Los carteles de «Se Vende» forman parte de nuestra vida cotidiana. Están por todas partes; en locales, en pisos, en terrenos. Desconocía que también por algunos pueblos abandonados. Salto de Castro, en la provincia de Zamora, a la vera del Duero y Portugal, se ha puesto a la venta. Abarca 6.600 metros cuadrados que incluyen bar, iglesia, escuela, cuartel de la Guardia Civil y hospedería. Total 44 casas. El precio alcanza 260.000 euros, IVA incluido. Debo esta información a un sentido artículo de Lucía Méndez que nadie ha recogido para hacerse unas cuantas preguntas. El costo de la transacción apenas alcanza al de un pisito urbano. Me cuesta imaginar qué se puede hacer con él. Quizá los habitantes huyeron sin testar o los herederos se han puesto en manos de una agencia. Alguien estará pensando en promover una ruta turística por esos pueblos fantasmas bajo el lema “aquí vivían los españoles hasta anteayer”.
Como no creo en las casualidades, aunque a veces parezcan fantásticas invenciones del destino, el autor que monopolizó el emblema de “la España vaciada” es el mismo que acaba de publicar una biografía imaginativa de Felipe González. Una feliz coincidencia. Desde que el que fuera presidente del gobierno se convirtió en el segundo emérito de España -el primero e indiscutible lo ostenta el ex rey de España- su empaque y su prestancia le han convertido en intocable; un parlante jarrón chino, con una novedosa apostura de hombre sentencioso, especialmente apreciado por todos aquellos que anteayer -de nuevo anteayer- le consideraban un inagotable oportunista.
Los avatares de aquel libro antes y después de su publicación no vienen a cuento, porque según el dicho alemán “está bien lo que bien acaba”
Terminaba el año 2017 cuando se me ocurrió escribir una biografía de quien había sido secretario general del PSOE y presidente del gobierno durante 14 años. La pretensión era la de cerrar un ciclo que abrí en octubre de 1979 con el primer gran protagonista de la transición, Adolfo Suárez, titulado “Historia de una ambición”. Por entonces Suárez aún ejercía de presidente y estaba en su mejor momento político, aunque efímero, tras la victoria electoral del 79. Los avatares de aquel libro antes y después de su publicación no vienen a cuento, porque según el dicho alemán “está bien lo que bien acaba”, y aunque la crítica fue sañuda, no pudieron evitar que la editorial Planeta y yo mismo quedáramos satisfechos por haber roto un silencio clamoroso alimentado por loas y elogios de la parroquia. La devota Pilar Urbano –“Suburbano” en el gremio- recibió el libro apuntando al KGB soviético como fuente informativa y el eminente estafador historiográfico Ricardo de la Cierva babeó al presidente Suárez para redimirse de pasadas descalificaciones. Pero el libro salió y las maniobras en la oscuridad, que fueron muchas y variadas, no consiguieron impedirlo.
No es que en este trascurso haya disminuido la libertad de expresión. Lo que se ha achicado es la oferta del mercado de la libertad
Han pasado más de 40 años y lo que entonces aún era posible ahora se ha vuelto una temeridad. Eso le ha ocurrido a lo que yo consideraba un cierre obligado a la Transición, un libro titulado “Felipe González. El jugador de billar”. No es que en este trascurso haya disminuido la libertad de expresión. Lo que se ha achicado es la oferta del mercado de la libertad, posiblemente porque los libros se han vuelto residuales para la cuenta de resultados y los beneficios de no publicar determinados textos superan las consecuencias que pueden provocar el editarlos, a la hora de subvenciones y fondos “caídos del cielo”.
Meterse a escribir “Felipe González. El jugador de billar”, o lo que es lo mismo una mirada crítica sobre nuestro “anteayer”, no tiene ya recorrido en las editoriales consolidadas. Lo que en 2017 aún era factible ahora tiene visos de imposible metafísico. La editorial de Ramón Akal y su hija Ariadna, que lo habían contratado, pasaron del interés a la vileza extorsionadora alegando retraso en la entrega del manuscrito. Exigieron la devolución del anticipo y hasta una cantidad por supuesto “lucro cesante”, que traducido al lenguaje llano consiste en evaluar lo que una empresa deja de ganar mientras tu trabajas.