RAÚL DEL POZO-EL MUNDO
La Restauración empezó con el pronunciamiento del general Martínez Campos y la vuelta de los Borbones ideada por Cánovas del Castillo. Duró hasta la Segunda República. Según los indignados, la Segunda Restauración se inició con Franco y acabó con la abdicación silenciosa de Juan Carlos I. Ahora estaríamos en la Tercera Restauración, la de Felipe VI.
Estas semanas recuerdan a las del 31, cuando se pensaba que si algún día volvían los Borbones tendrían que alojarse en el Ritz o en la Posada del Peine. Como contó Pla, la Monarquía fue arrinconada como un trasto viejo, inútil y acabado, pero «si la República es catalana, como tiene el aire de ser, se hundirá fatalmente». A los reyes se les echa y vuelven entre repúblicas fallidas y catalanas, y siempre pasa igual, la gente no está preparada para el advenimiento. Hay que cambiar el nombre de los hoteles y de los hospitales, aprenderse himnos nuevos y cambiar las banderas de los balcones.
Ahora, el enredo institucional se resume así: o Tercera Restauración o Tercera República. Los del 15-M, que exigieron la caída del régimen de 1978 –según ellos, una Monarquía de cortesanos ladrones–, se convirtieron en Podemos y proponen un nuevo proceso constituyente junto a los partidos separatistas. El Parlament de Cataluña y el Ayuntamiento de Barcelona han exigido la abolición de la Monarquía. Alberto Garzón anuncia la presentación de una moción de IU en más de 1.000 ayuntamientos para reprobar a la Corona, exigir un referéndum sobre la Monarquía y la investigación de los posibles delitos fiscales del ciudadano Juan Carlos I.
Los constitucionalistas necesitan un hombre o una mujer de Estado capaz de idear una nueva Restauración: alguien que esté por encima de sus siglas, que cumpla y haga cumplir la Constitución, un estadista de virtudes magníficas que piense más allá de las encuestas y las elecciones y que evite un nuevo zafarrancho cantonalista. Pero ya no nacen estadistas. Ni en Europa ni en Málaga. El otro día, el aparato de Génova aclamó a Pablo Casado como el nuevo Cánovas: habló 25 minutos sin papeles en el Congreso.
No hay unanimidad en el juicio sobre aquel fino político del turnismo constitucional. Era un gran orador, tenía un biblioteca de 30.00 volúmenes. Le acusaron de haber protagonizado los «años bobos», le llamaron el «gran empresario de la fantasmagoría». «No hay en la tierra un bicho más infame que Cánovas», dijo Valera. Lo mató un anarquista en una balneario mientras leía el periódico. A pesar de todo, Cánovas era un estadista, y también lo era Sagasta. Me temo que ante la Tercera Restauración, ni Casado es Cánovas ni Sánchez, Sagasta.