Ignacio Camacho, ABC, 4/3/12
A los sindicatos y a su causa les engrandecería una rectificación de la fecha. Por respeto, por buen gusto, por nobleza
EL 11 de septiembre es en Estados Unidos un día de luto y unidad. La vida del país no se detiene pero la agenda pública y oficial está consagrada a la memoria de las víctimas y al dolor de sus deudos. Aunque la herida moral del atentado ya no supura, esa fecha está marcada con una aureola de respeto y remembranza, como un momento íntimo en que la conciencia nacional se recoge sobre sí misma en torno al homenaje o la plegaria. Resulta difícil imaginar precisamente en esa jornada una manifestación de protesta contra el Gobierno en Nueva York o Washington: ni la sociedad la permitiría sin reprobación ni a los poderosos y eficaces sindicatos americanos se les ocurriría convocarla. De todos los días del año, ése es el único en el que no procede ahondar en diferencias ni en discordia.
Los sindicatos españoles, sin embargo, carecen de reparo para movilizarse en la efeméride de la peor tragedia terrorista de nuestra Historia. Con un pragmatismo insensible, gélido, indiferente, han declinado posponer su —legítima—queja porque el siguiente fin de semana cae… en puente. Tampoco les ha parecido conveniente adelantarla un día pues al parecer los sábados ofrecen problemas logísticos para acarrear asistentes. Se manifestarán el 11 de marzo en Madrid, cerca de donde estallaron aquellos malditos trenes cargados de trabajadores a los que ya nadie podrá aplicar la dichosa reforma laboral. Llenarán de un fragor combativo de reivindicaciones y consignas la mañana de la memoria unánime de los muertos. Y tal vez luego, como la última vez, cumplida la misión, se vayan a tomar una cerveza.
Entre esta forma de conmemorar el atentado español y el modo en que los americanos ritualizan el de las Torres Gemelas hay, en el fondo, la misma diferencia que existió entre la reacción ante el ataque de un pueblo y de otro. En USA prevaleció el sentimiento de orgullo nacional, de coraje resistente y de apretada unidad ante un ataque a los fundamentos de su convivencia; aquí se produjo un enfrentamiento cainita trufado de reproches mutuos, miedos incontrolables, manipulaciones oportunistas, delirios conspirativos y rencorosos demonios de familia. Nada tiene de extraño, pues, que al cabo del tiempo continúe abierta la zanja divisionista de ese día funesto. Aquel no fue de ninguna manera nuestro mejor momento histórico, pero ésta tampoco parece una circunstancia de lucidez superlativa.
Con todo, ni en el peor o más apurado de los trances conviene perder la sensibilidad humana, el sentido de la consideración, una mínima noción de nobleza. Es imposible que los dirigentes sindicales sean ajenos al malestar y la susceptibilidad no sólo de muchas víctimas sino de numerosos ciudadanos ante su pésima elección de fechas. A ellos y a su causa les engrandecería una rectificación; por deferencia, por delicadeza, por cortesía moral, por simple buen gusto. Están a tiempo.
Ignacio Camacho, ABC, 4/3/12