Miquel Giménez-Vozpópuli
Josep Sánchez Llibre, presidente de Fomento del Trabajo, sostiene que los empresarios catalanes jamás fueron cobardes ante el proceso separatista. “Niego la mayor”, ha dicho. Madre mía.
En Cataluña las cosas no hubieran llegado tan lejos sin el concurso de muchos. Socialistas, comunistas, sindicatos, profesores y catedráticos, periodistas, todos ellos son reos de lesa complicidad, de cobardía, de miedo y de cerrar los ojos a cambio, en no pocos casos, de suculentas bicocas. Lo triste es que muchas de estas personas que contribuyeron por acción u omisión a darle al procés una pátina cargada de razón ni siquiera lo hicieron por lucro: fue seguir la corriente.
Dentro de la colosal trama de asentimientos, sin embargo, existe un grupo determinante, porque hubiera bastado una sola palabra por parte de quienes lo integran para que todo se hubiera parado en seco. Me refiero a los empresarios. A esos empresarios a los que Pujol, primero, y Mas, después, mimaban. No en vano este último hablaba de sus gobiernos como business friendly. Añadamos que la clase empresarial se sentía muy cómoda con el pujolismo, a pesar de las sevicias que suponían esas supuestas mordidas que supuestamente se pagaban en una no menos supuesta Andorra. Porque, lo repetimos una vez más, Convergencia ha sido sempre de derechas, muy de derechas, radicalmente de derechas y eso gustaba a los capitanes de empresa catalanes. Ojo, y a los del resto de España, que le hacían la pelota a Pujol al considerarlo el único capaz de plantarles cara a los socialistas. Lean el ABC de la década de los ochenta y noventa del siglo pasado. Incluso alguien tan poco sospechoso como mi admirado don José María Carrascal hablaba de “catalanizar España” en elogio a Pujol y su Seny.
Sánchez Llibre estaba en primerísima fila de la política catalana como importante miembro de Unió Democràtica y tengo por cierto que no puedo explicarle nada que él ya no sepa, así que ¿por qué dice lo que dice? ¿A quien beneficia que asegure que las empresas que se marcharon de Cataluña van a volver, salvo los bancos? ¿No se da cuenta que las cuatro mil sociedades que se marcharon hablan claramente de miedo, de pánico? ¿Quiere decirnos el presidente de Foment que el empresariado catalán ha sido un bastión inexpugnable frente a la locura iniciada por Convergencia que nos ha llevado hasta esta tristísima situación de crisis, parálisis y enfrentamiento?
El empresariado catalán, básicamente cortoplacista, ha dependido siempre en exceso del despacho oficial, del permiso, de la licencia de obras, del contrato de servicios, y eso acaba por pasar factura
Y, cuidado, líbreme Dios de criticar a quienes, con buen juicio, decidieron emigrar a otros pagos al ver el riesgo que suponía una república aislada, pequeña, fuera de la UE y en manos de unos orates incapaces de atarse los cordones de los zapatos. Los particulares que, sin tener empresa, cambiaron sus depósitos bancarios a otras entidades o a través de cuentas espejo entrarían en la misma categoría. Ahora bien, comprenderlo no supone atribuirlo a heroísmo ni mérito alguno. El empresariado catalán, básicamente cortoplacista, ha dependido siempre en exceso del despacho oficial, del permiso, de la licencia de obras, del contrato de servicios, y eso acaba por pasar factura. Me refiero a todo tipo de facturas, si ustedes quieren entenderme. No es que hayan sido cobardes, que lo fueron, es que tampoco les quedaba otra que callar ante un poder político totalmente corrupto con vocación totalitaria que aherrojaba cualquier voz discrepante.
Dejen que les relate una anécdota para ilustrar el final de esta pieza. Un hombre vuelve de la guerra. Ha luchado en el bando de Franco. Al llegar a su casa se encuentra con su criada de toda la vida, la misma que, presionada por los milicianos, le denunció, con lo que el hombre tuvo que vivir clandestinamente hasta poder pasarse al otro bando. Cuando un amigo vio que volvía a emplearla se mostró indignado, a lo que el protagonista de esta historia le replicó: “Comprenderás que por veinte pesetas al mes yo no pretendo tener en mi casa al general Moscardó, así que entiendo que, a la primera paliza, la pobre confesara todo lo que sabía”.
No, no fueron valientes ni siquiera inteligentes, porque la libre empresa no puede ni debe acomodarse al molde político, debiéndose solo al del mercado.
No sé si me explico, don Josep.