El Correo-MIQUEL ESCUDERO Escritor y matemático

Torra no es el presidente de todos los catalanes, sino solo de quienes comparten el dogma separatista. Sus escritos demuestran de forma reiterada unas convicciones racistas

Hay un frío fanatismo que siente alergia por la realidad. No pretende mejorarla o modificarla, sino simplemente aplastarla. Creo que estas dos líneas describen bien la política de Quim Torra desde la Generalitat. Nadie podrá decir que ha ocultado sus intenciones y que no ha avisado; de hecho, lo hace cada día. Antes de visitar a Pedro Sánchez en La Moncloa, Torra se aprestó a declarar al Rey persona non grata en Cataluña y anunció que no le invitaría a ningún acto institucional. Sánchez le prodigó amabilidades de todo tipo y Torra, inamovible, le correspondió yendo siempre a su rollo.

En el balcón de la Generalitat destaca una pancarta que reclama la libertad para los políticos presos y fugados. Entiendo que en estas condiciones, Inés Arrimadas se niegue a entrevistarse con Torra en ese edificio. Es una cuestión de principios y de claridad, la alternativa es el sometimiento de la mayoría social catalana; si bien, esta masa está desactivada desde hace muchos años por los medios de comunicación y por los partidos que se declaran de izquierda.

Torra no es el presidente de todos los catalanes, sino solo de quienes comparten el dogma separatista. Borrell lo sabe muy bien, pero desempeña la cartera de Asuntos Exteriores y no la de ‘Interiores’. Una suerte para Torra-Puigdemont, una lástima para los demás; no se olvide que recibieron su nombramiento como una provocación. Sí, pretenden ser los amos.

Hay quienes, por otro lado, se desahogan tildando a Torra de nazi o de fascista. Me parece una pérdida de tiempo y de energía, es golpear en el vacío. En un trabajo reciente, el historiador Enric Ucelay ha escrito: «¿Catalanistas fascistas? Sí, han existido. Sin duda. ¿Un catalanismo fascista organizado? No. Nunca se ha estructurado». La razón de ello sería una falta de espacio en el mercado de la política catalana y la ausencia de una coyuntura propicia para activarse. Sea como sea, esta es una cuestión académica y bizantina de la que ninguna luz efectiva podemos esperar. En cambio, los escritos de Torra (y no solo sus tuits) demuestran de forma reiterada unas convicciones racistas y una fehaciente sed de hostilidad hacia los catalanes que no comulgan con su ideología separatista y hacia el resto de españoles.

Analicemos ahora lo ocurrido en Barcelona con motivo del primer aniversario de la matanza de Las Ramblas. Los Reyes no podían faltar al acto de homenaje a las víctimas, y no lo hicieron. Pocas horas antes de su llegada, Torra (representante del Estado en Cataluña como presidente autonómico) deseó suerte a los ‘carrer borroka’ que pensaban abuchear e insultar al jefe del Estado.

Todo esto no es aceptable, ni es justo ni es normal. Como tampoco lo es que declarara la misma tarde del 17 de agosto, frente a la cárcel de Lledoners, que «debemos atacar al Estado español», y que este es un compromiso de todo su Gobierno. ¿Qué dijo de todo esto la vicepresidenta Carmen Calvo? La inequívoca frase le pareció, como no podía ser de otro modo, inaceptable, pero apostilló que «con frases no se ataca al Estado». Hombre, ¿qué son pues los ataques verbales? Que sigan echando balones fuera desde el Gobierno de España. No desaprovechó, en cambio, la oportunidad de atacar a Ciudadanos por tener un discurso radical absolutamente «inentendible» cuando resulta ser el más coherente (se esté o no de acuerdo con él). Calvo incluyó en el reproche al PP, sin duda para pegar doblemente al partido que preocupa, la formación naranja.

Volviendo al acto de las víctimas en Barcelona, no se puede omitir una cita de las pancartas que se extendieron en unos balcones de la plaza de Cataluña. Una ponía al Rey boca abajo y declaraba que no era bienvenido en los países catalanes. Los Mossos d’Esquadra, usados como Policía política, hicieron ver que la quitaban y la dejaron igual. Más allá del problema de seguridad que se originó, hay que reseñar el afán oficial de menospreciar y ofender.

En 1958, Orson Welles dirigió ‘Sed de mal’. En esta película, Charlton Heston, agente de la Policía de narcóticos, le increpaba a Welles, jefe corrupto de la Policía local: «En un país libre, la Policía debe hacer cumplir la ley y la ley protege a culpables e inocentes». «¿Quién manda, la Policía o la ley?».