Septiembre

EL MUNDO 29/08/15
ARCADI ESPADA

Querido J:

Hace años, en estas mismas fechas, Rosa Montero escribió un artículo a propósito de septiembre donde delataba la ilusión del adulto de hacer con su vida lo mismo que el niño en su primer día de regreso a la escuela: estrenar cuaderno. Una metáfora informática de mucho uso insiste en lo mismo, al proponer la ilusión de un reset. Estoy leyendo y releyendo estos días los pecios de Ferlosio que Mondadori ha reunido en Campo de retamas. La admiración que me produce su escritura crece y crece en el lugar habitual; en cómo este escritor inigualable, que tiene el ademán y la cara que yo le pondría a Kutuzov, despliega las escuadras de su escritura y acude al combate con las ideas, y trata de someterlas. Es un proceso grandioso, y diría «un espectáculo grandioso», si este sintagma de periodista no fuera a molestarle tan profundamente. El despliegue es de una gran belleza y a menudo uno lo observa sin respirar, como quiere su autor, para el que la hipotaxis fracasa justamente cuando el que lee debe subir a tomar aire. Lo que sucede después de los primeros enfrentamientos ya depende. Las más de las veces el regio despliegue sólo es el presagio de una victoria limpia e implacable, sin prisioneros. En las menos la resolución de la partida es muy triste, porque los húsares blancos del ejército ferlosiano se ven impotentes para contrarrestar la brutalidad de las ideas bárbaras y tras una lucha larga e infructuosa se retiran con las pecheras enfangadas y la mirada vidriosa. Otras veces el choque provoca una gran carnicería, y los dos luchadores reclaman su pírrica victoria: es una escena dura verle regresar al punto y aparte tumefacto y cojo y hasta manco, viejo pero vivo. Lo que no pasa nunca es lo que pasa tanto en tantas escrituras, que no pase nada.

Ya sabes lo que sucede: esta carta no va de Ferlosio.

Como en todos los clásicos se da también en Ferlosio esa escritura del blanco móvil. En Campo de retamas hay un ejemplo soberano relacionado con la victoria de Obama en sus primeras presidenciales. Los americanos provocan, por lo general, sus envites más catastróficos. Quizá podría sostenerse que su actitud responde a la, ¡insospechada!, de la españolez y que en esa lid nuestro Kutuzov se transforma repentinamente en nuestro Weyler. Pero, a mi juicio, el antiamericanismo ferlosiano es sólo una extensión inexorable de su feroz y sostenida batalla contra el poder. En cualquier caso así se las ponían a Ferlosio cuando la llegada de Obama a la Casa Blanca se anunció con los grandes titulares de «Una nueva era»:

«(Albas de profetas) ¿Por qué les da tanto gusto decir ‘Amanece una Nueva Era’? Primero el verbo ‘amanecer’: sabiendo lo que sabemos de tantas Nuevas Eras del ayer, no sé cómo una vez más tienen la desvergüenza y la osadía de teñirse el pelo con los dorados rizos de la aurora. Las Nuevas Eras son los salientes de roca de los despeñaderos por los que la Historia viene precipitándose aceleradamente hacia el abismo. Así que cuando oigáis Nueva Era echaos a temblar: la palabra sonriente de esa rubia teñida y de dientes postizos es el engaño que anuncia el renovarse la eterna desventura».

Ocho años después se advierte la razón del apunte, sobre todo porque Obama ha sido cualquier cosa menos un presidente inaugural. Ha sido un buen presidente de continuidad, y ahí está el cadáver de Bin Laden para probarlo. A la vista del párrafo comprenderás lo del blanco móvil del clásico. Ahora que los niños y ese impresentable señor mayor anuncian desde las cuatro esquinas populistas el advenimiento de una nueva era conviene echarles el cubo de agua helada ferlosiano. Lo único que puede curarnos de sus fiebres pestilentes.

Como quizá sepas, mi querido amigo, el 27 de septiembre se dirime la nueva era del señor mayor. Mi tentación y mi obligación no sería otra que la de oponer a la huevona distopía secesionista la gris perseverancia de la continuidad. Pero en este momento me acuerdo de Antonio de Senillosa, aquella tarde en pose de candidato: «Espada, lo tengo mal: quién coño va a salir a la calle gritando ¡Viva el Centro!». Y también de la tentación de septiembre y del cuaderno nuevo. Y está la propia ambición feliz de la empresa. Yo no sé si los catalanes son conscientes de la utopía extraordinaria que tienen al alcance de la mano. Un voto y ya: un 28 de septiembre con un espacio público sin Artur Mas. Sin Junqueras. Sin monjas. Sin patanes. Es una utopía por la que luchar. La pintoresca paradoja del secesionismo es que ha imaginado dos amaneceres. El suyo original, tan carcamal como pueril. Pero también y respondiendo a un efecto colateral imprevisto, la tersa utopía de acabar con esa caspa virulenta, esa flatulencia propia, ese permanente complejo de ser nada y menos del nacionalismo. Lo cierto es que el 28 de septiembre será posible levantarse de la cama en Cataluña y sacárselos literalmente de encima. Unas primeras abluciones sin la vigilancia ojival del nacionalismo. Una nueva era, Rafael.

Para ello sólo se precisa la decisión positiva de los ciudadanos. Es la hora de pedirles cuentas, ellos que las piden sistemáticamente a todo el mundo y en toda circunstancia. Habrán de dar cuenta del momento en que convirtieron su vida pública en un mitin: cuando el Respetable pasó a Despreciable.

Esta carta sólo iba de Ferlosio y el blanco móvil:

«En cuanto a los que acuden a los mítines, tal vez la cotidiana catarata de aplausos al dictado de la televisión colabore no poco en atrofiar cualquier resto de orgullo, de sensibilidad y de vergüenza, para que –olvidada ya la «adhesión inquebrantable» de cuando entonces, como dice, felizmente, Umbral– no sientan la indignidad de someterse a nuevas ceremonias que no admiten más que aplausos fervorosos y ardor aclamatorio».