Miquel Escudero-El Correo
¿Quién puede desear que le engañen, un moribundo? ¿Quién desea engañarse, un infeliz? Lo queramos o no, nuestra relación con la verdad y la mentira es un asunto capital en nuestra vida, la configura. A finales del siglo XII, el diplomático iraní de origen afgano Al-Harawi hizo inscribir en su tumba, en tierra siria, esta frase: «Que quien esto lea que no se deje engañar por nadie». Estaba en sintonía con lo que siempre había predicado: aunque se esté al borde de la perdición, jamás hay que rendirse. No es algo descabellado. Hay que notar que todo abusador transmite a sus víctimas la idea de lo inútil que les es defenderse; así, facilita su labor de deshonrarlas, les quita la estima y el respeto de su dignidad. Conviene enfrentarse a lo que no se quiere ver. Y de esto hablaremos en los próximos días, para combatirlo y superarlo en la medida de lo posible.
¿Nos preparamos para ser felices? ¿En qué consiste ser o estar feliz? Creer que ser feliz supone tenerlo ‘todo’ asegura la infelicidad, pues no es posible para nadie. En sus recientes reflexiones sobre el amor, Manuel Cruz cifra el ser feliz en saber lo que uno quiere y en saber desear, pero también en ‘hacer feliz’ a otras personas, querer la plenitud de su ser sin esperar compensación o el premio del reconocimiento. Es un gesto desinteresado, una actitud continua de benevolencia que expande contento y satisfacción.
Lo opuesto al amor es el odio. Imaginemos un epitafio en una tumba que pusiera: «Odió mucho y se consumió en la furia por destruir a sus enemigos». A nadie se le pone, pero es muy real.
Como dijo Ortega en sus ‘Estudios sobre el amor’: «Según se es, así se ama».