Ustedes perdonen que empecemos por lo anecdótico. Resulta que el portavoz de la lista Puigdemont, la cosa oficialista, tuvo que recurrir al panteón de las tumbas fla meantes, y ni siquiera se lo sabía. Quim Torra erró a placer, seguro que por ignorancia.
Dijo que Francesc Macià falleció en el exilio, pero murió en su cama. Aseguró que Josep Tarradellas acabó extraterrado, pero falleció en casa, hostigado por Jordi Pujol. Y arrancó al fracasado banquero de su final corrupto para loar su arqueológica y gloriosa oposición al Caudillo, en 1959, ante jueces militares.
Cuando uno tiene que acudir al cenotafio, es que carece de argumentos vivos. El procés es un cementerio. Porque Europa lo rechazó. Porque el Estado de derecho lo derrotó. Porque la economía lo ninguneó. Porque no obtuvo los votos necesarios. Contra todo lo que prometían.
Cierto. Pero algunos pretendieron ayer seguir cebando tanto al obsoleto procés como a los conductos de la fantasmal República independiente, pobrecilla, nacida muerta.
Vean la secuencia de las resoluciones parlamentarias. Primero, los del clan Puigdemont buscaban “ratificar la confianza” en el prófugo “como presidente”, a todas luces ilegal. A la CUP, que es la que sigue mandando en este eterno chapapote, no le bastaba: propugnaba encarar “la restauración de la República” sin “aceptar ninguna prohibición del Estado”, propuesta continuista del golpismo de otoño, destinada a la papelera.
Al cabo aprobaron una moción ni chicha ni limoná en la que se reivindicaba la “voluntad democrática” expresada en el seudo referéndum del 1 de octubre.
Aunque fuese una declaración semidesnatada, igual ofrecía flecos de vulnerabilidad legal. Los de Ciudadanos así lo interpretaban, y anunciaban que recurrirían al Tribunal Constitucional.
Pero la suerte de la resolución es asunto de menor cuantía. Por debajo, lo que palpitaba es si los indepes se someten a la legalidad; si acatan la dictadura estrambótica del fugitivo en Bruselas; o si proponen un chapapote: saludo marcial al pastelero carlista de Amer.. O saludo simbólico y vaciamiento de sus competencias en favor de un nuevo president efectivo dentro de la legalidad, con la contrapartida enseguida anunciada de la renuncia fáctica del excursionista.
Es posible que a este dilema, encauzado, le falten muchos desarrollos. Y que haya que esperar todavía, santa paciencia, nuevos detalles para saber si seguimos en el chapapote del doble lenguaje (probable) o nos lanzamos finalmente al lenguaje de agua clara y transparente (deseable). Si estamos en enmascarar el golpe o en el golpe de la máscara.
Más interesante que la hermenéutica de la bipolaridad secesionista —aquí los del PdeCat como una CUP pija; allá una Esquerra, ay, de repente pragmática— afloraron los portavoces de la oposición.
Cuando Inés Arrimadas, directa y hasta un punto brutal, interrogaba con acierto si lo que pretendían los líderes indepes era proseguir con su “ficción” varios meses y seguir chupando del bote, acertaba en una pregunta sin respuesta oficial: alumbraba una contestación imposible.
Cuando el socialista Miquel Iceta, más florentino, más incluyente y en el podio de mejor parlamentario, reclamaba ante todo “respeto” a todos, y también para la oposición, daba en el clavo del democratismo antiautoritario que contrapuntea al procés redivivo.
Respeto, ay, pedía: ningún nuevo president inculpado, porque no podría dedicarse a gobernar, sino a defenderse, esa obviedad, pues “romper la legalidad nos ha conducido al 155” y no al revés.
Entre medio, hay 162.742 menores que habitan “hogares de privación severa”; 20.000 familias que esperan la renta garantizada de ciudadanía; los desahuciados que suponen una cuarta parte del total español; los perjudicados por el alza del precio del agua producto de la chapuza de la privatización de Aigues del Te-Llobregat (frenada por los tribunales), la única operación de envergadura que realizó el Govern de Artur Mas, a cargo del gran Andreu Mas-Colell.
Es eso lo que está pendiente tras la intervención de la Generalitat. Lo que los fanáticos del 155, los secesionistas, propician. “La ausencia de Govern perjudica a la economía”, concluyó Iceta.
Ojalá su diagnóstico sea cierto, porque la curación sería posible: bastaría con fraguar un nuevo Gobierno autonómico. Que bastase un cambio contundente de gestores y de rumbo. Pero puede suceder que el enfermo esté peor.
Ustedes perdonen la incrédula ingenuidad. Lo de ayer puede ser una pantomima para reincidir en el procés unilateral e ilegal; o una coartada para que Puigdemont se resigne de verdad a dedicarse al parchís, como luego prometió.
Lo sabremos muy pronto.