EL MINISTRO Dastis ha pasado a la ofensiva en el asunto catalán. Es hora de echarse a temblar. El domingo el desleal presidente Puigdemont recibió en palacio a dos turistas norteamericanos, místers Dana Rohrabacher y Brian Higgins. Como el saber ocupa lugar yo no sabía hasta ahora nada de ellos. Pero una información del diario El País corrige oportunamente mi petulancia. Los dos trabajan en la Cámara de Representantes norteamericana y son especialistas en autodeterminación y marihuana. Precisamente venían de Holanda donde estuvieron en unas jornadas sobre la legalización de la blanda. Y, al menos Rohrabacher, hace doblete: el 12 acude a Berlín, a una Conferencia Internacional del Negocio del Cannabis, textualmente. Rohrabacher es republicano y el otro un cero a la izquierda, y de ahí que la noticia del primero sea más minuciosa. Minuciosa y deleitosa. Destacan sus apoyos a la invasión rusa de lo que era Georgia y a la anexión rusa de Crimea, lo que tal vez esté en el origen de su título oficioso como el congresista americano favorito de Putin. Defiende (iba a decir como Tintín, pero no soy un provinciano y sé que allí me leen) la autodeterminación de Baluchistán. Y la de Tejas. Trumpiano oro de ley, está en contra de los inmigrantes y niega el cambio climático por no negar a dios. Al parecer, un suyo portavoz matizó que en el caso de Cataluña, y tal vez a la espera de una Rusia ejecutiva, apoya solo «conceptual y filosóficamente» la autodeterminación.
De la parte de Puigdemont la visita turística no habría tenido mayor novedad. El presidente catalán está perfectamente inserto entre dos fronteras, siendo una lo peor y la otra lo irrelevante. Su escudo de armas ya ha rendido los pabellones de Fillon, Prodi y Carter. De loser a loser es su lema, y ahí iban a encastarse Rohrabacher y Higgins hasta que llegó Dastis para dar nombre propio al par de vipflautistas. Sagazmente enterado de las maniobras dominicales de Puigdemont, el ministro resolvió que en modo alguno iban a quedarse con la mitad secesionada de la copla: ayer les organizó cita en Moncloa, comisión del Congreso, almuerzo en Puerta de Hierro y la sobremesa en el Palacio de Santa Cruz, que es la nuestra.
Y es así cómo el errante Puigdemont ha logrado reunirse, al fin, con alguien importante e internacionalizar por algunos minutos el conflicto.