ABC-ISABEL SAN SEBASTIÁN

Sánchez ofrece mansamente la mejilla presidenciable para que los independentistas crecidos se harten de abofetearla

CON la «elegancia» que le caracteriza y refleja a la perfección su apellido, Gabriel Rufián ha dicho una verdad como un templo: «A un Sánchez débil y derrotado se le puede obligar a sentarse a una mesa y dialogar». La premisa que sostiene esta afirmación es innegable. Tanto, que tras las elecciones en las que el PSOE perdió tres escaños en el Congreso y la mayoría absoluta en el Senado su candidato tardó veinticuatro horas en abrazarse literalmente al líder podemita cuyo extremismo le quitaba el sueño dos semanas antes. Ni siquiera se molestó en disimular. Sonado por esa paliza electoral, se avino a componer un gobierno de coalición con representantes de un partido en quienes, según sus propias palabras, no se podía confiar, supeditando de ese modo el interés y la seguridad de los españoles a su propio apetito de poder. ¿Cómo reprochar a Rufián que saque su pecho de pavo real al referirse a esa baza servida en bandeja de plata?

Ha sido Sánchez quien ha cerrado la puerta a cualquier posible pacto ajeno a «rufianes», eligiendo por compañero de viaje a Podemos antes incluso de que el Rey iniciara el trámite constitucional pertinente. Él ha abortado de ese modo un eventual acercamiento del PSOE a fuerzas como el PP o Ciudadanos, inequívocamente leales a la Constitución. Él y solo él es responsable de poner un arma de tan grueso calibre político en manos de los independentistas catalanes y vascos, al otorgarles en exclusiva la capacidad de decidir si su investidura sale o no sale adelante. ¿Qué esperaba, que se la regalaran por su cara bonita? ¿Que le hicieran presidente por ser la encarnación misma del «progresismo»? ¿Nadie a su alrededor le advirtió de que el precio exigido por semejantes aliados sería sencillamente impagable, a la corta o a la larga? Lo cierto es que la situación se le ha ido de las manos y cada día le trae una nueva humillación, pese a lo cual él sigue ofreciendo mansamente la mejilla presidenciable para que los independentistas crecidos se harten de abofetearla

Sostienen los más voluntaristas que ERC no es tan radical como parece; que está actuando de cara a su galería, con vistas a las elecciones autonómicas catalanas, aunque su deseo último sea aceptar unas condiciones compatibles con el marco constitucional vigente. La misma condición presuntamente posibilista se atribuye desde hace lustros al PNV, pese a sus denodados esfuerzos por demostrar lo contrario con gestos tan elocuentes como exigir, junto a la marca local de Podemos, un nuevo estatuto que reconozca a los vascos el derecho de autodeterminación y garantice una relación bilateral entre el País Vasco y España, como si se tratara de dos estados diferentes. En realidad, tanto ERC como el PNV son y siempre han sido partidos separatistas, al igual que Bildu o las CUP. Al menos no han mentido respecto de sus intenciones. Cosa distinta es que haya quien se haya querido engañar, con tal de justificar lo injustificable. Los socios de cuyo pulgar depende la presidencia de Sánchez están en la voladura de la Carta Magna y de la Nación española. En el respaldo expreso del intento de sedición perpetrado por Junqueras y compañía. En el chantaje permanente a España. Esas son las fuerzas a las que el candidato socialista ha ligado su futuro y el del PSOE. Como bien ha recordado Rufián, «ERC pone y quita gobiernos» cuando quien aspira a presidirlo anda tan sobrado de ambición como escaso de dignidad y sentido de la responsabilidad.