CIRILO DÁVILA-EL CORREO
- El juicio marcó el principio del fin de la dictadura y contribuyó a dibujar las coordenadas de la democracia que llegaría al morir Franco. Dos de sus protagonistas repasan su participación desde la perspectiva que da el paso del tiempo
– Xabier Izko de la Iglesia: ¿Cómo estás?
– Teo Uriarte: Yo bien, pero a ti te veo un poco fastidiado.
– X. I.: Las dichosas piernas…
– T. U.: Antes no parabas de correr.
– X. I.: De eso hace mucho. Cincuenta años del Proceso de Burgos, casi ni me lo creo.
– T. U.: ¿Lo recuerdas?
– X. I.: No he olvidado lo fundamental. ¿Qué queda ahora?
– T. U.: Poco, pero hay que admitir que tuvo consecuencias impresionantes. Y todo gracias al hito propagandístico que significó.
– X. I.: Un efecto causado por los propios franquistas. Su tremendo error fue llevarlo adelante.
– T. U.: Así lo quisieron los servicios secretos de Carrero Blanco. Oye, ¿a qué te dedicas ahora?
– X. I.: Me he jubilado. Poco que contar. Mis días son tranquilos. Antes iba al frontón, pero ahora, ando jodido de las piernas. ¿Y tú?
– T. U.: Me levanto pronto y leo la prensa, llevo un blog, voy a clases de inglés y quedo con mis viejos camaradas.
– X. I.: Siempre fuiste inquieto.
– T. U.: Nunca he parado, la verdad. Me gusta la política, la historia, el periodismo… Respeto a la gente que sabe. Tuve la suerte de estar en la cárcel con José Luis Zalbide y Mario Onaindía, unos monstruos de la curiosidad. Ellos me iniciaron en esas inquietudes.
– X. I.: Para la gente de ahora fuimos unas piezas muy pequeñitas de la historia. No sé si muchos recuerdan aquello.
– T. U.: Acordarse, quizá no, pero el nacionalismo hunde sus raíces en gente como nosotros. Tenemos que asumir responsablemente todo lo que se derivó de aquello, con sus virtudes y errores.
«Nos marcó la religión»
– X. I.: Eran otros tiempos.
– T. U.: Es cierto. Había una generosidad, una ingenuidad, un compromiso que hoy no veo en política. Teníamos la voluntad de resolver problemas, no de buscar el poder por el poder.
– X. I.: Nos marcó la religión.
– T. U.: Sin duda. Lo religioso guiaba parte de nuestra conducta. Luego estaba el ambiente. El gran héroe de la juventud era Che Guevara. A eso se unía una gran tensión internacional. Era el caldo de cultivo idóneo para que te sedujera la idea de combatir el franquismo.
– X. I.: Yo tenía poca cabeza entonces y sigo sin tenerla.
– T. U.: Eras un hacha con los coches, un conductor acojonante.
– X. I.: Había que aprender a escapar… ¿Por qué me metí en ETA? Me llamó un conocido y di el paso.
– T. U.: A mí me llevó a ese mundo mi angustia existencial. Desde que mi padre tuviera la mala idea de trasladar a toda la familia de Sevilla a Vitoria me embargó la inseguridad y no hacía más que hacerme preguntas. Ni siquiera en los exámenes daba la talla. Estudiar, estudiaba, pero… Entonces, alguien venía y te planteaba una aventura: ETA, el Che, Castro, la revolución de Argelia… Y me decía «voy a ser protagonista de la historia, de mi propia película».
– X. I.: Eso le habrá pasado a mucha gente, supongo.
– T. U.: También yo lo creo. Los investigadores o los exploradores seguro que tienen alguna célula que les impulsa a asumir retos que, con el tiempo, parecen una locura. No deberíamos ser muy duros con nosotros mismos.
– X. I.: Mejor pensarlo así, porque no disfrutábamos con el uso de las armas. Dar muerte a una persona todavía pesaba mucho.
– T. U.: Se fantaseaba con la lucha armada, pero no dábamos el paso. Recuerdo que se intentó matar al jefe de los municipales de Ondarroa. Se le esperó en un camino y la discusión del comando era «Venga dispara. No, tú. Hazlo tú». Y la víctima se iba sin un rasguño. Al final, fíjate, se optó por tirarle la moto al río. La mayoría éramos fervientes católicos y ese salto era muy duro… En mi caso, si no hubiese creído que obtendría la absolución por lo que estaba luchando, no hubiera dado el paso.
– X. I.: Es difícil ahora que entiendan esas razones.
– T. U.: Analizarlas desde el prisma actual no ayuda a la historia. Pardines era un policía del régimen que había jurado los principios fundamentales del Movimiento. Fue una burrada matarle, sí, pero era el representante de un poder que llevaba 30 años sin mover un dedo a favor de cierta apertura democrática.
– X. I.: Para eso tuvimos que superar una barrera moral.
– T. U.: Y lo hicimos desde una base humanista. Nos daba vergüenza matar. Jamás faroleamos de ello.
– X. I.: No, nunca quisimos ningún honor por aquello. No hacíamos ostentación de la muerte.
– T. U.: Llevamos nuestras heridas con discreción. Si lo sabrás tú, que te pegaron un tiro en el pecho.
– X. I.: Joder, ¡y qué mal lo pasé! Fuimos a sacar a Arantxa Arruti, que estaba en la prisión de Pamplona. Salió todo mal y cuando huíamos me dispararon. Afortunadamente, me llevaron al hospital y allí pude recuperarme.
– T. U.: Éramos un poco chapuceros, la verdad. Por falta de conocimientos y material. Recuerdo que sólo teníamos tres pistolas.
– X. I.: A ti te detuvieron en Santander, lo recuerdo bien.
– T. U.: Sí. Habíamos oído algo de unas detenciones por Radio París y cuando nos levantamos estábamos rodeados de policías. Se montó un tiroteo del carajo. Las balas pegaban en el techo y caían, pero si te alcanzaba alguna ibas al hoyo. Tras la refriega, nos llevaron a la comisaría de Bilbao.
Interrogatorios brutales
– X. I.: Os dieron un buen repaso.
– T. U.: Y que lo digas… Tres días seguidos de pim-pam, pim-pam… Tuvieron que parar porque ya no éramos ni personas. Recuerdo que un día me llevaron al baño y me crucé con Mario Onaindía. Él no me reconoció, pero yo a él sí a pesar de que tenía la cara como una lombarda. Cuando después le hablaba de ese episodio, Mario se enfadaba. «¡Qué chorradas dices!», contestaba. Poco después, cuando me sometieron a un careo con Arana solo me reconoció por la voz, supongo que yo tendría la cara igual de hinchada.
– X. I.: ¡Qué brutalidad la de aquellos interrogatorios!
– T. U.: El mejor momento fue cuando me pegaron con la pata de una silla y caí inconsciente…
– X. I.: Menos mal que la familia no nos vio con esa facha.
– T. U.: Pero, mientras tanto, nuestras madres empezaron a movilizarse. ¡Fueron incluso a Roma! Ellas, amas de casa que jamás habían salido al extranjero. Estuvieron con Olof Palme, Willy Brandt…
– X. I.: Nunca olvidaré lo que me repetía la mía: «Hijo, ¿cómo estás metido en esos rollos?». No entendía nada de lo que pasaba.
– T. U.: Mi padre quedó paralizado al enterarse, fue mi madre la que tiró del carro. No sé, el instinto maternal… Demostró una fortaleza enorme. Eso sí, siempre me soltaba «hijo mío, ¡cuántas barbaridades habéis cometido!».
– X. I.: No se vinieron abajo ni durante el juicio, a pesar de todo aquel montaje. Nosotros, en cambio, seguíamos como en una nube.
– T. U.: Acuérdate de cómo recitábamos versos y canciones revolucionarias en la cárcel. No bebíamos alcohol, pero parecía que estábamos ‘colgados’. Era algo irreal.
– X. I.: Como asistir a una obra de teatro ¿Te acuerdas de la discusión aquella de si el fiscal debía ir con sable según el reglamento militar; que si no tenían que suspender la vista?
– T. U.: ¡Cómo no me voy a acordar! Por nosotros no daba un duro ni Cristo. Debíamos seguir el guión que otros habían escrito. Nosotros no pusimos el escenario, lo hicieron ellos para mayor gloria del régimen.
– X. I.: Pues les salió mal.
– T. U.: Pincharon en hueso. Las movilizaciones en la calle y la presión internacional hizo que Franco no firmara nuestras sentencias.
– X. I.: A los jóvenes todo esto les pìlla algo lejos.
– T. U.: La banalidad. La mejor forma de honrar todo lo que ha supuesto el Proceso de Burgos es contarlo tal y como fue.
– X. I.: Se quedaron con ganas de ejecutarnos. Solo por ver algunas caras casposas volvería a hacer todo lo que hice.
– T. U.: Hace unos años, al pasar delante de la cárcel de Basauri con mi mujer y dos hijas, paré el coche y les dije: «¿Veis la cárcel? Pues bien, ahí ha estado vuestro padre y vuestro abuelo y en la cárcel de Larrinaga vuestro bisabuelo. Con un tonto ya vale. No sigáis la tradición familiar». Mis hijas, de 6 y 5 años, me miraban alucinadas y mi mujer diciéndome ‘tú estás chalado’… Pues bien, si me devuelven a aquella época, sí, volvería a hacerlo.
– X. I.: Las circunstancias cambian.
– T. U.: Claro, es que ahora no lo haría. No hay justificación alguna para la violencia.