Agustín Valladolid-Vozpópuli

  • Puigdemont dice que rompe; un año después Mazón sigue sin dimitir; y Sánchez es interrogado por una comisión que investiga la corrupción. Todo muy edificante

Apenas nos queda asombro al que recurrir. Hablo de los que vivimos con la intensidad de la primera juventud la recuperación de la democracia y tuvimos el privilegio de conocer de cerca a gran parte de los hombres y mujeres que hicieron la Transición. Al margen de nostalgias que no vienen a cuento, la realidad es que aquella España fue capaz de construir un proyecto colectivo que no dejó a nadie fuera. Al menos a nadie que no quisiera quedarse fuera. Un verdadero milagro, si tenemos en cuenta nuestra convulsa historia. Aquel espíritu de fraternidad recobrada (más bien inexplorada) duró bastante. Algunas décadas. Yo no sabría decir cuándo comenzó el declive, pero de lo que no hay duda es de que el proceso de desmantelamiento de aquel proyecto común se hizo visible no mucho después de que inauguráramos el presente siglo, avivándose con la crisis sistémica de 2007-2008.

En todo este tiempo, han alcanzado notable protagonismo personajes que, para su fortuna y nuestra desgracia, hicieron carrera restando valor a aquel pacto en el que “los hijos de los vencedores y de los vencidos” abrieron un “diálogo tolerante, [con] voluntad de acuerdo y la negativa a transformar al adversario en enemigo” (La Transición española y la democracia. Javier Pradera / Joaquín Estefanía. Fondo de Cultura Económica, 2014). De estos personajes los ha habido de todos los colores, y, dependiendo de la fortaleza o debilidad de los sucesivos gobiernos de la democracia, han tenido mayor o menor capacidad de forzar decisiones que han devaluado la utilidad de aquel generoso contrato entre españoles. Los hemos conocido y soportado, pero nunca hasta ahora habíamos asumido su chantaje, hasta normalizarlo como método de negociación política.

Puigdemont, la falsa liebre

Y aquí estamos, en otra semana más de pasión de una España que nada tiene que ver con aquella y en la que acaparan la actualidad un tipo que debía estar en la cárcel, otro que hace un año debería haber tomado la digna decisión de dimitir, pero sigue al frente de una importante institución del Estado, y un oportunista que ha tratado al primero con guante de seda (Puigdemont) y utilizado al segundo (Mazón) como arma arrojadiza contra el adversario. Ya parecía bastante indecoroso que Pedro Sánchez se situara en una posición equidistante entre uno y otro. Pero hay sido aún peor. Sánchez ha tenido el cuajo de agasajar al golpista cuantas veces ha sido necesario mientras menospreciaba al representante ordinario del Estado en la Comunidad Valenciana. Mazón puede ser un cadáver político, pero mientras no dimita o lo echen es el responsable de una institución que merece respeto, todo lo contrario que el escapista de Waterloo.

Pero en la España esquizofrénica de 2025 de lo que hemos estado pendientes es del dedo pulgar de un fugado que mañana hará ocho años que se instaló confortablemente en el extranjero y que se ha revelado, también para un sector de los suyos, como lo que ya sabíamos que era, una auténtica medianía política, un estratega de segunda obcecado en pelear objetivos que no dependen del chantajeado (la competencia de inmigración o la oficialidad del catalán en Europa), mientras la aún más ultra Orriols le come la tostada y el padre Junqueras se hace fuerte en la negociación de lo mollar: la pela.

Cegado por la luz de las cámaras, Puigdemont ha sido durante mucho tiempo la falsa liebre que nos ha distraído de lo importante. De, por ejemplo, la negociación que, piano piano, mantienen Gobierno-PSC-ERC al objeto de que la financiación adicional que reclama Cataluña salga de los bolsillos del resto de españoles (La factura del cupo catalánJesús Fernández-Villaverde / Francisco de la Torre. La esfera de los libros, 2025).

Legislatura-basura

Pero hasta aquí ha llegado. O eso dice. Por no saber, el experto en fugas no ha acertado ni a la hora de diseñar una ruptura que a los suyos les sabe a poco, y a Sánchez le preocupa más bien poco. Entre otras razones porque el presidente, diga lo que diga, ya está pensando más en reconstruir el relato para resistir tras las elecciones que en agotar una legislatura que cada día que pasa acumula más basura (y el “divorcio” con Puigdemont no le viene del todo mal).

En esta España esquizoide, por primera vez un presidente del Gobierno en activo va a ser interrogado en una comisión parlamentaria que investiga la corrupción política: las corrupciones, presuntas, del que fuera su más estrecho entorno político y de personas de su círculo familiar más íntimo. No hay precedentes. Y pase lo que pase, que pasará, lo que el hecho en sí mismo refleja es la anomalía extrema a la que ha arrastrado al país esta generación de políticos de medio pelo que en la Transición no habrían podido siquiera aspirar a concejal de festejos de sus pueblos respectivos.