Juan Carlos -ABC
- Tras los nuevos currículos académicos, se podría resumir la cuestión: ¿cómo prefiere usted que analfabeticemos a su hijo, en catalán o en castellano?
La erradicación del castellano en la escuela catalana se subsume en la lógica de la dominación. Una que se vale de los aparatos del Estado. A ver si empleando las categorías de Michel Foucault y Louis Althusser se despierta la izquierda leída. Es la penetración ideológica de la sociedad, y no la defensa de ninguna lengua, lo que se ha buscado y obtenido en el desdichado laboratorio catalán.
Una democracia liberal se puede organizar territorialmente con patrones centralistas o federalizantes sin perder su naturaleza. Pero esa no es la cuestión, por mucho que hacia ahí hayan despejado el balón todos los gobiernos españoles, de izquierda y de derecha. Recuerdo la imposibilidad de razonar con el ministro de Educación de Rajoy.
Respondía a mis preguntas parlamentarias invocando la descentralización en materia educativa. Expediente que permitía no solo despachar el asunto sino mantener congelada, infradotada e inútil la Alta Inspección del Estado.
Tras los nuevos currículos académicos de primaria y secundaria, se podría resumir la cuestión con esta pregunta: ¿cómo prefiere usted que analfabeticemos a su hijo, en catalán o en castellano? Pero ni siquiera en la modalidad del aborto intelectual a practicar tienen voz los padres. En Cataluña se analfabetiza a sus hijos en catalán. Para la diminuta minoría familiarizada con las teorías de la nueva izquierda, la causa de la supuesta defensa de una lengua minoritaria y la reciente conversión de la asignatura de Historia en un montón de basura ideológica inspirada en los ‘studies’ de la academia estadounidense, forman parte de un mismo artefacto ideológico articulado. Son luchas equivalentes.
Que esto no lo vea la derecha de la centralidad es natural dada su renuencia a estudiar al adversario. Que no lo denuncie la socialdemocracia española es sencillamente una traición a su supuesto compromiso con la causa de la igualdad (ante la ley y de oportunidades), con la contemplación de la educación como ascensor social y con el mero concepto de ciudadanía. Estas verdaderas causas, que son las de la democracia liberal, que son las de nuestra Constitución, no son ideológicas. Sin ellas, nos convertimos en una nación a la deriva y en disolución.
Como era previsible, el nacionalismo catalán, que incluye a los partidos golpistas y al PSC, se ha entregado a la búsqueda de fórmulas seudodemocráticas para eludir el cumplimiento de la sentencia judicial que, aunque discretamente, impone el fin del sistema de inmersión. La gran operación de supeditación clasista que se esconde bajo la bandera de la defensa del catalán ha triunfado siempre hasta ahora. Sin embargo, si volviera a triunfar esta vez sería a costa de varios principios inviolables en un Estado democrático de derecho. Por eso el acatamiento o no de la sentencia del 25% es el indicador perfecto para comprobar si seguimos viviendo en democracia.