- La desidia de PP y de PSOE en el País Vasco ha permitido que el nacionalismo consolide sus posiciones en el Gobierno autonómico, en los Ayuntamientos y las Diputaciones.
Que los dos partidos mayoritarios del País Vasco, PNV y EH Bildu, hayan conseguido cada uno 27 parlamentarios en las recientes elecciones autonómicas de esa comunidad, 54 en total, para una cámara de 75 puestos, es decir, el 72% de los escaños, ha levantado algunas alarmas sobre el dominio abrumador que el nacionalismo está consolidando frente a las otras opciones políticas vascas.
Pero lo peor no es la subida conjunta, que sólo ha pasado de 52 a 54 escaños, aunque marca una tendencia ascendente sostenida.
Lo peor, sin duda, es la escalada de EH Bildu, una coalición donde están quienes justificaron, cuando no organizaron, el terrorismo de ETA, y que ha conseguido empatar en escaños al partido institucional vasco por antonomasia, el PNV.
¿Podemos decir que el País Vasco, por todo eso, se está desconectando progresivamente del resto de España?
La intención del nacionalismo es esa. En teoría, porque en la práctica continua con el chantaje permanente al Estado, que tan óptimos frutos le ha dado siempre.
Los datos sociológicos indican que la sociedad vasca es profundamente mestiza y la marca que hasta ahora se consideraba de privilegio, los apellidos, corresponde a personas que no alcanzan ni la mitad de la población. Los que tienen los dos primeros apellidos eusquéricos no llegan ni al 20%.
«La vasca es una sociedad envejecida, con cada vez más jubilados y cuyas pensiones son las más altas del Estado. ¿Cómo se satisfaría ese gasto si no hubiera caja común?»
Esto explica que el PNV haya tenido que recurrir a un Pradales Gil, de origen burgalés. Porque los maketos como él, a quienes el fundador del nacionalismo fustigó sin piedad, son hoy los más apasionados nacionalistas. Algo verdaderamente digno de estudio y que tiene que ver, como voy a explicar, sobre todo con la economía.
Porque las ideas o la cultura, en manos del nacionalismo, se convierten en algo inconsistente e infantiloide. Empezando por el uso interesado, meramente simbólico y superficial que ellos mismos hacen del euskera.
El nacionalismo vasco vive estupendamente bien amenazando al Estado con la independencia, mientras que ese Estado le proporciona estabilidad económica.
Pero la vasca es una sociedad envejecida, con cada vez más jubilados y cuyas pensiones son las más altas del Estado. ¿Cómo se satisfaría ese gasto si no hubiera caja común?
Y si las multinacionales Iberdrola, Petronor (filial de Repsol) y BBVA decidieran cambiar su sede y dejar de aportar impuestos a la hacienda foral, en este caso la vizcaína, ¿cómo se compensaría el quebranto?
Estos interrogantes enfrían los ánimos de cualquier independentista con un poco de cabeza. Y qué decir del cupo, que hasta ahora se ha venido calculando de una manera opaca y que, si se actualizara de modo transparente, a lo mejor no sería un mecanismo tan envidiable como suponen ahora los catalanes.
En este punto hay que decir una vez más que el concierto económico que regula el sistema impositivo vasco no fue un logro de los nacionalistas, que entonces ni existían.
El concierto se estipuló así desde el liberalismo, tanto el madrileño como el de cada una de las tres provincias vascongadas, en 1878. Y se estipuló así dado que las tres diputaciones forales (liberales todas) habían tenido una época dorada durante las décadas centrales del siglo XIX que les había llevado a desarrollar una administración bien enraizada y eficaz en cada una de sus provincias. Algo que Cánovas vio desde el principio. Y por eso les ofreció esa salida conciliadora tras la última guerra carlista.
El Estado español actual ejerce también en exclusiva la competencia de Justicia en el País Vasco, cuyos órganos dependen jerárquicamente del Tribunal Supremo y del Constitucional, para apelaciones y recursos.
«El mayor problema que tenemos es que los poderes centrales, lo que podríamos llamar ‘las élites de Madrid’, le han comprado al nacionalismo su visión de la historia vasca»
Que uno de los tres poderes del Estado esté centralizado y jerarquizado no es algo baladí en este tema y explica muchos de los arrebatos del nacionalismo vasco, ya que ve cómo, por muchas competencias que acapare, la de la Justicia es inalcanzable.
El nacionalismo es una ideología paradójica porque, contra lo que pueda parecer, es profundamente ahistórica y, además, tergiversadora, caprichosa y sobre todo ventajista.
El mayor problema que tenemos aquí es que los poderes centrales, lo que podríamos llamar «las élites de Madrid», le han comprado al nacionalismo su visión de la historia vasca, que resulta ser una sarta de arbitrariedades y manipulaciones difícilmente superable. Es lo que Alfonso Otazu llamaba «una historia para débiles mentales».
¿Cómo es posible que a alguien le quepa en la cabeza que el País Vasco era independiente hasta 1839, como sostiene el nacionalismo? ¿O que al próximo lehendakari vasco, Imanol Pradales, no le afecte lo más mínimo lo que decía Sabino Arana, el fundador de su partido, sobre los inmigrantes como él y su familia?
Para empezar, a Sabina ni se le lee. Y los que alguna vez lo hacen, luego dicen que hay que contextualizarlo. Pero es que en aquella época, sólo Sabino Arana y sus seguidores decían en Bilbao burradas semejantes.
Desde Madrid también se tiene asumido que la representación genuina del País Vasco es la nacionalista y que la interpretación de la historia vasca que hacen los nacionalistas, junto con la inestimable colaboración de los socialistas, es la única aceptable.
Estas concesiones le dan una legitimación política colosal al nacionalismo.
Todo lo que pasa últimamente en el País Vasco, desde que acabó ETA para acá, roza lo delirante. Tras acabar con el terrorismo, el Estado decidió que cada cual se las apañara como pudiera.
Y desde entonces, por simple inercia, el predominio político y social que el terrorismo otorgó a todo el nacionalismo se ha mantenido, mientras que los no nacionalistas han continuado su galopante caída en la insignificancia a la que se vieron condenados cuando vivían acobardados, semiocultos y clandestinos.
Son como un enfermo a quien se le ha extirpado el cáncer (léase ETA) pero al que luego se deja tirado y sin posoperatorio.
No hay más que ver las sedes de los partidos nacionalistas: relucientes, bien situadas, ostentosas de modernidad, atractivas.
Y luego las no nacionalistas: medio escondidas, cutres, con las persianas echadas la mayor parte del tiempo y pintarrajeadas.
Con una mínima parte de los recursos que el Estado empleó en acabar con ETA, esos partidos no nacionalistas se podrían poner en pocos años al nivel del nacionalismo. Pero la desidia de Madrid ha permitido que el nacionalismo vasco consolide sus posiciones en los Ayuntamientos y las Diputaciones.
Pradales y Otxandiano tienen un ejército detrás de cargos medios, asesores y gente de a pie que pululan por todas las administraciones al calor de la nómina del partido, de la subvención o de la asesoría. El PSE, por su parte, sobrevive enganchado al PNV, lo cual le permite dar sueldos a cargos y asesores.
El que peor parado ha salido, con diferencia, es el PP vasco. Un PP vasco al que, como su Génova no insufle de recursos por vía de urgencia, seguirá así, como lo estamos viendo, agonizante y a la vez proclamando que está en la senda de la remontada.
Como decían la noche electoral.
*** Pedro Chacón es profesor de Historia del Pensamiento Político en la UPV/EHU.