Lo que se ha comprobado en las últimas semanas es que no son tan malas las reglas de juego de la democracia española como algunos pretenden. La justicia puede ser un poco lenta, son muchos los que la critican por ser demasiado garantista, pero al final se pronuncia. Y si se ha probado que ha habido corrupción, no le tiembla la mano para mandar a prisión a algunos que fueron gerifaltes de partidos poderosos. La Constitución tiene previsto, por su parte, que si el jefe de Gobierno no lo está haciendo bien, hay maneras de arrebatarle el poder. Ahí está la moción de censura a la que ha acudido el líder de la oposición. Señaló los estropicios que Rajoy podía hacerle al sistema con su afán de mirar a otra parte tras la sentencia del caso Gürtel, propuso un programa de gobierno, los diputados votaron. Desde ayer, Pedro Sánchez es el nuevo presidente.
Es cierto que, tras la moción de censura que propuso en 2017 Podemos, podía temerse que la que planteaba el PSOE esta vez tampoco tuviera recorrido y que al final terminara siendo, como aquella, nada más que ganas de tocar las trompetas contra la corrupción sin que saliera de allí proyecto alguno. Sánchez se la jugaba, pero supo ver que esa sentencia judicial, que sostenía que el propio presidente no había terminado de ser creíble a propósito de las triquiñuelas financieras de su partido, estaba cargada de dinamita. Era difícil no concitar apoyos ante un asunto que resultaba tan feo. Por pura cuestión de formas, tuvo que haber sido Mariano Rajoy el que tomara la iniciativa ante semejante desdoro. No lo hizo. Así que Sánchez desenfundó y apretó el gatillo.
El proyectil podía haberle salido torcido e impactar en el techo del Congreso, pongamos por caso, y que le cayeran sobre la cabeza unos cuantos ladrillos hasta descalabrarlo del todo. No fue así. Sánchez supo leer que la estabilidad era el mensaje necesario que debía darle a una sociedad azotada por todas partes en los últimos tiempos. Estabilidad y, además, en todos los frentes. De eso tomaron puntual nota todos los españoles.
Así que ese es su compromiso. Tuvo que hacer un ejercicio de trágala para vender como propios unos Presupuestos que su partido había rechazado en ese mismo Congreso en el que Sánchez aseguró ahora que iba a mantenerlos. ¿Sentido de Estado o mera componenda para buscar los votos que le faltaban? Su respuesta fue “estabilidad”. No hay por qué no creerle, ya se irá viendo.
Esa estabilidad la garantiza por encima de todo el respeto a las instituciones y al marco constitucional. Con 84 diputados propios al PSOE le va a resultar bastante difícil gobernar. Más todavía cuando la mayor parte de las fuerzas que han secundado su moción de censura son críticas con lo que llaman el régimen del 78. Es decir, reniegan del marco que garantiza una justicia que lleva a la cárcel a los corruptos del partido en el poder y que facilita los instrumentos para echar a un presidente que no convence.
Habrá que desearle mucha suerte a un presidente que gobierna con una minoría tan exigua y sugerirle, con el mayor de los respetos, que ponga siempre el foco en la Constitución. Gracias a sus reglas de juego, está ahora donde está.