IGNACIO CAMACHO-ABC

  • En Algeciras han fallado mecanismos de vigilancia. En la tardanza de la expulsión y en la detección de la amenaza

Se puede ser yihadista y estar perturbado; de hecho, hay que estar bastante perturbado para ser yihadista. Pero cuando ambas condiciones se juntan, las consecuencias pertenecen más al ámbito del terrorismo que al de la psicología, como es el caso del asesino de Algeciras. La reacción cautelosa de las autoridades es elogiable por lo que tiene de intento de evitar conclusiones precipitadas y una alarma social excesiva, aunque objetivamente se trata de un acto terrorista. Y a tal efecto da igual si el autor es un orate con la cabeza trastornada o un taimado «lobo solitario» de concienzuda radicalización religiosa y política; hay un claro componente de motivación fanática en la elección de sus víctimas, un sacristán y un cura que oficiaba misa. Encima, como inmigrante irregular estaba pendiente de un proceso de expulsión cuyas dilaciones dejan a la Policía y a la justicia en situación comprometida.

A partir de ahí, es inevitable que ciertos actores políticos o segmentos de opinión pública proclives a la hipérbole y el aspaviento utilicen los hechos como pretexto para confirmar sus propios sesgos. El fenómeno de estigmatización generalizada e interesada de colectivos enteros sucede con los atentados islamistas… o con los crímenes de género. Sabemos que el sectarismo ideológico al uso convierte a todos los hombres en violadores potenciales y a todos los musulmanes en violentos, pero ni las agresiones machistas deben minimizarse por desafiar las premisas del pensamiento correcto ni los ataques integristas por miedo a reforzar los discursos extremos. En ese sentido tanto Sánchez como Feijóo, o quienes escriban sus comunicados, cayeron el miércoles en idéntico error de enfoque al envolver el asesinato del sacristán algecireño en el suave celofán eufemístico de un simple «fallecimiento». La prudencia es una virtud que deja de serlo cuando confunde los conceptos.

Hay en la esfera pública un temor razonable a que el terror fundamentalista sirva para agitar pulsiones xenófobas que llevan tiempo sacudiendo el delicado equilibrio de la tensión migratoria, quizá el mayor problema estructural, de fondo, que afronta Europa. Sin embargo, la relativa disminución de los atentados en los últimos tiempos puede conducir a una relajación peligrosa de la alerta con previsibles repercusiones catastróficas. La existencia de una amenaza no ya creíble sino cierta y patente no cabe bajo las alfombras de una mentalidad cómoda. Y separar el grano de la paja es perfectamente posible sin caer en la intolerancia; sólo hace falta que la ley y las instituciones encargadas de aplicarla funcionen con la diligencia necesaria. A juzgar por los primeros indicios, eso no ocurrió con el homicida salafista de la Plaza Alta, que hace meses que no debía estar en España. Ya es triste que Gibraltar, esa lavadora financiera, nos haya dado al respecto una lección de eficacia.