Agosto es en realidad una vuelta al punto de partida. Quien no se reencuentra con lo más tierno de su juventud en este mes es porque está demasiado ocupado o era muy infeliz. Porque la desconexión veraniega aviva la nostalgia de los tiempos fáciles, que habitualmente fueron los anteriores. Pero da la casualidad de que en este octavo mes del año también ha reaparecido una serpiente que forma parte de los peores recuerdos y que representa un peligro siempre subestimado. “Tenían por rey a Abbadón, que en hebreo significa ‘El Exterminador‘”, escribió San Juan en el Apocalipsis. No hay un ejemplo más certero de lo que sucede en la España contemporánea.
Porque, una vez más, el Gobierno y la estabilidad nacional han vuelto a quedar en manos de una fuerza destructora. Ha sucedido, además, con el apoyo de muchos millones de españoles, que acudieron a las urnas el pasado 23 de julio para respaldar a un candidato a la presidencia del Gobierno -Pedro Sánchez- que nunca ha demostrado unos especiales escrúpulos en rubricar pactos de sangre con los desleales. Algunos trascienden, algunos no, pero todos se sufren. ¿Acaso alguien piensa a estas alturas que la reforma de la sedición y la malversación no se acordó en diciembre de 2019, durante las negociaciones de investidura?
Como decía, cualquiera que respaldó al PSOE y a sus aliados en las urnas sabía de este precedente, por tanto, lo apoyó. Nadie se puede sentir engañado, salvo que carezca de entendederas -y no hay que descartar una pandemia en este sentido-, así que en realidad Sánchez está plenamente legitimado para conversar con Junts para tratar de ser reelegido como presidente del Gobierno. Incluso para regar a la comunidad autónoma a la que representa con un mayor porcentaje de los impuestos del ciudadano que le votó, que se queja de sus servicios públicos mientras es cómplice indirecto de nacionalismos y tribalismos ibéricos.
No importa que Junts pactara con los ultras
Probablemente, no hay en ningún parlamento español un partido que se asemeje tanto a determinada ultraderecha europea como Junts. De hecho, sus concejales en Ripoll no tuvieron a bien el evitar que Aliança Catalana lograra la alcaldía de este municipio hace unas semanas. Esta formación independentista rechaza la utilización del español en Cataluña y es abiertamente anti-inmigración. Sería interesante conocer la opinión de Carlos Bardem -y de todo ese aparato cultural y mediático que alentó el miedo a Vox durante la campaña electoral- acerca de la conveniencia de pactar con un grupo político que respalda a los ultras… porque, en realidad, ellos también lo son, por mucho que reprobaran a toro pasado la actitud de sus vocales en Ripoll. Son ultras de su causa, con su componente xenófobo hacia lo hispano y con su enorme influencia en la democracia española.
Se han escuchado estos días varias conjeturas sobre lo que Carles Puigdemont y los suyos podrían proponer al PSOE a cambio de garantizar su investidura. Se ha escrito sobre el cambio de gestión del Aeropuerto del Prat, sobre la mejora de la red de cercanías en Cataluña o sobre la necesidad de incrementar le uso del catalán en el Congreso de los Diputados. También se han planteado asuntos de mayor calado, como el relativo a la convocatoria de un referéndum de independencia o la condonación de la deuda de esta comunidad autónoma, lo cual, en la práctica, también allanaría el camino hacia el objetivo que persigue Junts. No hay ninguna sensación más liberadora que la que asalta al individuo cuando cancela su hipoteca.
Pesadilla veraniega
Así que el mes de la nostalgia, del reposo y de la quietud ha traído consigo una pesadilla recurrente. Hay quien se ve asaltado alguna noche por un sueño que le obliga a repetir el servicio militar o las matemáticas del Bachillerato. Hay quien se ve de nuevo en el matrimonio del que le costó huir o en la oficina de un notario. España vive actualmente una situación ya conocida, y es que la imposibilidad para conformar mayorías solventes por parte de los grandes partidos obliga a negociar privilegios con los nacionalistas, falsamente considerados progresistas por tantos y tantos equivocados; y siempre dispuestos a acudir a Madrid con un pico afilado para agrietar todavía más, si cabe, el terreno de España.
El votante castellano o gallego que se moviliza con diligencia en cuanto la izquierda declara la ‘alerta antifascista’ pagará sus impuestos de forma esforzada cada vez que ingrese su nómina, vaya al supermercado o venda una casa; y lo hará a sabiendas de que, si Puigdemont lo exige, esa región de España contará con más dinero, mejores servicios e infraestructuras más actuales porque los gobiernos la privilegian y la perdonan sus deudas, dado que la necesitan para mantenerse en el poder.
El caso es que, le duela a quien le duela, Charo, de Puertollano; y Antonio, de Valladolid, han vuelto a apoyar a formaciones que les someten a una estafa fiscal, política y ética
Como escribía Jesús Cacho el pasado domingo, no se trata de la ideología ni del sentido de Estado. Es simplemente su ansia de mandar. Su deseo y su necesidad de mantenerse en Moncloa y en las instituciones porque, si no ceden, perderían sus cargos y su red de clientelismo se vería afectada. Esa actitud es la que lleva a encamarse con los enemigos internos y externos más temibles -y aquí hay miembros del poder político y del económico-; y a entregar a unos ciudadanos lo que otros merecerían o necesitan más, pero no recibirán, dado que carecen de la misma capacidad de extorsión.
Por estos rieles se mueve España estos días, con unos dirigentes que demuestran un respeto reverencial hacia las minorías más macabras y con muchos millones de ciudadanos que acuden puntuales a la cita con las urnas para votar a Abbadón, El Exterminador, al considerar que es el más apto de todos. De entre todos los no aptos, tal vez. El caso es que, le duela a quien le duela, Charo, de Puertollano; y Antonio, de Valladolid, han vuelto a apoyar a formaciones que les someten a una estafa fiscal, política y ética. El resto seguramente despertará entre sudores fríos de esta pesadilla recurrente agostina. Ya se sabe que, en esos casos, lo mejor es calmarse y volverse a dormir. La realidad es mucho más desconcertante que lo onírico bajo determinadas circunstancias.