«Venceréis, pero no convenceréis», espetó don Miguel de Unamuno en 1936. Ahora, todos dicen querer negociar. Pero no nos confundamos, como don Miguel. Ni les preocupa negociar ni quieren convencer. No existe encaje definitivo de Euskadi en España con estos negociadores, porque su lógica es la de vencer para convencernos, si se da el caso, después.
Es posible que don Miguel de Unamuno se quedara satisfecho cuando en 1936, en plena guerra civil, espetó en el paraninfo de la Universidad de Salamanca a las autoridades del nuevo régimen alzado aquello de «venceréis, pero no convenceréis», que estuvo a punto de costarle un pistoletazo de Millán Astray. Pero poco les importaba a los jerifaltes del Movimiento Nacional convencer; ni siquiera entraba en sus preocupaciones. Ya se encargaría la represión y sus secuelas de hacer adeptos a los que no lo eran y que muchos vencidos no tuvieran más remedio que, en silencio, acatar el nuevo orden. Lo que no quiere decir que su cínico aparato de propaganda, que pronto aprendió de las técnicas de Goebbels, intentara apuntalar la dictadura con la mentira. Pero lo fundamental para hacer adeptos era el miedo que creó una larga guerra y una larga represión con muchos vencidos. Se equivocó don Miguel, aunque se quedara muy satisfecho.
Cabe la posibilidad de que en la actualidad existan opciones políticas para las que lo de menos sea convencer; existen otros mecanismos para concitar voluntades. Ibarretxe, tras el encuentro de Zapatero y Rajoy, quiere, ahora, negociar. Antes, durante estos dos años que ha durado el debate de su plan en Euskadi, hasta acabar en el Parlamento vasco, no; porque la negociación que pretende debe ser de Estado a Estado o, en su defecto, hay que contraponer la voluntad de la sociedad vasca a la del PSOE y PP. Antes, para poder convertirse en representante de su sociedad vasca debía rechazar cualquier acuerdo con los representantes vascos del PP y PSE, a los que apartaba de la sociedad vasca. Sin embargo, ésta emergía cuando en el Parlamento vasco se aprobaba su plan con la aquiescencia de Ternera y la mitad de los votos imprescindibles de Batasuna. Surgía la voluntad vasca dejando fuera de ella, de manera premeditada, a socialistas y populares.
Estos ladinos procedimientos que acaban con la aprobación en la Cámara vasca de su propuesta le permiten a Ibarretxe legitimarla aparentemente, que es lo que importa, incluso que se le conceda la vitola de demócrata; pero lo que en realidad está haciendo es sustituir la voluntad de la ciudadanía por la de la comunidad nacionalista. Frente a esto queda el recuerdo del esfuerzo de consenso realizado en 1978 cuando, tras largas sesiones negociadoras no exentas de tensión, se consiguió el apoyo al proyecto de Estatuto de todos los partidos (incluso de extraparlamentarios como ORT y el PTE), con tan solo la excepción de HB. Y desde el consenso en Euskadi y en las Cortes Generales se pudo llevar adelante el procedimiento plebiscitario para la ratificación del Estatuto, que era democrático desde sus orígenes porque no fue ni unilateral ni ilegal, condiciones previas para que sea democrático.
Por el contrario, el actual plan aprobado carece de esas condiciones, y, sin embargo, llega a ser presentado ante el Congreso de los Diputados -cuando no es sólo una reforma estatutaria sino mucho más, una profunda y sustancial reforma constitucional- aun a sabiendas de que va a ser derrotado. Desde una lógica coherente con los procedimientos democráticos, presentar una propuesta de tal calibre para su derrota constituiría una aberración. Lo es, pero eso al nacionalismo vasco es lo que menos le importa. Lo que le importa es escenificar la soberanía, negociando de Estado a Estado, aunque se pierda, pero dejando el hito de este conflicto para la posterior capitalización de la derrota parlamentaria mediante la propaganda victimista que seguirá para movilizar a su gente. Y así, bajo el estandarte del diálogo, de la voluntad de los vascos, continuar un proceso que se inició en el Pacto de Estella y que no acabará ni siquiera con un referéndum para testar la voluntad de los vascos y vascas de la comunidad nacionalista.
Batasuna, ahora, también quiere negociar. ETA también quiere negociar. Les aprieta que no se puedan presentar en las próximas elecciones. Y la mejor manera de demostrarlo es poner cuarenta kilos de explosivo en Neguri, siguiendo su habitual procedimiento de negociación, y pidiendo la «desmilitarización multilateral del conflicto», como si esto fuera el Ulster con las milicias armadas unionistas replicando a la violencia del IRA y el ejército británico patrullando por las calles.
Todos dicen querer negociar, pero que no se confundan algunos, como don Miguel entonces. Ni les preocupa negociar ni quieren convencer. No existe encaje definitivo de Euskadi en España con estos negociadores abanderados del diálogo, porque la lógica dominante es la de vencer para convencer, si se da el caso, después. Ya nos darán convencimiento.
Eduardo Uriarte Romero, EL PAÍS/PAÍS VASCO, 27/1/2005