ABC-ÁLVARO VARGAS LLOSA

La fragmentación que no evitaron los dirigentes políticos la podían haber evitado los electores

CULPAR a los electores de los problemas de la dirigencia de un país es generalmente un recurso simplón que sirve para que los responsables de su conducción política y social se laven las manos. Pero hay ocasiones en que no responsabilizar a los votantes, sobre todo cuando están muy bien informados, de los desaguisados, o sea catástrofes, desovadas por su comportamiento en las urnas es escamotear parte de la verdad. La grave tesitura en que se encuentra España, y para colmo cuando los motores de la economía empiezan a toser, se pudo haber evitado si los votantes hubiesen tenido en cuenta muchas cosas, pero dos muy en particular.

La primera, en el caso de aquellos situados a la izquierda del centro, es que, si querían un Gobierno zurdo (y no digo socialdemócrata sino zurdo porque el PSOE lleva una deriva populista desde el año 2000), tenían cómo obtenerlo privando a Unidas Podemos de más de tres millones de votos y a Más País de casi seiscientos mil, y concentrando en el socialismo la inmensa mayoría de los sufragios con vocación populista. Que más de tres millones y medio de votantes de izquierda juzguen que el actual PSOE es demasiado de derecha da una idea de la confusión ideológica, en algunos casos, y de la radicalización, en otros, que hoy impera en un sector importante de quienes no están en el centro-derecha. Ellos tienen una parte importantísima de responsabilidad en el hecho de que hoy el independentismo catalán esté jugando, y haciendo jugar al PSOE, un papel tercermundista.

Pero hay una segunda cosa que los votantes debieron tener en cuenta, y en este caso me refiero a los situados a la derecha de la izquierda, incluyendo lo que se conoce como «centro». Las elecciones de abril habían demostrado a ese enorme segmento de españoles que la fragmentación del voto podía lograr la alquimia inversa de convertir el oro en un simple metal, privando de la mayoría parlamentaria a quienes podían sumar votos suficientes para ello. Por eso, al margen de si está o no con el PP y de qué posición ideológica se ocupe en el espectro que cubre todo lo que está a la derecha de la izquierda, la idea de Casado de no disputarse entre tres agrupaciones los mismos escaños tenía un sentido lógico. Pero los votantes de ese espectro no tenían por qué depender de que los dirigentes de los distintos partidos tomaran decisiones para facilitar la obtención de una mayoría: bastaba con que emplearan el sentido común para concentrar su voto en quienes tenían la mayor opción, en el espectro que va del centro a la derecha, de gobernar España. La fragmentación que no evitaron los dirigentes la podían haber evitado los electores, que sabían muy bien el riesgo de que, en ausencia de una mayoría de centro-derecha, todo quedara en manos de un PSOE aliado con la extrema izquierda y a merced del chantaje del nacionalismo

Lo que está sucediendo no es una sorpresa para los votantes que acudieron a las urnas el 10-N.