Rosa Martínez-Vozpópuli

  • Un político cuya principal virtud parece ser la soltura en redes y la devoción al presidente, mientras los trenes siguen llegando tarde y mal

Los ciudadanos estamos aguantando demasiado de la clase política. No solo porque muchos políticos vivan convencidos de que el cargo los coloca un escalón por encima del resto, sino porque han empezado a comportarse como si señalar y ridiculizar a ciudadanos corrientes formara parte de sus atribuciones.

El último episodio lo ha protagonizado de nuevo Óscar Puente, que decidió burlarse públicamente de Mago More desde su cuenta institucional. No hubo ataque personal al ministro ni discurso político. Hubo, simplemente, una entrevista en la que este señor habló de ahorro, de esfuerzo y de trabajo. De su experiencia profesional y de cómo se construye una vida sin atajos. Ese comentario y un titular cuyo único objetivo era el clickbait bastaron para convertirlo en objetivo. Puente optó por llamarlo “mago”, no para describir lo que es hoy, sino para rebajarlo. El término le permite esquivar cualquier discusión de fondo y despachar el asunto sin entrar en ideas.

Conviene explicarlo bien, porque no todo el mundo tiene por qué saberlo: Mago More fue mago hace años. Hoy es un emprendedor y empresario reputado, conferenciante habitual en grandes empresas al que llaman precisamente para hablar de gestión, de cultura del esfuerzo y de cómo levantar proyectos sin esperar soluciones mágicas. Pero eso obliga a discutir ideas. Llamarlo “mago” permite el chascarrillo. Y además hay algo bastante revelador en ese desprecio. Considerar que ser mago equivale a ser simple y poco serio, dice más del que lo dice, que del señalado. Porque hay que tener muy poca curiosidad intelectual para no saber que ha habido grandes ilusionistas como Juan Tamariz o René Lavand, personas de enorme inteligencia, creatividad y complejidad mental.

El nivel de degradación

La cuestión de fondo es otra y conviene formularla sin rodeos: ¿recuerda usted cuándo fue la última vez que un ministro del Gobierno de España arremetió públicamente contra un ciudadano concreto? Antes de este Gobierno socialcomunista, yo no lo recuerdo. Ahora ocurre con una naturalidad pasmosa. Eso explica bastante bien el nivel de degradación al que ha llegado nuestra política. Una política que ha sustituido el debate por el señalamiento y el insulto, pero que después se envuelve en victimismo cuando alguien recrimina ese comportamiento. No hay mucho más fondo que ese.

Y no, no se trata de un desliz puntual de Óscar Puente. Este ministro ya ha llamado “saco de mierda” a otras personas, tanto ciudadanos particulares como periodistas, sin que haya pasado absolutamente nada. Se aplaude la salida de tono, se justifica el tono bronco y se sigue adelante como si fuera una virtud comunicativa. Pero tampoco es un caso aislado dentro del Gobierno. Irene Montero, cuando era ministra de Igualdad, señaló públicamente a youtubers y presentadores de televisión, llamándolos machistas desde su posición institucional. Incluso llegó a impulsar campañas donde el señalamiento se diluía lo justo como para evitar problemas legales, aunque los nombres ya hubieran sido pronunciados antes sin ningún pudor. Pablo Iglesias ha hecho lo mismo con periodistas concretos, a los que ha llamado nazis con una ligereza impropia de alguien que ha ocupado responsabilidades de Estado. Siempre el mismo mecanismo, siempre la misma impunidad.

Insultos y amenazas

El problema real aparece después del tuit o de la declaración. Porque cuando un ministro señala, otros actúan. El ciudadano marcado tiene que soportar durante días o semanas insultos, mensajes agresivos y amenazas de personas que no lo conocen, no han escuchado lo que dijo y no tienen el menor interés en saberlo, pero que se sienten legitimadas porque alguien con poder ha dado la señal. Aquí está el salto verdaderamente inquietante. Ya no hace falta criticar al Gobierno para acabar en el punto de mira. Ni siquiera hace falta hablar de política. Basta con expresar una idea que no encaje con el relato dominante. Basta con hablar de esfuerzo sin pedir disculpas o de ahorro sin señalar culpables externos.

El mensaje implícito es demoledor: mejor no te salgas del camino, no destaques demasiado, no hables si no es para asentir. Eso genera miedo. Un miedo real que empuja a la gente a callarse, a medir cada palabra y a decidir que quizá no merece la pena exponerse. Cuando eso ocurre, el deterioro ya no es solo del debate público, sino también de algo más básico: la tranquilidad de poder hablar sin represalias, que es la base del derecho a la libertad de expresión.

Frente a todo esto, la respuesta de Mago More ha sido un ejercicio de educación y de elegancia que deja en evidencia a más de uno. Respondió con calma, con cortesía y hasta ofreciéndole un café al ministro y deseándole feliz Navidad. Un nivel de saber estar que contrasta de forma casi dolorosa con el de muchos miembros del Gobierno.

La réplica de Puente fue un vídeo de Pantomima Full ridiculizando a los coach, como si ese fuera el nivel de réplica que merece un ciudadano que habla de su experiencia profesional. Pero quien gestiona el Ministerio de Transportes no da para más. Un político cuya principal virtud parece ser la soltura en redes y la devoción al presidente, mientras los trenes siguen llegando tarde y mal. No estamos ante una broma sin importancia. Estamos ante una forma de ejercer el poder que normaliza el señalamiento de ciudadanos.

No me sorprendería que mañana este mismo ministro decidiera arremeter contra mí para empezar bien el año. Ya me tiene bloqueada, no vaya a ser que pueda responderle directamente algo que le incomode y tenga que buscar en el repertorio de Pantomima Full una parodia sobre columnistas. Así funciona ahora una parte de nuestra política: señalar, insultar, reírse y pasar página, mientras otros se encargan del linchamiento. Si esto no nos preocupa, merecemos que se nos atraganten las uvas esta noche.