- No es un buen líder político el que se limita a seguir rutinariamente por caminos que no llevan a ninguna parte.
Puesto que una de las manifestaciones más claras de la libertad es la capacidad de soñar en voz alta, he decidido escribirle una carta a Alberto Núñez Feijóo pensando que la leerá y, lo que todavía es más atrevido, que se parará a pensar lo que le digo.
Empezaré por sugerirle que no haga el menor caso a los que le aseguran que la presidencia del PP le llevará en volandas a la Moncloa. Me parece que puede ser una advertencia innecesaria puesto que ya ha visto cómo tener más votos que nadie en julio de 2023 no ha servido para gran cosa.
Como esa idea podría incomodarle, le sugeriré un remedio infalible.
Las elecciones se ganan cuando una gran mayoría de electores se convencen de que su voto puede hacer que muchas cosas cambien para bien. Justamente eso es lo que no ha pasado en julio de 2023 y conviene preguntarse cómo ha podido suceder para rectificar la trayectoria cuanto antes.
Lo que ocurrió es que no bastó con subrayar los gravísimos errores de Pedro Sánchez. Muchos electores no creyeron que el PP tuviese nada distinto que ofrecer a un «quítate tú que me pongo yo».
Usted y muchísimos españoles pensarán que este diagnóstico es injusto, pero el problema está en que las mayorías no se alcanzan fomentando la convicción íntima de los más cercanos, sino ganando el acuerdo de muchísimos otros que no lo son.
El hecho de que usted y su partido hayan podido cometer semejante error de apreciación (dar por hecha una victoria de la que quedaron bastante lejos) tiene que ver, sobre todo, con un problema de diseño de su partido.
«Los partidos en general y el PP de manera muy destacada suelen convertirse en organizaciones bastante cerradas, con lo que incumplen el deber constitucional de facilitar la participación ciudadana»
El PP no da la sensación de prestar demasiada atención a los problemas de la gente. Se comporta de manera habitual como si los españoles tuvieran que dar por hecho que eso no es así. Como si ustedes no tuviesen que empeñarse en demostrarles que están equivocados.
Los partidos en general y el suyo de manera muy destacada suelen convertirse en organizaciones bastante cerradas, con lo que incumplen el deber constitucional de facilitar la participación ciudadana y, poco a poco, se van quedando sin el apoyo suficiente. De esta situación se deriva la mala fama de los políticos y que la gente piense, lo que a veces es injusto, que siempre «van a lo suyo». Que no les importa nada lo que nos pasa a los demás.
En los partidos de izquierda, esta situación se capea mejor porque sus dirigentes y sus votantes tienden a compartir una especie de visión religiosa de la política que identifica el Bien, con mayúscula, con su victoria. Son muchos los que se dejan convencer con un eslogan tan rudimentario como el que afirma que «por encima de todo hay que evitar que gobierne la derecha».
Los electores del centroderecha, más o menos liberales, más o menos conservadores, no se conforman con tan poco y los electores que no sienten una especial identificación ideológica, y son multitud, se conforman todavía mucho menos.
Cada vez que el españolito de a pie los ve a ustedes mirando las encuestas se confirma en la impresión negativa sobre el PP: «A estos lo único que les importa es el poder, se lo reprochan a Sánchez, que es un caso extremo, pero no son nada demasiado distinto».
Al permitir que esa imagen prevalezca, el PP atenta contra lo que debiera ser y deja de ser un partido popular para ser otra cosa.
Por si este alejamiento sentimental de los ciudadanos fuera poco, muchos españoles piensan que ustedes quieren ganar porque se creen los más listos de la clase, los números uno de las oposiciones, y eso no acaba de gustar a la mayoría, se sienten menospreciados.
¿Se puede corregir esto?
Claro que se puede, pero no hay manera de hacerlo mientras en el PP se siga creyendo que se bastan solos, y se empeñen en seguir la estrategia mentecata que estableció el Congreso de Valencia: que los liberales y los conservadores se vayan del partido.
A veces parece que en los congresos de los partidos no pasa nada, pero muchos electores se dieron por aludidos con esas expulsiones, y la verdad es que su partido anda desde entonces como pollo sin cabeza. Se lo tomaron tan en serio porque Rajoy volvió a decir, al tenerse que marchar por la puerta de atrás en la moción de censura, que se iba porque era lo mejor para él (luego añadió que también para su partido y para España, en ese orden) y ante tamaña confesión es lógico que cundiese el desánimo.
El PP se va a enfrentar muy pronto a una serie de elecciones, todas significativas. Pero a nadie se le escapa que las elecciones catalanas pueden ser decisivas para el futuro. No sólo de los catalanes, sino de toda España.
Y resulta que ante unas elecciones que pueden suponer un auténtico problema para el futuro de Sánchez, el PP andaba todavía ayer martes discutiendo si son galgos o podencos. ¿Cómo es posible que el PP siga sin tener un auténtico partido en Cataluña? ¿Cómo es posible que se pudiera decir que usted «estaba buscando al mejor candidato»?
«Es imposible conseguir nada, ni en Cataluña ni en ninguna parte, si no se tiene sobre el terreno un auténtico partido»
Cualquiera puede darse cuenta de que el PP ha tratado siempre a los catalanes con una mezcla de respeto y de menosprecio. De respeto, porque sabe que pueden darle algún disgusto. Y de menosprecio, porque el PP catalán ha sido siempre una especie de oficina manejada desde Génova. No se ha dejado existir nunca a un verdadero PP catalán.
Y es imposible conseguir nada, ni en Cataluña ni en ninguna parte, si no se tiene sobre el terreno un auténtico partido.
En las próximas elecciones catalanas se puede dar la extraña paradoja de que el PP no sea capaz de cosechar la enorme cantidad de votos que podrían venir de los millones de catalanes hartos del independentismo y desengañados de que el PSC pueda ser un remedio para esos males, vistas las tontísimas brujerías que está haciendo Sánchez con la aquiescencia amable de Salvador Illa.
El único resultado digno en esas elecciones tendría que ser equiparable al que obtuvo en su momento Ciudadanos. Pero ¿ha hecho el PP los deberes para ser capaz de merecer esa confianza?
En política, «hoy es siempre todavía», como decía el poeta. Pero, señor Feijóo, permítame que le ruegue encarecidamente que se dé cuenta de que usted tendría que cambiar muchas cosas en el PP para que los españoles puedan volver a confiar en su partido de manera mayoritaria.
No es un buen líder político el que se limita a seguir rutinariamente por caminos que no llevan a ninguna parte. Está usted a tiempo de permitir que el PP dé un primer ejemplo de presencia política en Cataluña haciendo caso a los pocos valientes que tiene allí sobre el terreno. Déjese de operaciones de imagen o de intentos de quedar bien con quienes no van a votarle.
Haga que ese cambio, tan importante, le sirva para liderar decididamente el camino hacia una nueva singladura del PP. Hacia una organización abierta al debate, plural, reformada y fortalecida que sólo podrá reaparecer tras una inmediata celebración del Congreso político capaz de relanzar al PP en pos de una victoria resonante en las próximas elecciones legislativas.
Usted, señor Feijóo, puede convertirse en el líder que el PP necesita para dejar de ser el partido que sólo sabe heredar el poder tras un fracaso grave y rotundo de otros. Y lo puede hacer porque está todavía a tiempo de liderar un partido renovado y capaz de obtener la mayoría necesaria para gobernar debido a sus propios méritos.
Esto es lo que, según creo, muchos españoles soñamos. No una mera victoria, sino una victoria trabajada, merecida y capaz de devolver la esperanza en una democracia que, por momentos, parece dar la impresión de que se nos está yendo de las manos.
*** José Luis González Quirós es filósofo y analista político. Su último libro es ‘La virtud de la política’.