«Nunca los socialistas se han enfrentado a una catástrofe semejante», aseguraba el pasado domingo noche, pocas horas después de cerrados los colegios electorales, uno de los colaboradores habituales del diario Le Figaro. La candidata socialista, Anne Hidalgo, alcaldesa de Paris, apenas había alcanzado el 1,73% de los votos emitidos en las presidenciales galas. El peor resultado de la historia del Partido Socialista Francés. «Sé lo decepcionados que estáis esta noche», reconoció Hidalgo desde su cuartel general, instalado en una antigua estación de tren transformada en bar de moda en el distrito 14. «Haremos todos juntos el balance de lo ocurrido de manera objetiva, pero ya os advierto que yo nunca me rindo y que seguiré poniendo toda mi energía en la conquista de una Francia republicana más fuerte y más bella, porque es más justa». Nada de irse a su casa y abandonar la política tras batacazo tan monumental.
Ella no se rinde y no está dispuesta a abandonar la dirección del partido socialista, a pesar de la evidencia de que han sido los votantes franceses los que han abandonado al partido socialista. Lo hicieron ya hace mucho tiempo, porque de François Mitterrand a esta parte el PSF no ha dejado de perder terreno en el corazón de la izquierda gala hasta convertirse en un partido testimonial. Lo mismo ocurrió hace ya mucho tiempo en Italia con el Partido Socialista Italiano de Bettino Craxi, exprimer ministro italiano entre 1983 y 1987, el político que terminó sus días en el exilio de Túnez tras huir de la justicia italiana por la trama de corrupción Tangentopoli. Desde entonces el PSI ha desaparecido del mapa, como ha desaparecido la Democracia Cristiana, el otro gran partido sobre el que se vertebró la vida política italiana tras el final de la II Guerra Mundial. Lo mismo ocurrió en Grecia con el PASOK, el partido socialdemócrata que gobernó el país durante gran parte de los ochenta y los noventa del siglo pasado, convertido hoy en un cadáver imposible de encontrar salvo en las hemerotecas. En el arco mediterráneo, solo el Partido Socialista Obrero Español (PSOE) sobrevive a la liquidación por derribo de unas formaciones que hace mucho tiempo que dejaron de representar los intereses de aquellos a quienes teóricamente decían defender.
Entre los grandes países de la UE, el socialismo solo resiste en España. Solo resiste el PSOE como una auténtica excepción, aún más llamativa tras los desastres que los Gobiernos del puño y la rosa han significado para la vida de los españoles
Porque el Partido Socialista Portugués (PSP), al menos a las órdenes de su actual secretario general, Antonio Costa, hoy primer ministro portugués, sigue siendo fiel a los postulados de esa socialdemocracia que, unas veces gestionada por la izquierda y otras por la derecha, gobernó Europa tras la derrota del nazismo y hasta fecha muy reciente. Todo eso, sin embargo, es ya reliquia del pasado. En Italia desde luego, pero también en Francia. El PS está en trance de desaparición, cierto, como también lo está Los Republicanos (LR), el partido heredero de la derecha gaullista que, con el propio PS, dio vida a la V República. Entre los grandes países de la UE, el socialismo solo resiste en España. Solo resiste el PSOE como una auténtica excepción, aún más llamativa tras los desastres que los Gobiernos del puño y la rosa han significado para la democracia y el nivel de vida de los españoles. Justo es reconocer en los primeros de Felipe González una significativa aportación del socialismo democrático a la extensión de derechos sociales a casi todas las capas de población, además de contribuir a la consolidación de la democracia. Sin embargo, el final del felipismo en el año 96, precedido por la mayor cadena de escándalos que ha conocido la Transición, y hemos conocido unos pocos, dejó las instituciones convertidas en un solar sobre el que muchos entonces pensaron que jamás volvería a ondear la bandera del puño y la rosa.
De desacreditar el vaticinio se encargaron los atentados del 11-M, aquella masacre que tan decisivamente cambió la historia de España, más los groseros errores cometidos por José María Aznar en su segundo mandato con mayoría absoluta. El recuerdo de la herencia dejada por los Gobiernos de Rodríguez Zapatero está muy presente en el imaginario colectivo como para que merezca la pena entrar en detalles. Convertido hoy en un simple comisionista del régimen criminal de Maduro y de otros de similar porte en Iberoamérica, Zapatero imprimió en el PSOE un giro de 180 grados a la praxis socialdemócrata que había presidido la vida de tantos partidos socialistas europeos, para convertirlo en una izquierda radical empeñada en la reinterpretación de la Guerra Civil, y la impugnación del gran pacto de reconciliación entre vencedores y vencidos plasmado en la Constitución del 78. Nueva vida a «las dos Españas» y puerta abierta a los viejos demonios familiares históricos de los españoles que la Carta Magna parecía haber encerrado bajo siete llaves. Su herencia en el terreno económico no puede calificarse sino de desastrosa, poniendo a España al borde de un rescate financiero del que el Gobierno Rajoy escapó por los pelos.
Que fue quizá lo único bueno del Gobierno de una derecha que volvió al poder por una motivo casi de física elemental. Porque no había nadie más que pudiera llenar el vacío de poder dejado por la debacle zapateril. De la tragedia que para la España urbana, culta y sedicentemente liberal significó el fracaso de la segunda mayoría absoluta de que dispuso esa derecha para haber acometido las reformas de fondo que reclamaba el país ya desde mediados de los noventa, no hay mucho que escribir a estas alturas, porque está casi todo dicho. Alguien ha escrito estos días que Mariano Rajoy, a quien el PP sigue sacando en procesión cuando la ocasión lo requiere, no pasaba de ser «un vago atornillado a un sillón con la única virtud de la paciencia». Lo peor del personaje, no obstante, consistió en abrir la puerta al Gobierno de un buscavidas de la política, un descuidero enfermo de egolatría sin oficio ni beneficio y sin una ideología muy clara, si bien emparentado con la llegada al poder en otros países no muy lejanos de auténticos autócratas poco o nada escrupulosos con la ley y la dignidad de las instituciones.
En España, a la crisis del socialismo ha respondido Sánchez haciéndose podemita, escorándose hacia la izquierda radical llevado en volandas por una militancia igualmente radicalizada que nada tiene que ver con las clases medias socialistas que prosperaron con la Transición
Zapatero, Rajoy, Pedro Sánchez, incluso el pobre Casado recientemente defenestrado de la dirección del PP, no son sino evidencia de la degradación de los modernos «partidos del turno», PSOE y PP, responsables de haber conducido el brillante proyecto constitucional nacido en 1978 hasta el albañal de su actual degradación. De algún modo, España resulta hoy una anomalía en el panorama político de la UE. Ya se ha aludido a la compleja situación por la que atraviesan los dos partidos que construyeron la V República y dominaron la política gala durante más de medio siglo. La candidata de LR, Valérie Pécresse, consiguió el domingo pasado el peor resultado electoral de la historia de las derechas francesas con el 4,79% de los votos. Del pozo sin fondo en el que Anne Hidalgo y su 1,74% han hundido al socialismo francés ya se ha dicho casi todo. Un partido dividido entre quienes propugnan una especie de refundación y quienes son partidarios incluso de crear uno nuevo, olvidándose de las viejas siglas e incluso del socialismo, sustituido por un mejunje de ideas, entre ecologismo y feminismo, tan familiares a oídos españoles. Una España en la que PSOE y PP siguen, con todos sus achaques, manejando a su antojo el aparato del Estado, «anomalía» que algunos atribuyen a nuestro retraso en incorporarnos a las grandes corrientes de la historia, a ese terrible siglo XIX que España vivió aislada y ensimismada, enfangada en guerras civiles que impidieron su conexión con el naciente constitucionalismo europeo, y a una crisis del 98 que no hizo sino aislarnos aún más, aislamiento que no logró romper la llamarada fugaz de la República ahogada en el desorden que no supo reprimir.
PSOE y PP. Ambos muy malitos, muy castigados por las deserciones, muy enfermos por la corrupción crónica. Del árbol hendido por el rayo de la incuria de los Gobiernos de Rajoy se desgajó su parte más liberal para formar Ciudadanos como expresión de protesta contra la renuncia criminal de la derecha a dar respuesta constitucional contundente al separatismo catalán. Mientras tanto, la parte más conservadora se refugiaba en unas nuevas siglas que hoy reciben los más furibundos ataques de los beneficiarios de un sistema que se cae a pedazos pero del que viven millones de gorrones aferrados a los bajos de la subvención. Lo de «facha» es el calificativo más suave que se puede leer diariamente en la prensa. La realidad es que en Vox, cúpula al margen, militan millones de españoles cabreados hasta la náusea con la quiebra de un país que lo es también de su proyecto vital, el de su familia, y el del futuro de sus hijos y nietos. La partida entre Santiago Abascal y Alberto Núñez Feijóo está por decidir y todo dependerá de la habilidad del gallego para pescar en caladeros de centro izquierda do mora mucho socialista avergonzado, manteniendo inhiesto el dique de contención que representa Díaz Ayuso frente al crecimiento de Vox.
Al PSOE le surgió por la izquierda una corriente muy potente tras el movimiento del 15-M. Pablo Iglesias, un vividor de la política, un charlatán con ínfulas de los muchos que pueblan la novela picaresca española, pudo dar la puntilla con Podemos a un PSOE muy castigado por el desastre del Gobierno Zapatero, pero el muy cretino descubrió demasiado pronto sus cartas: como buen comunista, él solo pretendía hacerse rico cuanto antes y habitar casoplón con piscina y jardín. Elemental. Sánchez llegó al poder mediante una sentencia manipulada por la mafia judicial que hoy se ha apoderado de la justicia española sin el menor recato, sentencia que sirvió para orquestar una moción de censura que exigió el apoyo de quien todos sabemos. Tras las primeras generales de 2019, el sujeto despreció un acuerdo con Cs que le hubiera otorgado una cómoda posición (180 diputados) para gobernar para a la mayoría de los españoles, algo que nunca entró en sus planes, porque él ya había elegido compañeros de viaje. Las segundas generales de 2019, de las que salió mal parado, le arrojaron en brazos de Iglesias y del resto de «especies protegidas» de la periferia. Todos constituyen «la banda» tan gráficamente denunciada por Albert Rivera en su día. Hoy, en efecto, nos gobierna una «banda» al frente de la cual se halla un tipo al que en el otoño de 2016 el propio PSOE expulsó de la secretaria general por miedo a que terminara aliándose para gobernar con los enemigos de la Constitución y de la nación de ciudadanos libres e iguales.
Pedro Sánchez Pérez-Castejón es el gran enemigo de nuestra democracia, la amenaza de nuestras libertades. No lo es la pequeña élite de Podemos dispuesta a soportar cualquier desplante con tal de conservar una buena nómina, ni lo son esos millones de votantes de Vox que buscan restaurar su proyecto vital
El PSOE de Sánchez no se parece en nada al que conocimos en la Transición. Es otro partido cuya relación con la socialdemocracia clásica es pura quimera. La crisis terminal del socialismo galo hizo surgir en el país vecino el movimiento de la «Francia Insumisa» que lidera Jean-Luc Mélenchon, lo más parecido a nuestro Podemos o el 21,9% del voto en la primera vuelta de las presidenciales. En España, a la crisis del socialismo ha respondido Sánchez haciéndose podemita, escorándose hacia la izquierda radical llevado en volandas por una militancia igualmente radicalizada que nada tiene que ver con las clases medias socialistas que prosperaron con la Transición. Los supuestos intentos de Sánchez por «centrarse» de que alardean sus relatores solo pueden mover a la risa. Es imposible virar al centro para quien tiene los socios que tiene, vive en el alambre de la mentira permanente y en el deterioro continuado del prestigio de las instituciones. Con una crisis de deuda en el horizonte cercano, algo que parece inevitable tras la decisión del BCE de subir tipos y dejar de comprar toda la deuda neta que emitimos a partir del verano, la necesidad de un ajuste salvaje de nuestras cuentas públicas más que una necesidad se presenta como una obligación forzada por nuestra pertenencia al euro. El punto de no retorno para este aventurero sin escrúpulos.
Si calamitosa es la situación de nuestras finanzas públicas, fenómeno agravado por las sucesivas crisis y la falta de crecimiento, peor lo es la pérdida de calidad de nuestra democracia a cuenta del deterioro constante al que están sometidas las instituciones desde junio de 2018. Tras el final del felipismo y su catarata de escándalos, tras el adiós del zapaterismo provocado por el hundimiento de la economía, parecía imposible asistir al experimento de un líder socialista todavía peor, más desvergonzado, más adánico. Lo hemos conocido, se llama Pedro Sánchez Pérez-Castejón. Es el gran enemigo de nuestra democracia, la amenaza de nuestras libertades. No lo es la pequeña élite de Podemos dispuesta a soportar cualquier desplante con tal de conservar una buena nómina, ni lo son esos millones de votantes de Vox que buscan restaurar su proyecto vital bajo la escarapela del respeto a la ley y a su modo de vida. Lo es este personaje a quien sostienen «esas élites culturales progresistas que han concentrado su energía intelectual y política en las minorías sexuales y étnicas generando unas violentas guerras culturales (…) mientras se olvidaban de los deseos, temores y necesidades de una mayoría de la clase media y obrera» (Eva Illouz, El gran retroceso). Lo es este personaje a quien aún parece respaldar el veintitantos por ciento del electorado. El presidente de casi todas las televisiones. Y el presidente del Ibex 35. John Adams, segundo presidente de los Estados Unidos, recordaba en una carta dirigida al filósofo John Taylor que «nunca ha habido una democracia que no se suicidara». ¿Acabará haciéndolo la española, o sabrá, urnas mediante, enviar a Sánchez y al PSOE por la senda que han seguido todos los partidos socialistas que en el arco mediterráneo han sido?