Aron, sus propagandistas proféticos y áulicos que con una indudable soberbia escribían sobre el fin de la Historia. Había llegado su momento, la demostración de que por fin, esta vez sí, el capitalismo neoliberal había fracasado.
Esta semana que empieza el mismo Gobierno que dictó una política sanitaria sin comisión de expertos, que mantuvo al frente a un tal Fernando Simón que colaboró como nadie en el desastre mortuorio, que gastó millones de euros en material defectuoso, que llevó a cabo un falso Estado de alarma para legislar por decreto y sin control, ese mismo Ejecutivo nos va a quitar las mascarillas.
Es inolvidable que el tal Simón, que se reía en las ruedas de prensa, dijo, ante el asombro del mundo médico, que no hacían falta las mascarillas. Luego, en mayo de 2020, confesó que dijo aquello porque no se podían comprar. Y siguió riendo ante los periodistas, a pesar de los más de cien mil muertos.
Seguimos teniendo a este Gobierno fuera de toda lógica, compuesto por ideólogos y propagandistas, inexpertos y torpes, abrazados a fórmulas políticas y económicas fracasadas y desfasadas
Entre unos y otros, los profetas del apocalipsis neoliberal y los negligentes estultos, han pasado dos años. No hay ninguna “nueva normalidad” porque la situación es igual a la que existía en la vieja normalidad, antes de marzo de 2020. Seguimos teniendo a este Gobierno fuera de toda lógica, compuesto por ideólogos y propagandistas, inexpertos y torpes, abrazados a fórmulas políticas y económicas fracasadas y desfasadas. La gente pide una bajada de impuestos, pero estos mesías, obcecados en su dogma, se empeñan en quitarnos los recursos para devolvernos menos y a su gusto.
No ha habido “nueva normalidad” en ningún sitio. Tampoco aquí. Ante la evidencia, los apocalípticos del progresismo están descolocados. El sistema económico sigue igual, pero en crisis, la democracia es la misma, pero con los socialdemócratas en retroceso en toda Europa. Se equivocaron o, lo más probable, quisieron aprovechar la desgracia, el miedo y la muerte para derribar lo existente y llegar a su paraíso intervencionista. Ahora que todo sigue igual, no encontrarán ustedes ni una disculpa ni una rectificación. Su soberbia se lo impide.