José Alejandro Vara-Vozpópuli

Para que sus sueños se concreten, deberá cumplir lo prometido y presentarse de una maldita vez en España, algo que lleva anunciando casi desde que empezó a construirse la Sagrada Familia

«Atura’t, malfactor, queda vostè detingut» («Deténgase, malhechor, queda usted detenido»). Esta es la fórmula que han de utilizar los Mossos d’Esquadra cuando proceden a una detención. Ni han de añadir la muletilla de «cualquier cosa que diga en adelante puede usarse en su contra» porque no todos los mossos dominan el catalán preceptivo y a lo mejor se arman un lío tal que se volvería en su contra.

«Queda vostè detingut» le dirán a Puigdemont en el momento de su aprehensión. Muy posiblemente, el agente se habrá cuadrado ante el malfactor, pues no deja de tratarse de un expresident de la Generalitat que ostenta el cargo de president del Consell de la República. Al menos así lo reclama en su cuenta de X aunque la gran mayoría de los catalanes seguramente lo ignoran.

Conocida la fórmula del procedimiento, la cuestión estriba en despejar las dudas sobre el escenario del operativo. Cabe pensar que no será en la frontera, un embrollo operativo de escasas garantías. Circula la especie de que no entrará como se fue, es decir, en la baulera del auto, procedimiento algo humillante al que se recurrió en su día dadas las circunstancias. Tampoco en ferrocarril, muy fácil de controlar y que solo resulta útil en los filmes de Hitchcock, en los que venerables damas aparecen y desaparecen y resultan ser espías. Lo que sí se da como seguro es que su destino será la sede del Parlament, en el parque de la Ciudadela de Barcelona, donde le protege la inviolabilidad del recinto, de acuerdo con la superstición local. ¿Y cómo llegar hasta allí?, se habrá preguntado Boye, el imaginativo abogado defensor del prófugo cuyo mayor éxito radica en que ya se le ha aplicado la ley de amnistía a todos los golpistas menos a su cliente, que es por quien se armó todo este lío.

La leyenda del túnel desconocido

Podría posarse en la sede parlamentaria en helicóptero, como Artur Mas cuando los rastas de la Cup rodearon el recinto e impidieron la entrada de diputados, allá por 2011. O disfrazarse de vendedor de helados, tan habituales en una zona de esparcimiento infantil. Intentar colarse en motocicleta, ese vehículo imprescindible en esa ciudad, provisto de la documentación falsificada de un funcionario de esa institución, tampoco funcionaría, salvo que los uniformados miren para otro lado, como hicieron cuando el referéndum trucho del 1 de octubre de 2017. Queda el recurso a ese pasadizo subterráneo del que tanto habla el imaginario popular, como el que recorre el subsuelo de la Generalitat, por el que huyó el heroico conseller Dencàs, de ERC, cuando Companys proclamó la independencia. Pura leyenda.

Llegar al Hemiciclo, por tanto, no resultará tarea fácil. ¿Y una vez dentro? Bueno, ahí ya todo serán facilidades. El presidente de la Cámara es Josep Rull, uno de los golpistas del procés que milita en su mismo partido, por lo que se da por hecho que lo acogerá braciabierto y lo colmará de agasajos y viandas, caso de que su estancia en el lugar se prolongue. El objetivo único de todo este numerito es, naturalmente, torpedear la investidura de Salvador Illa, dislocar el pacto entre PSC y ERC, romper la baraja y repartir de nuevo. Es decir, volver a elecciones en noviembre.

Decenas de miles de patriotas se arrojarán a las calles para clamar por su libertad y denunciar la desfachatez del represor español que pretende encerrar a su líder como si fuera un cuatrero o un miembro de la trama Koldo

El problema de Puigdemont es que siete años de ausencia lo han convertido en una figura casi espectral, una especie de fantasma que circula por los senderos del olvido, al que apenas respeta ya la señora de la limpieza y que juega a la desesperada su última baza. En su infinita modestia, el forajido de Waterloo (hasta su palacete belga se está desmontando) considera que toda Cataluña se paralizará en el momento en que conozca que ha vuelto de su exilio, que la investidura se paralizará, que la entronización de Illa volará por los aires y que, caso de ser detenido, decenas de miles de patriotas se arrojarán a las calles para clamar por su libertad y denunciar la desfachatez del represor español que pretende encerrar a su líder como si fuera un cuatrero o un miembro de la trama Koldo o de los business de Begoña.

Malas fechas ha elegido para su vuelta. Los calores agosteños casan mal con la épica. En Cataluña, que se vive de lujo gracias a los miles de millones remitidos mensualmente desde las arcas españolas, está todo el mundo holgando en las playsa o bailando sardanas por las aldeas, que estos días arden en fiestas. ¿La independencia, Puchi? ¡Eso no existe gilipolls!.

Quien no tiene tantas dudas es el juez del Supremo Pablo Llarena, que mantiene su orden de detención contra el golpista y se ejecutará en cuanto pise suelo español. Lo que viene siendo, aplicar la ley, esa costumbre casi olvidada. Lo racional será que los mossos arresten a Puigdemont, lo lleven ante el magistrado que dictará su ingreso en prisión por riesgo de fuga y otras pamplinas y luego, a resolver los recursos y aspavientos que presentará el hábil Boye ante el Supremo. La absolución de Pumpido en el Constitucional llevará un más tiempo. El detenido maldecirá con ira mientras Marta Rovira y sus muchachos de ERC reciben los cargos y gabelas prometidas.

El retornado, seguramente muy molesto tras las rejas, dedicará el resto de su estancia carcelaria a movilizar a sus siete diputados en Madrid para incomodar en lo posible el discurrir parlamentario del Gobierno

Sánchez habrá logrado salvar su estrategia catalana de la distensión y abrazo, el último bolsón de votantes que todavía le avala. Ya solo le votan los obtusos nacionalistas y los del Barça de Negreira. El retornado, seguramente muy molesto tras las rejas, dedicará el resto de su estancia carcelaria a movilizar a sus siete diputados en Madrid para boicotear en lo posible el discurrir de la legislatura. El triminsitro Bolaños lo va a pasar muy mal. Por eso ensaya en Tiktok pasos de baile con su peluquero, por si tiene que ganarse el pan como influencer.

La venganza de Puigdemont amenaza acontecimientos apocalípticos. Hará temblar a Sánchez, asfixiará al Gobierno, triturará a ERC y se convertirá en el gran aliado del PP para acabar con el sanchismo, con el régimen y con la autocracia federal que ha desplazado el espíritu de la Transición. Para que sus planes se concreten, deberá cumplir lo prometido y presentarse de una maldita vez en España, algo que lleva anunciando casi desde que empezó a construirse la Sagrada Familia. «Cataluña un pueblo freudiano, la primera víctima de sus sueños terribles», escribió Gaziel. Es claro que lo de Puigdemont va camino de la pesadilla. Para él o para la Moncloa. O para ambos, es decir, para el bien de España.