El odio es lo de siempre: la oposición. El odio es la crítica al Gobierno, el cuestionamiento de sus dogmas, el disenso a su consenso
La secuencia fue impecable. Un fiscal del Gobierno, da igual cuál, salió en una televisión recomendando una medida que el Gobierno pretende implantar. ‘Medida’ y ‘ley’ despliegan para este Gobierno un significado algo más amplio de lo habitual. Tienen una visión del mundo, de España y de lo justo, e intentan de cualquier manera que la realidad se convierta poco a poco en su visión. Los “delitos de odio” son su nuevo juguete. Un martillo con el que pueden ir quitando lo que sobra en España y metiendo a la fuerza lo que consideren necesario.
Poco antes o poco después de las palabras del fiscal una ministra, da igual cuál, salió en twitter -aprovechando el asesinato de un niño- a defender la necesidad de avanzar en su programa legislativo. Hay que acabar con la impunidad y el anonimato en las redes para acabar con el odio, que a su vez acabará con la violencia, venía a decir. Y qué es el odio, se preguntarán. Pues el odio es lo de siempre: la oposición. El odio es la crítica al Gobierno, el cuestionamiento de sus dogmas, el disenso a su consenso. En realidad es muchas más cosas, claro. A veces el odio es odio. Pero, incluso cuando el odio es odio, es sólo odio. Menos para el Gobierno, sus fiscales, sus legisladores, sus palmeros y su sistema de opinión. Para todos ellos el odio es delito. El delito debe ser perseguido. Y el odio, recordemos, es la crítica al Gobierno.
Aquí es cuando un lector centrado, ni de unos ni de otros, extremadamente moderado, tuerce el gesto. Ya estamos con las hipérboles. El Gobierno -el PSOE- puede ser muchas cosas. Puede haber amnistiado a los políticos que dieron un golpe de Estado. Puede haber convertido en socios parlamentarios a esos golpistas. Puede haberse situado al frente de la turba para expulsar a los policías de los hoteles tras el 1-O. Puede haber concedido una suprema amnistía a los dirigentes del PSOE y afiliados del gobierno andaluz implicados en el caso ERE. Puede, al mismo tiempo, haber sepultado la presunción de inocencia para los crímenes que engordan sus discursos. Puede seguir aplicando las políticas etnolingüísticas de los nacionalismos catalán y vasco. Puede haber construido una alianza política, pero sobre todo moral, con los defensores de los asesinos de ETA. Puede haberse instalado sin ninguna duda en la autocracia, con la superación de la separación de poderes y de los mecanismos de control al Gobierno. Puede llevar más de media década gobernando de la peor manera posible, con los peores. Pero, ¿convertir cualquier crítica al Gobierno en delito de odio? Hombre, no exageremos.
Sugerir, tal vez, en bajito, que en algún momento habrá que dejar de decir que España es, absoluta y categóricamente, tierra de acogida para los inmigrantes
Bien, vayamos a los hechos.
“Toda mi condena a las declaraciones de líderes del PP que azuzan directamente al odio y estigmatización contra casi cualquier persona migrante y racializada para propagar gratuitamente este odio, cargado de estereotipos y, en muchos casos, de información falsa”.
¿Qué son los delitos de odio? Pues, entre otras muchas cosas, tener un discurso sobre inmigración distinto al del Gobierno y al de los medios de filtraciones y declaraciones oficiales. Decir que hay patrones en determinados crímenes que se relacionan con nacionalidades y culturas concretas, sin que esto implique que cualquier miembro de esas nacionalidades y culturas haya de ser un delincuente. Señalar que España tiene multitud de frentes abiertos con Marruecos, y que la política migratoria puede ser un arma política. Recordar que el mayor riesgo de atentados en Europa no proviene de la extrema derecha, sino del terrorismo islamista. Sugerir, tal vez, en bajito, que en algún momento habrá que dejar de decir que España es, absoluta y categóricamente, tierra de acogida para los inmigrantes. El Banco de España publicaba hace poco en un informe que necesitaríamos, para 2053, casi 25 millones más de inmigrantes en edad de trabajar. No 25 millones de inmigrantes; 25 millones más de los que se prevén para 2053. España no llega hoy a los 50 millones de habitantes. Delito de odio es hacer la cuenta.
El salto que da el Gobierno es importante. Ya no se limitan a gritar que quienes levantan mínimamente la ceja ante las implicaciones de las políticas migratorias actuales son fascistas y odian al diferente, porque saben que cada vez cuesta más disfrazar la realidad. Tienen que ir un paso más allá. Y ese paso consiste en convertir el odio en delito, después de haber convertido la crítica en odio.
La preocupación fingida de estos días por la democracia y la convivencia esconde una tendencia totalitaria evidente. ‘Esconde’ de aquella manera, sin esfuerzo, como los fantasmas de Scooby-Doo
La exigencia de que desaparezca el anonimato en redes va en la misma línea. Y el Partido Popular, sorprenda o no, también va en esa misma línea. “El anonimato no puede servir en ningún caso para hacer declaraciones que con nombre y apellidos no harías”, sostenía la semana pasada un portavoz del PP en el Senado. Los tertulianos profesionales habituales llevan días aplaudiendo este nuevo consenso de Estado. Es normal. Ya no pueden vender la idea de que son los conformadores exclusivos de la opinión pública, aunque en realidad se limiten a difundir mensajes enviados desde las sedes de los partidos. Desde hace tiempo hay gente sin apellidos, sin padrinos o sin redacciones históricas hablando de temas que no convienen. Saliéndose del guion oficial. Comprobando lo que dicen los expertos. Haciendo cuentas sobre tendencias poblacionales. Escudriñando informes ministeriales y presupuestos públicos. Poniendo palos en unas correas de transmisión que iban como la seda. Ésa es la razón de fondo del nuevo clima contra el anonimato en las redes, no las amenazas ni la violencia. Para lo otro, lo verdaderamente criminal, el seudónimo no ofrece más protección que un amuleto.
La preocupación fingida de estos días por la democracia y la convivencia esconde una tendencia totalitaria evidente. ‘Esconde’ de aquella manera, sin esfuerzo, como los fantasmas de Scooby-Doo. Siempre es lo mismo, siempre son los mismos, siempre las mismas palabras. Portavoz municipal del PSOE hace unos días, en twitter, con nombre y apellidos:
“Alfonso, si no vas a cometer delitos de odio no te va a afectar. Pero insisto, si no vas a cometer delitos”.
Nada de lo que se está diciendo sobre este ataque organizado a las libertades desde el poder es hipérbole; es historia.