Emilio Contreras-El Debate
  • Estados Unidos defendió con la sangre de sus jóvenes la libertad de Europa en la II Guerra Mundial, luego la regó de millones, asumió su protección y se convirtió en el modelo en el que se miraban las democracias europeas. Todo eso se ha venido abajo

Los Estados Unidos han tenido dos almas desde su independencia en 1776: la que los aisló de Europa cuando en 1823 el presidente Monroe impuso la doctrina que lleva su nombre —América para los americanos— y la que en 1945 los abrió al viejo continente y al resto del mundo. Al terminar la II Guerra Mundial, en la que murieron casi medio millón de jóvenes americanos, surgieron como la mayor potencia económica y militar del mundo y como modelo de democracia, que restauraron en Europa e impusieron en Japón.

Pero su apoyo no quedó ahí. Un año antes de que acabara la guerra pusieron en marcha los acuerdos de Bretton Woods en los que diseñaron con sus aliados un nuevo orden económico mundial, que ellos lideraron con la creación del Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial. En 1948 vertieron sobre la Europa destrozada por la guerra 12.000 millones de dólares de entonces, equivalentes a 200.000 de hoy, con el Plan Marshall que le dio la vuelta a la economía europea en cinco años.

Los Estados Unidos también pusieron en marcha la mayor alianza militar defensiva de la historia con la creación de la OTAN para hacer frente a Rusia. Ellos mandaban. Eran el protector y, en buena medida, el modelo en el que se miraban las democracias europeas.

Todo eso se vino abajo el 6 de noviembre cuando Donald Trump ganó las elecciones. Ese día se acabó el Occidente que hemos conocido. Una cascada de decisiones lo confirman. Un día antes de su toma de posesión comunicó la imposición unilateral de aranceles a productos europeos; no los negoció como hizo el gobierno americano con sus aliados en Bretton Woods, los impuso. El 29 de enero anunció su intención de «convertir pronto a Canadá en el Estado número 51» de la Unión; estaba proponiendo la absorción de un Estado soberano y aliado de la OTAN. Pocos días después pidió —casi exigió— a otro aliado como es Dinamarca que le vendiera Groenlandia, una parte de su territorio nacional. El miércoles afirmó que «la UE se creó para fastidiarnos».

Como ve en Zelenski un obstáculo, intenta apartarlo con la estrategia de comunicación que cuenta la premio Nobel María Ressa: ocultar y negar la realidad para sustituirla por una narración falsa de los hechos.

Antes de asumir la presidencia dijo «entender» que Rusia viera a Ucrania como una amenaza y, poco después, reprochó a Zelenski que «nunca debisteis haber empezado». Trump hacía suyo el argumento ruso de que la causa de la invasión de Ucrania estuvo en su deseo de incorporarse a la OTAN, cuando la realidad es que Putin invadió Ucrania sin que hubiera habido ninguna provocación. El paso siguiente ha sido afirmar que Ucrania es «culpable» y Zelenski un «dictador». Ni una palabra sobre Putin, que lleva 25 años asesinando a sus adversarios

Mientras, el vicepresidente de los Estados Unidos, J.D. Vance, viajó a Múnich para intentar convencernos de que Rusia y China no son una amenaza para Europa; la amenaza, añadió, es la misma Europa porque, según él, no se respetan ni las libertades ni la democracia. Por lo que se ve, en Rusia y China sí, y en la Hungría de su amigo Orban también. Por mucho que discrepemos de las políticas woke de algunos gobiernos, la UE la integran 27 democracias; algunas, las de sus amigos, en riesgo.

El viernes Trump acusó a Zelenski, en un durísimo enfrentamiento sin precedentes, de «estar jugando con la III Guerra Mundial». Es como si en 1940 Roosevelt hubiera acusado a Churchill de haber provocado la II Guerra Mundial, y no a Hitler.

Entre tanto despropósito, hay un reproche en el que Trump tiene razón: que los Estados Unidos aportan cada año a la OTAN dos tercios de su presupuesto, mientras que los otros 31 países de la Alianza contribuyen sólo con un tercio. Y eso es insostenible.

Aunque es criticable la decisión de Trump de imponer aranceles, las protestas europeas tienen un punto de hipocresía. Mario Draghi ha escrito en el Financial Times que los aranceles internos y obstáculos normativos, que muchos países de la UE imponen a productos y mercancías de otros países de la Unión, son mayores que los aranceles con los que Trump amenaza a Europa. El FMI informó la semana pasada de que las barreras internas de Europa equivalen a un arancel del 45 % para las manufacturas y del 110% para los servicios.

No es defendible la escasa aportación de Europa a su defensa ni los aranceles que impone a algunos productos americanos. Pero eso no justifica la ruptura de Trump con los que han sido sus aliados desde 1942, porque entre aliados esas cosas se negocian como se hizo en Bretton Woods. Solo son un pretexto.

Lo cierto es que Europa tenía un amigo que ha dejado de serlo, y ahora pacta con quienes la están agrediendo, como ocurrió el martes cuando Estados Unidos votó en la ONU con Rusia, Corea del Norte y 14 aliados del Kremlin contra una moción de los países de la UE, excepto Hungría, en la que se condenó la agresión rusa a Ucrania.

Hace un siglo Ortega y Gasset mantuvo que había que europeizar España. Europa era su modelo. Pero unos años después una ola totalitaria inundó el viejo continente. Entonces alguien dijo que a Ortega se le había vuelto loca la modelo.

No sabemos si el 6 de noviembre la modelo americana enloqueció. Lo que sí sabemos es que abandonó a sus amigos y se pasó al enemigo. Y eso acabará mal.