LIBERTAD DIGITAL 03/06/16
CRISTINA LOSADA
Hace un par de semanas escribí sobre la serie de televisión Cuéntame. No era un elogio. Dije que el retrato que hacía la serie de la España de los últimos años de la dictadura y primeros de la Transición era una caricatura de la caricatura, una remezcla de viejos tópicos en la estela de la España negra, que encerraba en una simplista uniformidad tenebrosa a la sociedad española de entonces. Como se rumoreaba que iban a cancelar la serie por las sospechas de fraude fiscal que penden sobre sus dos principales protagonistas, dije también que debían haberla cancelado antes por fraude histórico.
El artículo mereció una catarata de comentarios. Yo sabía que era una serie con mucha audiencia. A través de los comentarios descubrí que había configurado las ideas sobre el pasado reciente de España hasta un punto difícil de imaginar por quienes no confiamos el conocimiento de la historia (y de tantas otras cosas, incluida la política) a series y espectáculos televisivos. Muchos estaban de acuerdo con mis impresiones, otros se mostraron insultantemente en contra: si tienes a Cuéntame por la biblia, todo el que la cuestione es un hereje repugnante a quemar en la hoguera. No faltaron tampoco los que aprovecharon para decir de una u otra forma aquello de que «con Franco vivíamos mejor», amparándose en tales o cuales aspectos. Los principales, la falta de libertad y la ausencia de democracia, no les debían de parecer importantes.
El asunto me hizo recordar dos artículos de Julián Marías. Uno muy célebre, aunque él lo daba por olvidado veinte años después de escribirlo, titulado «La vegetación del páramo», de 1976. Y otro en el que se preguntaba «¿Por qué mienten?», de 1997. El primero se publicó en La Vanguardia y el segundo en ABC. Ambos tenían mucho que ver con el falseamiento del pasado que yo encontraba en Cuéntame, y es que el caso de esta serie sólo es uno más, uno agrandado por el eco masivo de la tele, del fenómeno de reescritura del pasado tal como se ha dado en España. La mentira que percibió Marías sigue vivita y coleando muchos años después de que la detectara.
Como a Marías, a mí me asombra el empeño en desertizar casi medio siglo de la historia de España. Es absurdo que para condenar la dictadura sea necesario arrojar al vertedero varias décadas de vida española, como si en ellas no se hubiera hecho nada de valor y todo, sin excepción, hubiera estado condicionado, ensombrecido, desvitalizado por el régimen. Aún es más absurdo, si cabe, que ese desprecio a cualquier signo de autonomía de la sociedad se haga en nombre de una recuperación de aquello que la dictadura ocultó y castigó, o de relatar la historia de los vencidos.
Por entenebrecer al régimen franquista, entenebrecen el conjunto de la vida y la sociedad. Sin distinción de fases ni épocas –no es posible sostener que a finales de los 60 o principios de los 70 se vivía y padecía como en la posguerra, pero la caricatura lo mantiene–, reducen España a un país oscurantista, cateto, pacato, atrasado y ridículo, a un erial sin ninguna vida intelectual, literaria y artística, al páramo cultural que Marías examinó para concluir que estaba poblado por una «frondosa, esperanzadora vegetación, que pudo brotar en el clima más inhóspito, sin abono, sin cultivo, mientras tantos intentaban simplemente descastarla».
¿Es que reconocer que hubo vida cultural casi siempre al margen y, a veces, en contra de aquel régimen significa darlo por bueno? ¿Hay que meter en la caverna a la sociedad entera para que la dictadura resulte aborrecible? Mal vamos si es así, si hace falta cargar las tintas para suscitar rechazo hacia ella, si no basta la verdad. Pues a muchos no les basta. Tan es así que uno se arriesga a que le llamen franquista o facha si no admite que España fue un erial, un páramo, un país sumido en una larga edad oscura, en el más lamentable y general retroceso, de manera continua y persistente. Y no importa que presente credenciales antifranquistas: se han devaluado. Todo el mundo lo fue. Un momento. Paren las máquinas. Si todo el mundo era antifranquista, ¿cómo era España un erial, un páramo y todo lo demás?
Marías decía en el segundo de aquellos artículos: «Lo más curioso es que a veces [las mentiras] las cometen los que dieron frondosidad a la vegetación del páramo, los que con su propia obra desmienten lo que dicen». De manera similar, se contradice y desmiente la caricatura tenebrista cuando de aquella sociedad absurdamente retrógrada se hace nacer, de un día para el otro, a millares y millares de antifranquistas. Cuando de repente a aquellos españoles cutres, serviles y atrasados se los pone a correr delante de los grises. Tuvo que ser por arte de magia la transformación. Si no, no se entiende. Y es que no hay manera de entenderlo cuando se acumulan las mentiras. Dos, en este caso: ni es real su negro retrato de España ni es verdad que todos corrieran delante de los grises.
El filósofo se preguntaba: ¿por qué mienten? Puede que lleguemos antes a puerto si preguntamos: ¿quiénes mienten?, ¿quiénes empezaron a mentir? Porque este cuento no lo ha inventado Cuéntame. Es un cuento viejo y de viejos. Tan viejo que sólo la juventud puede creer sinceramente en él.