CAYETANA ÁLVAREZ DE TOLEDO-EL MUNDO
He leído con especial interés el discurso que Pablo Casado pronunció el sábado en Barcelona. Es un texto largo y, sobre todo a partir de la página cinco, recuerda mucho el estilo y contenido de algunas intervenciones de José María Aznar. Concretamente, la del 24 de octubre de 2012, cuando Aznar entregó a Mario Vargas Llosa el Premio a la Libertad de FAES. Aznar expresó entonces una idea que resultaría profética: «Cataluña no puede permanecer unida si no permanece española». Y advirtió: «La democracia es habilitación, pero también límite; es poder, pero también no poder». Esta frase se repite de forma exacta en el discurso de Casado, aunque ahora con un destinatario distinto. Donde Aznar se dirigía a Artur Mas, Casado lo hace a Albert Rivera.
Para personas de una cierta sensibilidad liberal, la competencia entre el PP y Ciudadanos había sido hasta ahora una excelente noticia. Viva el salvaje capitalismo electoral: de votantes cautivos –según humillante definición del ya ex asesor Arriola– a objeto de deseo y seducción de dos partidos distintos. Nunca nadie se había preocupado tanto por el realismo y la razón. Por los constitucionalistas. Por los defensores de la Transición. Por las víctimas del terrorismo. Por los contribuyentes. Por los autónomos. Hasta por los venezolanos. Rivera aparece en Ceuta; Casado se va a Melilla. Rivera reivindica a Adolfo Suárez; Casado nombra a su hijo presidente de la nueva fundación del PP. Y así casi todo. Hasta los lazos.
El 30 de agosto, Casado se descolgó con unas declaraciones extrañas: «No vamos a ir a las calles a generar crispación». ¿Cómo? El líder del PP se había desmarcado no sólo de Rivera, que en una valiente rectificación se plantó en la hostil Alella a retirar lazos, sino también de su propio secretario general. Leí la noticia en un pequeño tren rumbo a Ronda y me quedé estupefacta. Qué error tan absurdo, pensé. Casualidades de la vida, en el mismo vagón iba un miembro de la dirección del PP. Le pregunté. Masculló una justificación poco convincente. Intenté por otra vía. Me dijeron que eran cosas de EL MUNDO: «Los demás periódicos no titulan por ahí». Ya, ya. Pero la frase la ha dicho. Y peor aún, la palabra. Cris-pa-ción: es un vocablo gatillo, que en millones de ciudadanos dispara automáticamente los peores recuerdos de Zapatero, sus tratos con ETA, sus apaños estatutarios y sobre todo su intento de amordazar al PP. Al arrojar la crispación contra Rivera, Casado había asumido un léxico y una estrategia perversas. Y algo todavía más ilógico desde el punto de vista táctico: había trazado una conexión emocional entre Ciudadanos y las bases del PP, y entre sí mismo y un dirigente sectario.
Mi asombro en aumento, decidí apuntar más alto en busca de explicaciones. Una fuente cercana a Casado me lanzó un símil por WhatsApp: «Preferimos responder en las instituciones locales ante una huelga de limpieza antes que salir a barrer las calles». Santo cielo: comparan un golpe a la democracia con una huelga de barrenderos. Otra fuente invocó el ejemplo de Tarragona: «Si las instituciones hicieran su trabajo, no sería necesario que los vecinos se pelearan». Ya, ya. Pero dime: ¿Cuántas otras ciudades catalanas gobierna el PP? Y, sobre todo, ¿cuántas aspira a gobernar en un futuro inmediato? Seguí indagando, pero lo más que obtuve fue el compromiso de una aclaración por parte del propio Casado en su próximo mitin.
Pasaron los días y los actos, y llegó el sábado. Barcelona. Junta Directiva Nacional. Más que una aclaración lo que recibí fue una confirmación. De desliz estival, nada. El rechazo a la acción de Rivera responde a una posición política de fondo. De fondo y equivocada.
El discurso de Casado en Barcelona dedica párrafos vibrantes a la defensa de España contra las maniobras del PSOE y los nacionalistas. Tiene frases redondas sobre ideas verdaderas y valientes. Como cuando explica que la pérdida de libertad en nombre de la presunta paz entre españoles sería peor que la fractura social. Además, el discurso pretende ser proactivo, algo poco frecuente en el PP. Sin embargo, sus virtudes se diluyen ante la agresión a Ciudadanos. No es una frase ni un párrafo. Es la médula del discurso y está llena de trampas dialécticas y falacias argumentales.
Página siete en adelante. Casado empieza por reconocer que los constitucionalistas deben recuperar los espacios físicos y simbólicos secuestrados por el separatismo. Pero, para arrinconar a Rivera, pone el énfasis en «la forma» en que esa recuperación debiera producirse. Habla del grave error que supone contravenir las normas. Alerta contra el desprecio a las instituciones y el riesgo a la convivencia. Recuerda que «la identidad de los constitucionalistas» es la adhesión al Estado de Derecho. Es decir, da a entender que Rivera es un maverick y un irresponsable. Un tipo que quita lazos a lo salvaje, al margen de la ley y con riesgo para la paz social. Un personaje antisistema; prácticamente un peligro público. Esta frase: «Nadie debe pretender hacer la justicia por sí mismo». Y esta otra, que es a la vez un juicio de intenciones y una condena: «El Partido Popular nunca ha tomado una decisión política en Cataluña buscando el rendimiento electoral fuera de Cataluña». Uno del PSC diría: ¡Las firmas contra el Estatut! Yo digo: Los pactos del PP con Pujol.
El discurso de Casado tiene graves problemas. El primero es con la verdad. La retirada de lazos no contraviene ninguna ley. Tiene el aval expreso de la fiscal general del Estado. Y el propio viernes un juez archivó una denuncia de los Mossos d’Esquadra contra 14 personas identificadas por quitar lazos de noche y con la cara tapada. Rivera y Arrimadas iban con la cara descubierta y veinte cámaras.
Su segundo problema es con la Historia. Casado echa mano de la lucha contra ETA para avalar su posición frente a Rivera. Afirma: «No habríamos ganado nada entrando en las herriko tabernas para enfrentarnos a quienes aplaudían a los asesinos». ¿Seguro? Si los partidos se hubieran movilizado antes y con más convicción, quizás el terrorismo no habría durado tanto tiempo ni gozado de tanta aceptación social. De hecho, hubo personas que sí tomaron la calle y su ejemplo fue decisivo. Un caso memorable: ETA, qué simpática, había enviado a un concejal socialista una carta con la llave de su portal en el interior. Doscientos miembros de la plataforma ¡Basta Ya! se concentraron ante la sede de Batasuna en San Sebastián y lanzaron decenas de llaves a los pies de los proetarras. Eso es coraje. Y eso es también defender las instituciones democráticas.
El tercer problema del discurso de Casado es con la realidad. Afirmar que la única vía legítima de oposición es la institucional es desdeñar un hecho clave: la situación política de Cataluña es peor que la vasca en tiempos de Arzalluz o Ibarretxe. Las instituciones catalanas se han declarado en rebeldía… contra sí mismas. Eso son los lazos: una abdicación voluntaria y explícita de la primera responsabilidad institucional, la de representar y proteger a todos los ciudadanos por igual. Lo mismo vale para la policía autonómica. Casado sostiene que «no avanzamos nada si dejamos de confiar en nuestras Fuerzas de Seguridad del Estado». Todos confiamos en la Policía y la Guardia Civil. Si se refiere a los Mossos, habrá que concluir que el peor Marlaska ha tomado el PP. En cuanto a las instituciones del Estado, qué decir. ¿De verdad estamos obligados a confiar en un presidente investido por un prófugo? Porque el juez Llarena, como se ha visto, no puede con todo. Cuando las instituciones se convierten en parte estructural del problema, la solución debe buscarse desde dentro y también desde fuera. Eso es la movilización en la calle. Y eso es el liderazgo social. Por citar al referente histórico de Casado, que por cierto es el mismo de Rivera: ante un desafío existencial a la democracia, hay que plantar cara on the beaches, on the fields, in the hills and in the streets.
Por último, el discurso de Casado es un problema para sus propios objetivos estratégicos. Para los patrióticos y los partidistas. Acusar a Ciudadanos de poner en riesgo la convivencia es dar la razón a los nacionalistas. Es erosionar al constitucionalismo en un momento decisivo. Y es también debilitar al PP. Es regalar argumentos a los que siempre, siempre van a considerar a ambos partidos como un bloque ultra a batir. Esta frase del socialista Ábalos: «Hasta el PP está asustado con Ciudadanos». Como cuando Zapatero elogió a Soraya frente a Casado. Un baldón para el PP, una medalla para Ciudadanos y, sobre todo, un retroceso para la noble causa que comparten.
El nuevo líder del PP no ha dado aún con la tecla contra Rivera. Quizá porque esa tecla no existe. Sus partidos están llamados a ser, como mínimo, socios. Los diputados del PP sienten ante Ciudadanos una mezcla de aversión y pánico. Miran por su escaño. Pero los simpatizantes de este nuevo liberalismo antinacionalista son distintos. La inmensa mayoría sí valora que sus dirigentes prediquen con el ejemplo en defensa de la democracia. Como aplauden, con legítima euforia, que a una comisaria de TV3 se le diga la verdad a la cara. Y en cuanto a los periodistas, nuestros mediadores, pues… Esperaban un discurso histórico en Barcelona. Los más amables titularon: «Casado pide un 155 con carácter preventivo». Como Rivera, después que Rivera.