Eduardo Uriarte, 1/8/12
Quizás estemos delante del fin de una época, no por el fin de ETA, que es una menudencia, sino porque podemos estar delante del fin del marco político que se pactó tras la muerte del dictador. Suele pasar, tanto en la guerra como en la política, que los interesados en que algo no ocurra se nieguen a aceptarlo. Cuando en una campaña anterior a Pizarro se le ocurrió decir que venía la crisis, y Solves lo negó, le creímos a Solves porque era mejor negarla. Nos quedamos con la desaceleración y luego con los brotes verdes… Así hasta hoy, en el que han perdido la confianza esos “malditos mercados”, pues cada vez que se toman medidas salta otro escándalo, como que el déficit era mayor que el declarado, el agujero de Bankia, la bancarrota de algunas comunidades, el incumplimiento actual del déficit, la falta de acuerdo en el Consejo de Finanzas, los numeritos de la Generalitat de CiU, la espantá de la consejera andaluza, etc. etc..
Es cierto que a la crisis hay que responder con decisiones políticas, pero desde el día en que nuestro sistema político decidió asesinar a Montesquieu, en la falsaria idea de reforzar el sistema cuando lo que se reforzaba era a los grandes partidos, se dilapidó la iniciativa política que surge del control, de la crítica y la reflexión. Todo empezó a resultarle a las jerarquías de los partidos importantes demasiado fácil. Pero la consecuencia fue que no sólo los contrapoderes fueron incapaces de detectar y llegar a tener conciencia de los problemas, el resto de los instrumentos, el Banco de España, Hacienda, el poder mediático, tan íntimamente allegado al político, la banca, el empresariado, carente de crítica y decisión política el sistema, se refugiaron en negar lo innegable y en esperar un milagro. Y así nuestro sistema, que funcionó mientras hubo recursos y crédito con el que endeudarse, y el electorado feliz porque votaba sobre realizaciones (que hoy no se pueden sostener), se cabrea ante los recortes y la sinvergüencería de las élites, y se transmuta de acomodaticio electorado en masa rebelada.
Es muy probable que esto se caiga. Pues cayó la organización política surgida en Italia tras la guerra con el Pacto Histórico, su actual primer ministro tiene mucho de impuesto desde fuera. En Grecia el PASOC, ¡quién nos lo iba a decir!, después de haber apostado por una cierta rebeldía tiene que pactar finalmente con la derecha, que resiste mejor, es normal, las medidas de recorte. Aquí ni El PSOE, ni el PP, ni los sindicatos principales, aquellos del Pacto de la Moncloa, son conscientes de la gravedad de la situación, mantienen las tácticas de acoso empleadas en el reciente pasado para alcanzar el poder que a lo único que nos conduce es a un mayor agujero, y con él al final de un sistema que ellos inauguraron. En el actual clima, con una prensa en general agitativa, el PSOE y los sindicatos históricos llamando a la calle, acabarán por verse desbordados. Será el momento de UPyD, de IU, de los nacionalismos radicales, especialmente Bildu, y del sindicalismo radical. Esto se desmorona si no se es consciente de la situación tan grave y no se renuncia a la dialéctica agitativa y demagógica. O el PSOE acaba como el PASOC pactando con la derecha, o entraremos en algo totalmente nuevo. Más vale que lo haga antes de llegar a la debilidad de su homónimo griego.
Pues el socialismo español, mucho más alejado de la política (la esencia sindicalista le pesa demasiado) que sus compañeros europeos, corre el riesgo en su actitud defensiva, que recuerda mucho a la de los ludistas británicos ante un cambio que no entiende, a ceder la política a la derecha y convertirse en un partido testimonial encargado de orientar a su electorado hacia formulas no democráticas, revolucionarias si cabe, de acción. Resuciten de nuevo a Montesquieu, sería el principio de la vuelta hacia la democracia, y vuelvan a la política, pacten de nuevo, o pasaremos de ustedes.
Eduardo Uriarte, 1/8/12