Ignacio Varela-El Confidencial
- Fernández Mañueco maldecirá la hora en que consintió firmar una convocatoria que no necesitaban ni él ni su región
¿Puede ser que más 30 encuestas yerren a la vez? Puede ser, cosas más raras se han visto. También puede ser que en la semana de la ley mafiosa del bozal demoscópico (¡tan fácil de burlar!) se produzca un ciclón y decenas de miles de castellanoleoneses cambien su decisión de voto, todos en la misma dirección. Si aún hay quienes creen en las apariciones de Fátima y en las promesas de Sánchez, por qué no creer en eso. Pero la terca experiencia muestra que, con sospechosa frecuencia estadística, los cambios de última hora tienden a intensificar las tendencias preexistentes más que a corregirlas. Y que los llamados ‘indecisos’, cuando se deciden, reparten sus papeletas más o menos como los previamente decididos en lugar de elegir la misma todos a la vez (una de las expresiones más hilarantes que escucho a candidatos y jefes de campaña en apuros es cuando hablan de “movilizar a nuestros indecisos”. Amigo, si fueran tuyos no estarían indecisos).
Una de las asignaturas más difíciles de la diplomatura en estrategias políticas y electorales es la llamada ‘gestión de expectativas’. De hecho, es el peor hueso de la carrera, está plagada de trampas. Pues bien, si el resultado del día 13 se aproximara al consenso actual de las encuestas, cualquiera diría que Pablo Casado está a punto de llevarse a casa un cate como la copa de un pino. Que ganando unas elecciones como probablemente las ganará, puede haberse metido en un lío monumental. Que el lunes su liderazgo estará aún más en almoneda de lo que ya está. Que serán legión los dirigentes, militantes y simpatizantes del PP que confirmarán la idea (ya peligrosamente extendida) de que se equivocaron de caballo, aunque sea tarde para cambiarlo. Que Fernández Mañueco maldecirá la hora en que consintió en firmar una convocatoria que no necesitaban ni él ni su región. Que Abascal y los suyos brindarán a su salud, agradeciendo el regalo (uno más). Que el PSOE de Sánchez, pegándose una chufa morrocotuda en votos y en escaños, saldrá una vez más de rositas (precisamente, por haber sido prudente con las expectativas), y que Moreno Bonilla empezará a considerar si realmente le conviene anticipar sus elecciones (en Andalucía, Vox está más fuerte que en Castilla y León; y además, allí tiene candidata).
No es el primer suspenso del líder popular en esta carrera. Antes cateó en la asignatura ‘gestión de crisis’ durante la fase más aguda de la pandemia, con sus extraños vaivenes en los estados de alarma. Suspendió en ‘explotación del éxito’ tras la espectacular ‘performance’ de Ayuso en Madrid, dilapidada en tres meses. Viene fallando en ‘formación de equipos’ cuando se comprueba que el partido que pretende ser alternativa de gobierno carece de un grupo de portavoces económicos autorizados capaces de poner en problemas a Calviño en una sesión parlamentaria. Patinó en ‘selección de personal’ cuando colocó a su diputada mejor dotada en el lugar más inadecuado para ella, provocando después un cese explosivo; fracasa en ‘formación de coaliciones’ cuando sus gobiernos con Ciudadanos van estallando uno a uno, viéndose abocado a cambiar un confortable socio de centro derecha por uno de la extrema derecha que sus homólogos europeos no quieren ver cerca ni en pintura. Desbarró en ‘aprovechamiento de las oportunidades’ con su incomprensible manejo de la reforma laboral, y, por si algo faltara, naufragó en ‘hacer cualquier cosa menos el ridículo’ tras la astracanada del pasado jueves en el Congreso. Eso, por no hablar de la estrambótica pelotera en Madrid con quien le salvó el pellejo en mayo cuando muchos ya tomaban las medidas de su caja de madera.
No forzó el PP las elecciones del 13-F para ganar por los pelos, sino para golear. No para salir de la plaza por la puerta de la enfermería, sino a hombros por la puerta grande. No para crearse un problema, sino una oportunidad. Se suponía que Castilla y León sería la primera etapa —o la segunda— de una sucesión de demarrajes electorales en territorios favorables, destinados a dejar a Sánchez derrengado antes de la contrarreloj final.
Pues bien, todo parece indicar que, si el resultado de tan brillante operación es el que anticipan los sondeos, Pablo Casado habrá obtenido sobresaliente ‘cum laude’ en la materia ‘cómo convertir una ventaja en una amenaza’. Mañueco seguirá como presidente de Castilla y León cuatro años más para completar cuatro décadas ininterrumpidas del PP mandando en esa región, pero para ese viaje no se necesitaban tantas alforjas y tan precipitadas. El coste será que quedará desmantelado y en pelota picada todo el montaje estratégico urdido en la calle Génova. Y ello sucederá porque el presupuesto de partida era falso: el 4-M madrileño es inimitable y, seguramente, irrepetible. No es buena idea intentar crear una pauta a partir de una excepción.
Sin pretender dar lecciones a nadie, aconsejo a los aprendices de brujo que se acostumbren a hacer las cuentas electorales restando y no sumando. Si de 100% detraes 15% para Vox y 5% para Ciudadanos (lo mismo que en 2019, pero con los porcentajes permutados); entre 8% y 10% para la suma de las candidaturas provincialistas, se traduzcan o no en escaños; 7% para Unidas Podemos, que equivale a lo que tuvieron hace tres años Podemos e Izquierda Unida por separado, y al menos un 3% para otros y votos en blanco, lo que queda es, aproximadamente, un 60% para PP y PSOE. ¿De verdad nadie hizo este cálculo cuando empezaron a fantasear con una mayoría absoluta en un Parlamento regional en el que habrá que repartir 81 escaños entre ocho o 10 partidos? ¿Se percatan hoy de que disociar en esa región las autonómicas de las municipales puede abrir un socavón en la participación?
La asignatura más importante del curso para quien dispone del botón nuclear de anticipar unas elecciones es distinguir entre una convocatoria que a la sociedad le parezca oportuna y una que apeste a oportunista. Es el caso, con la agravante de que esta vez ni siquiera se han tomado la molestia de intentar disimularlo. El PP tiene aparato de sobra en Castilla y León para volcar la situación si lo pone a pleno rendimiento. Pero en el día de hoy, la cosa tiene un aspecto pescuecero.