MIGUEL ESCUDERO-EL CORREO

Son demasiadas las personas desaprovechadas en distintos órdenes, y esto merece atención. Con el curso recién comenzado, se hace obligado proponerse algunas mejoras posibles, dar motivos para desear ser mejores de lo que somos y, por supuesto, poner en juego los medios precisos para ello. ¿Qué puede hacer cada uno de nosotros? Por de pronto, respetar a los demás. Escucharles y no ofenderlos ni intimidarlos. ¿Por qué tanta gente tiene miedo a decir lo que piensa? ¿Por qué tanta gente expresa opiniones iguales a las de ‘la masa’?

Pensemos en quienes escriben. William Faulkner, Premio Nobel de Literatura, decía que para ser escritor hace falta una absoluta libertad de espíritu. Y si algo puede éste aspirar a conseguir es a dejar el mundo un poco mejor de como lo encontró, más luminoso. Se trata de promover el mejor uso de nuestros recursos, en todos los niveles.

En 1955, diez años después de que Hiroshima y Nagasaki fueran demencialmente arrasadas por dos bombas atómicas, el Departamento de Estado norteamericano invitó a Faulkner a pasar varias semanas en Japón. Participó en unos seminarios en la ciudad de Nagano, donde fue muy bien acogido. Tras decir que no era un militar, declaró que sólo le importaba mejorar las relaciones entre seres humanos más que entre japoneses y estadounidenses. Decía que por amar lo suficiente a su país -EE UU- quería corregir sus defectos. Y que el único modo de hacerlo que tenía a su alcance era «avergonzarlo, criticarlo, tratar de mostrar la diferencia entre sus cosas malas y buenas, sus momentos de vileza y sus momentos de honestidad, integridad y orgullo». Es un buen ejemplo a emular.