- La resistencia de la izquierda al ‘wokismo’ es tan escasa que en España sus nombres destacados se cuentan con los dedos de una mano
Ha tenido que ser un cómico televisivo el que le aclare al público estadounidense los antecedentes históricos de los palestinos, el que los ilustre sobre los múltiples cambios de fronteras mundiales en el pasado reciente, el que les cuente los principales desplazamientos de población de la historia contemporánea. Nadie interprete esto como una muestra de superioridad del periodismo de allí sobre el europeo. Sus medios están tanto o más segados que los nuestros. El paletismo con idiomas todavía tiene lo que diga el New York Times por palabra del dios profano de la objetividad. Un cuerno. Ese medio es hoy paradigma de la falta de rigor por sesgo severo.
El cómico en cuestión no es un payaso. Es uno de esos conductores de late night show con intervenciones guionizadas veteadas de gags, ironías y juegos de palabras. Invita a personajes de distinto pelaje y puede ponerse serio entre broma y broma. Partió, como casi todos en su profesión, de la secta progre. No olvidemos que la hegemonía cultural de la izquierda es un fenómeno de alcance occidental, no es que a España nos haya caído una maldición con los buenafuentes, los évoles, los broncanos y los enfermitos de la Ser. Partió Bill Maher, decía, que así se llama, del prejuicio zurdo habitual, para ir abominando poco a poco del wokismo. Estamos pues ante uno de esos pocos ejemplos de izquierdista (allí los llaman liberals) que no compra la varia mercancía de la nueva izquierda.
La resistencia de la izquierda al wokismo es tan escasa que en España sus nombres destacados se cuentan con los dedos de una mano: Ovejero, Redondo, Guerra… Me sobran dedos. Es ya un clásico el libro que recoge la primera reacción de la izquierda marxista contra los disparates woke (entonces reducidos a la academia) por irracionales. Hablo, por supuesto, de Imposturas intelectuales (Sokal y Bricmont, 1997). En el desternillante y a la vez aterrador ensayo encuentro la primera llamada izquierdista contra la irracionalidad que empezaba a crecer en su propio lado del espectro político. El fenómeno es complejo, aunque sus patrones principales se entienden si uno se lo propone y se lee mi libro Sentimentales, ofendidos, mediocres y agresivos. Los malpensados creerán que me estoy promocionando. Nada más lejos de la realidad: ofrezco herramientas para entender la parte más peligrosa de la nueva era: eso que se autoproclama «izquierda» mientras promueve, defiende o aplica políticas reaccionarias.
El sanchismo es una modalidad de wokismo: lo «avanzado» es volver a los privilegios (leyes privadas) territoriales y al sometimiento de los jueces, en tanto que lo asquerosamente fascista, extremoderechoso e intolerable, esa peste ante la que hay que levantar un muro para que jamás alcance el gobierno, la forman los que exigen mantener el imperio de la ley, la división de poderes, la independencia judicial y la igualdad de derechos. Ni una muestra detecto en la Españita Movistar de un progre con tirón que denuncie la ocupación de su espacio ideológico por los bárbaros.