Yo comprendo el decalaje de Alberto Núñez Feijóo. Él llegó al liderazgo del PP para ser presidente del Gobierno y lo fue in pectore hasta las 22:00 horas del 23 de julio, cuando los avances de las urnas dejaron claro que el investido iba a ser Pedro Sánchez y no él.
Y entiendo el decalaje no porque Feijóo haya tenido que cambiar el traje de presidente por el de líder de la oposición, un papel que él ni siquiera imaginaba, engañado por el triunfalismo de sus encuestas. Sino porque lo que España le pidió ayer a Feijóo es que cambie el traje de líder de la oposición por el de líder de una Nación que ha salido a la calle en contra de un Gobierno que, a su vez, está en guerra con el Estado, la soberanía nacional, la separación de poderes y la igualdad de todos los españoles.
Es decir, que se quite el traje de gestor de los deeply concerned y se ponga el de líder de la rebelión. Y digo «rebelión» y no «revolución» porque no son lo mismo ni por asomo: los adultos se rebelan y los adolescentes se revolucionan. Rebelión fue lo de ayer. Revolución, lo de esa ultraderecha que llama a rodear el Congreso el miércoles. Que es el mejor regalo, el mejor, que se le podría hacer a Pedro Sánchez.
Los españoles, además, le han dicho una segunda cosa interesante a Feijóo. Que es él, y no Santiago Abascal, quien debe asumir ese papel. Porque Feijóo es el único político español capaz hoy de convocar 52 manifestaciones simultáneas y conseguir un éxito como el de este domingo.
Feijóo, al que a veces se le intuye más sintonía de lo deseable con esa meliflua poética federalista que nos ha conducido hasta el punto en el que estamos hoy, debe ahora interpretar un papel que no había previsto: el de guía. A veces tu papel en la obra no lo escoges tú, sino el público. Y lo que no puede hacer Feijóo es fingir que lo que le están pidiendo los españoles es que sea «sólo» líder de la oposición.
Porque no. No es eso, ser ministro de la Oposición, lo que pidieron ayer cientos de miles de ciudadanos en las calles españolas.
Y no está mal que sea eso lo que los españoles le exigen a Feijóo porque, seamos sinceros, para gestionar bien unos Presupuestos Generales del Estado sólo hace falta un contable más o menos ordenado. No un Feijóo, ni mucho menos un Churchill. Con un contable basta. En cualquier empresa mediana española hay dos o tres decentes.
Lo que es urgente que comprenda Feijóo es que, dado que el rechazo a Sánchez no se debe a su mala gestión de las columnas del debe y del haber, sino a razones bastante más graves y profundas, el líder que se enfrente a él no puede ser un simple gestor, sino alguien bastante más grave y profundo.
Para liderar un país quebrado en dos por un político que ha ocupado todos los resortes del poder, y frente al que sólo resiste la Numancia del Consejo General del Poder Judicial, hace falta eso que a Pedro Sánchez, para desgracia de muchos españoles, le sobra: más ganas de ser presidente que el de enfrente. No carisma, ni arrojo, ni osadía, ni falta de escrúpulos, ni ninguno de esos pretextos. Sino ganas.
No sé si Feijóo tenía las suficientes ganas de ser presidente durante esa campaña en la que, tras un excelente cara a cara con Sánchez, se retiró a sus aposentos, dejando que el presidente colara su relato impunemente mientras el PP se escondía en Génova para no molestar a quienes no les iban a votar igualmente. Una vez más hizo presencia ese tancredismo que aspira a ganar por incomparecencia del contrario. Son esos que le afean los regates a Vinicius porque los contrarios «se pueden sentir humillados».
También andaba Feijóo despistado cuando las prisas de sus barones regionales por tocar coche oficial les llevaron a pactar con Vox mucho antes de lo que le convenía al partido, reventando así la campaña electoral nacional.
Lo que sorprende no es el voto posterior de los españoles, sino la sorpresa frente a esa realidad. Porque si Feijóo no fue capaz de disciplinar a sus barones regionales, ¿con qué argumentos pretendía convencer a los ciudadanos de que estaba capacitado para liderar España?
Pero hete aquí que los españoles le han dado una segunda oportunidad al PP tras su fracaso de julio.
El éxito de las manifestaciones de ayer en docenas de capitales españolas demuestra varias cosas, pero hay dos especialmente importantes.
La primera, que la marea social está ahí, a la espera de un líder dispuesto a encabezarla. No a «gestionarla» como quien administra las raciones de agua en una balsa de náufragos en altamar a la espera de que el azar de los vientos les ponga en la ruta de algún barco providencial. Sino a encabezarla.
La segunda, que el PP se equivoca al menos parcialmente cuando atribuye al miedo a Vox la victoria de Pedro Sánchez. Porque el miedo a Vox existe y tuvo una buena parte de la culpa de la victoria de Sánchez. Pero no es toda la explicación.
De hecho, fue el propio PP el que le dio foco a Vox durante la campaña electoral pactando con ellos, a un precio altísimo, lo que podría haber esperado al día después de las elecciones, y que le habría salido gratis. Es lo que habría hecho Sánchez. Y, de hecho, es lo que hizo Sánchez: negar cínicamente la amnistía a todo el que le preguntó durante la campaña.
«Sólo les hemos dado algunas consejerías irrelevantes» decían en el PP. Sí, algunas consejerías irrelevantes… y la Moncloa.
De ese argumento, el del miedo a Vox (real), el PP deduce que los españoles también le tienen miedo a los liderazgos activos y no meramente reactivos. Y ahí se equivoca el PP. El solo hecho de que Pedro Sánchez exista y gobierne bastaría para desmentir esa suposición. Porque no ha habido liderazgo más fuerte, por no decir feroz, que el del presidente del Gobierno en 45 años de democracia.
Si algo demostró la sociedad española ayer es que está dispuesta a luchar contra la involución democrática de este Gobierno. Sólo que no detrás de Vox y de todos esos eccemas purulentos de las catacumbas putinistas, antisemitas y nazis que aparecen frente a Ferraz para reventar las protestas y que se sienten atraídos como polillas por la luz de estas. Sino detrás de un líder. Habrá que echarle paciencia, en cualquier caso, que es lo que no tienen los mamertos de Ferraz que se pegan con la Policía, porque esto no se va a ganar en una semana ni en dos.
Feijóo tiene a la Nación y al Estado a sus espaldas. Probablemente también a la UE, si el partido trabaja con colmillo en Bruselas. Tiene enfrente al Gobierno, a los reaccionarios nacionalistas y a la prensa monclovita. Quizá a Feijóo le gustaría tener a estos dos últimos de su lado. Pero tiene que dejar de intentar complacerlos: ya han elegido bando y no es el de la democracia liberal.
Y por eso, señor Feijóo, este miércoles y este jueves, en la sesión de investidura de Sánchez, no bastará con decir que «cambiar de opinión es mentir» o que «Sánchez paga la impunidad de sus socios con los impuestos de los españoles» o que «España no está en venta». Eso ya lo sabemos, señor Feijóo, y no sirve de nada repetirlo por enésima vez desde el atril del Congreso, por mucho que lo adorne con su sarcasmo gallego y los medios de prensa digamos que ha hecho usted un gran discurso.
Lo imprescindible es que los españoles sepan cuál es el siguiente paso. Así que, señor Feijóo, ¿cuál es?