Editorial, LIBERTAD DIGITAL, 12/10/11
Sólo en España podría ocurrir que una Administración niegue a la ciudadanía el derecho a hablar y a estudiar en la única lengua común. O que quienes han justificado el terrorismo gobiernen instituciones como ayuntamientos y diputaciones.
España es la nación de Europa que ha experimentado el mayor saqueo de competencias de la historia. En ningún otro sitio se toleran y hasta se jalean los ataques a los símbolos nacionales, la ridiculización de las instituciones y el desprecio por los sentimientos nacionales de millones de personas. Sólo en España es posible que quienes con más saña se dedican a atacar a la Nación sean gratificados con generosas subvenciones públicas. En ningún país desarrollado se producen desprecios tales contra las Fuerzas Armadas como calificar una guerra como la de Afganistán de «misión humanitaria». Sólo en España podría ocurrir que una Administración niegue a la ciudadanía el derecho a hablar y a estudiar en la única lengua común. O que quienes han justificado el terrorismo gobiernen instituciones como ayuntamientos y diputaciones.
En semejante contexto, la mera subsistencia de la idea de España es una demostración de vigor nacional, un milagro permanente, dada la insistencia del Gobierno de Zapatero, la Generalidad catalana, los «hombres de paz» del País Vasco, algunos sectores judiciales y un penoso etcétera en extender el certificado de defunción de la Nación. Y resulta estremecedor que la palabra España sea, pese a todo, la contraseña de la libertad, del progreso y de la igualdad. Ese milagro permanente se nutre de la sustancia liberal de la Nación, la mejor arma para hacer frente al acoso del terrorismo y a los agresivos experimentos sociales de los nacionalistas.
Por otro lado, es delirante afirmar que la celebración de la Fiesta Nacional es una exhibición militarista, un homenaje al supuesto exterminio indígena en América y una exaltación rancia de valores caducos. Sin embargo, esos confusos mimbres configuran el escaso equipaje ideológico de quienes se han visto obligados en los últimos años a organizar la Fiesta Nacional. Difícil tarea para quienes tradicionalmente han dedicado la jornada a mostrar su poca educación ante el paso de la bandera de alguno nuestros aliados, a abroncar a una presidenta del Tribunal Constitucional o a lucir su incompetencia al frente del Ministerio de Defensa.
Respecto al debate sobre la conveniencia del Doce de Octubre, sólo conviene a quienes están interesados en reducir España a escenario y mero soporte de sus pactos fiscales y de sus negocios. Es tal el ayuno cuasiforzoso de patriotismo al que se ven sometidos tantos compatriotas, que por lo común su expresión se ve reducida al deporte. Lamentablemente, la apelación a la unidad no cotiza en otros ámbitos, como el de la recuperación económica, el ordenamiento administrativo, la igualdad efectiva de derechos de todos los ciudadanos en cualquier parte del país y el equilibrio territorial.
Editorial, LIBERTAD DIGITAL, 12/10/11