Miquel Escudero-El Correo

Los continuados incidentes en La Vuelta a España para expulsar al equipo ciclista de Israel me parecen inaceptables. El argumento esgrimido puede girarse contra cualquiera: la invasión estadounidense de Irak con una mentirosa razón, la ocupación china del Tíbet o la matanza impune de estudiantes en la plaza de Tiananmén, la invasión rusa de Ucrania. ¿Quiere esto decir que estoy a favor de las brutalidades ordenadas por Netanyahu y practicadas por su ejército? En absoluto. Pero hay que distinguir entre gobernantes y ciudadanos. El sistema binario -de ceros y unos- es provechoso para los dispositivos electrónicos, pero no sirve para interpretar lo que hacemos en la vida o lo que sucede en el mundo. El carismático líder opositor ruso Alexéi Navalni, asesinado el año pasado, acertaba al decir que «el mayor error que Occidente comete sobre Rusia es equiparar el Estado ruso con la población rusa». Es lo que sucede con esta nueva oleada antisemita.

Hay quienes creen un deber ético y moral, para ellos y para los demás, protestar de forma excitada por la presencia israelí en cualquier acto. Pero hay que saber lo que consiguen en favor de las víctimas. En un relato de Agatha Christie, Hercule Poirot se despide por la noche del ministro del Interior y le dice que se va a la cama. Éste se lo recrimina: «No parece darse cuenta de que hay una emergencia nacional. Yo no pienso dormir hasta que aparezca el primer ministro (que ha sido secuestrado)». La respuesta del detective es formidable: «Estoy seguro de que esto le hará sentirse virtuoso, pero no ayudará al primer ministro. Yo, por mi parte, iré a restaurar mis pequeñas células grises».