Andreas Umland-El Español
  • El desastre de las negociaciones entre Estados Unidos y Rusia en Alaska pone de manifiesto un malentendido generalizado sobre los factores que impulsan la política exterior de Moscú.

La cumbre entre Donald Trump y Vladímir Putin en Anchorage fue tan embarazosa como su última reunión oficial en Helsinki en 2018.

Mientras que entonces la rueda de prensa conjunta terminó en desastre, esta vez el problema comenzó ya con la llegada de los dos presidentes: una alfombra roja para Putin, soldados estadounidenses arrodillados ante el avión del Gobierno ruso, Trump aplaudiendo al líder del Kremlin, un viaje conjunto en la limusina presidencial estadounidense, etcétera.

Rusia está desmantelando los Estados postsoviéticos, bombardeando edificios civiles en Ucrania, deportando a miles de niños y torturando a prisioneros de guerra a gran escala.

Sin embargo, Estados Unidos corteja a Putin como un gran estadista.

El hecho de que un belicista, asesino en masa y violador de los derechos humanos como Putin sea recibido de manera tan sumisa por el presidente estadounidense es un escándalo y ha supuesto un shock para los ucranianos.

Este comportamiento estadounidense traiciona los valores fundamentales que defiende Occidente.

No obstante, aún están por verse las repercusiones políticas finales de la escandalosa cumbre. Las extrañas imágenes de Anchorage podrían convertirse en un problema interno para Trump.

Con su demostrativa cercanía a Putin, el presidente estadounidense también se ha convertido en rehén del Kremlin. Podría convertirse en un grave problema para Trump si Putin no da ahora al menos un paso atrás en Ucrania. La tensión entre los elogios de Trump a sus habilidades negociadoras y la sombría realidad de la guerra ya existía antes de la cumbre de Alaska. Podría beneficiar a Ucrania si los periodistas, políticos y otros líderes de opinión estadounidenses se mostraran cada vez más insatisfechos con el comportamiento de Trump.

El presidente estadounidense esperaba aparentemente que sus halagos demostrativos le granjearan el favor de Putin. Detrás de este error de cálculo no sólo se esconde la ingenuidad general de Trump y su entorno en materia de política internacional.

Más importante aún parece ser un malentendido fundamental en la Casa Blanca sobre las razones de la guerra.

La narrativa de que Occidente es responsable de la agresividad de Moscú debido a la expansión de la OTAN hacia el este o a la falta de respeto occidental hacia Rusia está muy extendida no sólo en Europa, sino también en Estados Unidos. Trump y su séquito parecen creer que, actuando de forma amistosa con Putin, pueden neutralizar la razón que Rusia ha proclamado públicamente para atacar Ucrania.

Si ya no existe hostilidad entre Estados Unidos y Rusia, ¿por qué seguir librando la guerra?

Sin embargo, la agresión de Rusia no es una reacción al comportamiento de Occidente, sino que tiene causas históricas, ideológicas, culturales y políticas nacionales.

La expansión militar de Moscú tiene sus raíces en las tradiciones imperiales rusas, los mecanismos de legitimidad política interna, las ambiciones geoestratégicas y las reivindicaciones irredentistas de los antiguos territorios del Imperio zarista y la Unión Soviética.

Independientemente de las acciones y reacciones occidentales, Putin quiere ampliar y consolidar su poder y el de Rusia. Él y la mayoría actual de los rusos quieren sobre todo recuperar el control de Ucrania, preferiblemente sin recurrir a las armas y mediante negociaciones.

Sin embargo, si es necesario, los dirigentes y la población rusos también están dispuestos a recurrir a la fuerza militar brutal y al terror masivo, como se demuestra semana tras semana.

Para Trump, en cambio, la guerra en Ucrania es sólo un problema molesto del que quiere deshacerse. Se metió en un callejón sin salida durante la campaña electoral al anunciar pomposamente que pondría fin a esta guerra en 24 horas.

Pero sigue ahí, después de varios meses sin resultados tangibles.

Mientras tanto, la presión interna sobre él va en aumento. A pesar de la intensa propaganda prorrusa y antiucraniana de los medios ultraconservadores estadounidenses, la popularidad de Ucrania sigue siendo alta entre los estadounidenses de a pie. Las encuestas incluso muestran que el apoyo a Ucrania y a las entregas de armas estadounidenses a Kiev ha aumentado recientemente entre los votantes republicanos.

Esto significa que el rumbo futuro de la política estadounidense hacia Rusia no está escrito en piedra y que es posible un retorno de la ayuda activa de Estados Unidos a Ucrania.

En el interregno hasta una posible normalización en Washington, la postura de Europa será decisiva. Los papeles se han invertido: Europa solía presionar para que se hicieran concesiones a Moscú. Ahora, los Estados Unidos, que antes eran abiertamente proucranianos, se inclinan más por ponerse del lado de Rusia.

El apoyo militar debe provenir ahora principalmente de Europa. Si los europeos también cambiaran de rumbo, no sólo saldrían perdiendo los ucranianos.

Lo que está en juego en Ucrania son los principios fundamentales de las relaciones internacionales desde 1945. Con su guerra abiertamente terrorista desde 2022, Moscú no sólo está pisoteando los derechos humanos a gran escala.

«Si Ucrania cae, existe el riesgo de volver al desorden mundial que prevalecía antes de 1945»

Con sus anexiones, Rusia ha estado socavando los cimientos del orden basado en normas (la integridad territorial y la soberanía nacional de los Estados) en Ucrania desde 2014.

Como república soviética, Ucrania fue cofundadora de la ONU en 1945. Desde que obtuvo la independencia en 1991, ha ratificado el Tratado de No Proliferación Nuclear y se ha convertido en participante de la OSCE y miembro del Consejo de Europa.

Si ahora el país es desmembrado y despojado de su independencia, algo similar podría ocurrir con otros Estados miembros de la ONU. Si Ucrania cae, existe el riesgo de volver al desorden mundial que prevalecía antes de 1945.

Los medios para evitarlo son bien conocidos. Sanciones contra Rusia y apoyo militar y financiero a Ucrania.

Sin embargo, incluso después de más de once años de guerra, estos instrumentos siguen utilizándose de forma inconsistente. Por ejemplo, aproximadamente 300.000 millones de dólares de fondos estatales rusos siguen congelados en Europa. Hasta ahora, solo se han utilizado los intereses de estos fondos para apoyar a Ucrania.

Todavía hay docenas de petroleros en la flota fantasma de Rusia que no están sancionados o sólo lo están parcialmente.

También siguen existiendo numerosas lagunas para eludir las sanciones, y todavía hay mucha tecnología occidental en misiles, drones y otros equipos militares rusos.

Por encima de todo, la cantidad y la calidad del apoyo militar occidental siguen siendo insuficientes. Llegan a Ucrania muy pocas armas y estas son demasiado antiguas.

La tarea más importante de gran parte de la industria armamentística occidental, y especialmente la europea, es permitir la protección de los Estados de la OTAN y la UE y de sus aliados frente a Rusia.

Sin embargo, la mayoría de las mejores armas de Occidente permanecen inactivas en bases, almacenes y hangares, en lugar de cumplir su propósito en el Donbás, en los alrededores de Járkov o en Crimea.

Sólo la presión externa e interna obligará a Moscú a entablar negociaciones serias. Ni los gestos de amistad de Trump, ni los esfuerzos diplomáticos de Europa, ni los intentos de mediación de terceros países tendrán éxito por sí solos.

Desde 2014, el Kremlin se ha mostrado dispuesto a participar en conversaciones de paz a diversos niveles. Sin embargo, se trata en su mayor parte de una farsa negociadora para ganar tiempo y sembrar la confusión y la discordia entre sus oponentes.

A veces, como ocurre actualmente en las comunicaciones con Estados Unidos, las conversaciones incluso ofrecen la oportunidad de obtener ventajas que, de otro modo, tendrían que conseguirse por medios militares.

Sin embargo, nada de esto frenará el apetito expansionista de Rusia.

*** Andreas Umland es analista del Centro de Estudios sobre Europa Oriental de Estocolmo (SCEEUS) del Instituto Sueco de Asuntos Internacionales (UI).