- Un ambiente de derrota inunda La Moncloa. Algunos puntales se hunden. López y Hernando se desploman. Los Migueles flojean. Sánchez prepara cambios. Se adivina otra degollina..
«Ponga orden en su partido, señor Feijóo«. Es la letanía que los voceros socialistas repiten estos días con desoladora insistencia. Se han quedado sin guion, huérfanos de ideas, vacíos de mensaje. «Echo de menos a Casado, que no tenía miedo de enfrentarse a Ayuso», cacarea la ministra de Justicia, Pilar Llop, jueza de carrera, feminista de ejercicio, en su inhábil intento de ocultar la severa crisis que sacude al Ejecutivo. Moncloa sufre un ataque de nervios que deviene en paranoia. Ya nadie se fía de nadie y soplan de nuevo los vientos de cambios y escabechina. El presidente del Gobierno se ha refugiado en el Palacio atlántico de La Mareta donde esquiva las críticas y aventa responsabilidades en un enfático ejercicio de su estrategia de la inmoralidad.
Su última cabriola le salió de pena. El relevo de Lastra por Alegría y el de un Gómez por un López (Patxi nadie) tuvo un efecto tan fugaz como el paseo de las Perseidas. Un visto y no visto. Fuegos de artificio, un leve fogonazo y de nuevo, la oscuridad. «La realidad es difícil, pesada y vulgar», recordaba Pla. El cambio en Ferraz pretendía dar impulso a un partido alicaído, hecho polvo tras la derrota andaluza. Buscaba recuperar el tono antes de las vacaciones.
Le sugieren el recurso onanista de la corbata, que hace suyo, en un ardid desesperado. Él mismo lo desbarata subiéndose después al Puma y al Falcon, sus juguetes favoritos, tan ofensivos
La sentencia de los EREs arrasó con todo. El partido más corrupto de la democracia. Llegó luego el peor dato del paro desde 2001. Y la peor cifra de inflación desde 1985. Una pesadilla incontenible, un aluvión de desastres. «Aquí no hay un día sin malas noticias», reconoce un veterano del partido. Últimamente, más. La normalización del cataclismo. No levantan cabeza. El líder se enrabieta, contrae la quijada con esa mueca cínica de quien masca una ira destemplada. Urge ideas, reclama soluciones. Le sugieren el recurso onanista de la corbata, que hace suyo, en un ardid desesperado. Él mismo lo desbarata subiéndose después al Puma, y al Falcon, sus juguetes favoritos. La vindicación despótica de un espíritu absolutista.
Recurren entonces a las medidas de ahorro de energía, tan improvisadas y chapuceras que provocan estupefacción en Europa. Sin pactos ni consensos. Sin acuerdos con los Gobiernos autonómicos que las han de aplicar. Sin pedir opinión a los empresarios que las han de sufrir. Ordeno y mando. La vicepresidenta Teresa Ribera se adentra por un sendero desquiciado. Quizás un pánico desaforado le lleva a dictar órdenes inconexas. Apagón de escaparates, bajada de termostatos, cerrojazo de puertas en plena pandemia… En la Europa estrangulada por el gas de Putin (Alemania, Italia, Francia...) van más despacio, por la vía de la sensatez y la prudencia. Consultan a los afectados, estudian alternativas, expurgan obstáculos, miden consecuencias. Ribera, de una belicosidad destartalada, impone la misma norma para una tiendita de Écija que para grandes almacenes de Bilbao. En su texto rabioso mezcla la iluminación de Zara con el control de emigrantes, los barcos pirata con la tarifa de aeropuertos, los aviones deportivos con los concursos públicos. Doscientos disparates cada tres renglones.
En la tradición de la casa, Sánchez elude sus responsabilidades, desvía el foco de la pavorosa inflación y el descontrolado desempleo y lo centra en una palinodia de excéntricas medidas con la que ocupa la pista central del circo. Si Ayuso protesta, ‘insumisa’: Si los particulares se enojan, ‘egoístas y fachas’. La moralina solidaria cumple su efecto en una sociedad atontolinada y sonsa. Todos culpables menos el Gobierno. «Claro, hay que ahorrar energía», responden sumisamente las encuestas en la tele. Nadie sabe cuánto se ahorra, si es que algo se ahorra, porque nadie lo ha explicado.
También flojean los Migueles, Miguel Barroso y José Miguel Contreras, rectores máximos del aparato de propaganda del sanchismo, liquidadores de Iván Redondo, a quien han hecho bueno, convencidos de que basta con Prisa y Tele5 para ganar las elecciones
Esto no es un plan, es un trágala. Hasta los espíritus más ovinos mascullan dudas y reproches sobre el apagón. Vaya usted al metro con 36 grados fuera y 27 dentro. No es esto, no es esto. La factoría de ficción de la Moncloa funciona como un cachivache destartalado. Las incorporaciones de Óscar López y Antonio Hernando al Gabinete presidencial, repescados ambos de la vieja guardia zapateril y miembros del clan de los ‘pepiños’ (Pepiño Blanco y su socialismo de los negocios) no rulan. En Ferraz los llaman ‘los koalas’ por su tendencia a la haraganería. También flojean los Migueles, Miguel Barroso y José Miguel Contreras, rectores máximos del aparato de propaganda del sanchismo, liquidadores de Iván Redondo, a quien han hecho bueno, convencidos de que es suficiente con Prisa y Tele5 para ganar las elecciones. «Con la SER me basta y me sobra», decía Pérez Rubalcaba. Eran otros tiempos, no había internet y las batallas internas en la familia del progreso no exhibía los rasgos cainitas de ahora, Roures contra Ferreras, los Migueles -uno en particular- contra Bardají… Las encuestas no dan tregua y Feijóo crece a un ritmo lacónico y cartesiano.
Sánchez urde en su retiro atlántico (el año pasado se llevó a 80 invitados, 80) una serie de fórmulas inclementes que le allanen el camino hacia las elecciones de mayo. En la rentrée habrá crisis de Gobierno. Algunos ministros ya tienen cara de cesados. Una sola realidad, febril y angustiosa, se ha apoderado de los pasillos del ‘sanchismo’. Se impone un aire de fin de ciclo y sálvese quien pueda. «Ya sabemos que perdemos. La única orden es terminar la legislatura». Es el comentario unánime en los despachos del poder. Ministra Isabel Rodríguez, en su inopia manchega, es la única que no se entera. Nadie se lo cuenta.