Anoche, a eso de las diez y media se nos murió Mikel Azurmendi, que unas horas antes había sufrido un infarto mientras trabajaba en el huerto de su casa de Igeldo junto a su mujer, Irene Renart y su hijo Nahiko. Tenía 78 años y padecía una insuficiencia cardiaca severa.
Tuve la primera noticia de Mikel a través de una tribuna que publicó en El País en los años 90. Se extendía a lo largo y ancho de una página y se titulaba: ´Vascos que para serlo necesitan enemigos’, que después publicó en ‘Claves de la razón práctica’ y que al año siguiente, 1998, constituyó un capítulo de ‘La herida patriótica’, un ensayo excelente sobre la identidad y la violencia. Nunca había leído nada parecido sobre esa enfermedad colectiva de los vascos nacionalistas que es la paranoia. Aquí somos muy colectivistas, tanto para los derechos como para las enfermedades mentales.
Mikel fue políticamente un hijo de su tiempo. Militó en ETA en los años sesenta, aunque su estancia fue breve. La derrota de su propuesta de renuncia a la práctica del terrorismo, la lucha armada se decía en el lenguaje de aquel tiempo, determinó su salida de la banda. No fue ajeno a ello el hecho de que, según contaba él mismo, la célula en la que militaba recibió la orden de Julen Madariaga de asesinar a Patxi Iturrioz , el primer disidente de la banda junto a Eugenio del Río. El exilio le llevó a Alemania y después a Francia, donde estudió en La Sorbona y fue profesor de la misma
Lo conocí personalmente en 1998, en la constitución del Foro Ermua y después en Basta Ya. La vida en Euskadi durante la larga pesadilla de ETA,. tenía algo en común con el cine de Howard Hawks, en las que siempre el trabajo en común es un centro distribuidor de las relaciones entre los personajes, del amor y la amistad, sin ir más lejos. En el País Vasco para los constitucionalistas fueron los movimientos sociales como los descritos los qu durante años forjaron y mantuvieron nuestras relaciones de amistad. Así empecé a ser amigo de Mikel Azurmendi y así presenté en Bilbao los libros que escribió que fueron muchos, porque era un gran polígrafo. A veces los publicaba a pares, superando al portugalujo Mario Ángel Marrodán, del que el poeta manchego Eladio Cabañero escribió tres versos definitivos. “Cojones, dijo el cartero/ tres libros de Marrodán / y estamos a dos de enero”.
Recuerdo una cierta dificultad para hilvanar la presentación de un ensayo, ‘Vademecum del ciudadano’ y de una novela, en el mismo acto, ‘Melodías vascas’, pero no había género que se escapara a su curiosidad. Escribió una magnífica autobiografía, sabia y elocuentemente titulada ‘Ensayo y error’ y en el momento de su muerte deja a punto de publicación un nuevo libro que le iban a presentar el mes que viene: “El otro es un bien”..
La muerte de Mikel Azurmendi abre un hueco doloroso en cuantos lo conocimos. Y lo quisimos casi a continuación.