Joseba Arregi, EL CORREO, 31/3/12
Necesitaríamos a una Batasuna mucho más valiente que esta apocada que se detiene en 1512, para reclamar toda la península ibérica, todo el Norte de África y buena parte de Europa
Leo con atención las noticias de la batalla mediática y lingüística que ha preparado Batasuna con motivo de la relación del año 2012 con el año 1512: demostrar que Castilla-españa impidieron que el sueño de la Euskal Herria políticamente independiente pudiera tener futuro. Los conocedores de la historia ya van dando sus respuestas adecuadas, sobre todo indicando que en aquellos tiempos no se trataba de soberanías ni de independencias, sino de intereses y peleas dinásticos. Y Fernando de Aragón tenía títulos suficientes para entrometerse en esas peleas. Además del apoyo de una fracción de los nobles navarros.
Pero quizá la verdadera respuesta a estos manipuladores de la historia, para quienes todo es proyectable hacia el pasado y hacia el futuro sin contar para nada con la realidad humana de la historia real, pasando por encima de ella como los dioses omnipotentes que se sienten, es recordarles que se quedan cortos en esa manipulación. Al fin y al cabo, ¿por qué limitarse a la fecha de 1512? Podrían retrotraerse bastante más e intentar abarcar toda la historia de la humanidad.
Supongamos que algún día se establece que los vascos son el resto que, ante el avance de oleadas de migraciones foráneas, fue retrayéndose hacia los Pirineos atlánticos donde se refugiaron los antiguos pobladores de Iberia. Supongamos que la lengua vasca, de tener algún parentesco, lo tuviera con las lenguas bereberes del Norte de África. Supongamos, pues no hay que poner fronteras a la imaginación, que los vascos somos el residuo que queda de los hombres de cromagnon que habitaron Europa hace miles de años.
Necesitaríamos a una Batasuna mucho más valiente que esta apocada que se detiene en 1512 para reclamar toda la península ibérica, todo el Norte de África y buena parte de Europa. Entonces sí que realmente empezaríamos a cumplir nuestro sueño, pues en ese momento habríamos adquirido nuestra verdadera identidad, esa identidad milenaria que justifica que ahora podamos reclamar cualquier cosa, puesto que la historia no ha sido más que un ejercicio de traición contra los vascos obligados a replegarse continuamente: el conde de Lerín no sería más que la encarnación momentánea de una historia negadora de la vocación universal de los vascos desde la prehistoria.
Batasuna se queda corta cuando se pone a manipular la historia –que significa manipular a las personas concretas que en ella han vivido–. Debieran, ahora que predican el advenimiento de nuevos tiempos ilusionantes y gloriosos para Euskal Herria, apostar a lo grande, no sólo por la Navarra atlántica, sino por la Navarra mediterránea, por la Navarra paneuropea, por la Navarra africana, y así abrir las puertas del futuro de par en par para esa gran Euskal Herria que pudiera dejar pequeña a la España una, grande y libre.
Quizá resulta que los de Batasuna, a pesar de su prédica anunciando tiempos nuevos e ilusionantes, no sean más que producto de una historia que, contra todas las apariencias, no significa más que un deterioro permanente del buen salvaje, como enseñó Rousseau, y se encuentren flacos de fuerzas, máxime cuando la fuente de su fuerza hasta ahora, el terror de ETA, ha dejado de funcionar.
Y debido a esa debilidad no sean capaces más que de un salto mortal, uno de los muchos que su nacionalismo radical, al igual que el conjunto del nacionalismo, ha producido: pasar de la reclamación de Nafarroa Euskadi da/navarra es Euskadi, a la proclamación de que Euskal Herri osoa Nafarroa da/euskal Herria entera es Navarra. Así se cerraría el círculo como si nada hubiera pasado, igual que el nacionalismo tradicional cerró el círculo que va de afirmar que la violencia de ETA se debía a su marxismo a afirmar que era fruto del conflicto. Nadie en Euskadi exige argumentar estos saltos mortales, porque el nacionalismo, al parecer, tiene bula para pensar en cada momento lo que mejor le parece sin tener que dar explicación alguna a nadie.
Pero igual resulta que en el camino los de Batasuna descubren que la historia está llena de hoyos trampa en los que uno puede caer sin darse cuenta. Igual descubren que si Pamplona es ‘caput Vasconiae’, como escribía el clásico, que los vascones quedaban limitados a parte de Navarra y poco en Gipuzkoa. Y entonces tendrían que renunciar a los Várdulos, a los Caristios y a los Autrigones, es decir, en especial a Bizkaia.
Con lo cual llegaríamos a la verdadera historia vasca, la historia de una división incesante, porque para el nacionalismo tradicional el punto de partida es el ‘Bizkaya por su independencia’: quizá radica ahí la profunda herida que atraviesa al nacionalismo vasco, una herida que probablemente no es más que la prolongación de una división sempiterna que atraviesa toda la historia vasca, con los guipuzcoanos que luchan contra Navarra, se separan de ella para unirse a Castilla, al igual que lo hacen los alaveses, con las guerras de banderizos, las luchas de los parientes mayores, el fracaso de los ilustrados enfrentados a los caciques de su tiempo, las guerras entre carlistas y liberales, la guerra civil española que también lo fue civil y entre hermanos en Euskadi, y toda la división que ha venido después.
En verdad que es traicionera la historia. En cada recoveco esconde una sorpresa. Y la mayoría de ellas son desagradables. Sería mejor que los de Batasuna, sin ir tan lejos, hicieran suya la advertencia que dejó escrita alguien: quienes no quieren recordar la historia están condenados a repetirla. La historia reciente del terror de ETA y de sus legitimadores.
Joseba Arregi, EL CORREO, 31/3/12