Rubén Amón-El País
La victoria catalana y la coyuntura colocan al líder de Ciudadanos en la posición del gran salto
¿Puede ser Albert Rivera el próximo presidente del Gobierno? La hipótesis se antojaba inverosímil hace unos meses, pero ha adquirido corpulencia con el trampolín de los comicios catalanes y con la crisis de los partidos rivales en el resto del territorio nacional.
Rivera sería el epígono español de Emmanuel Macron en la ecuación del reformismo, la lucha contra la corrupción, el fervor comunitario y la nueva política. Y habría madurado de un partido simpático que gusta mucho y se vota poco a una verdadera alternativa de poder. Se explica así el nerviosismo de Génova, aunque las ambiciones de Ciudadanos también conciernen al caladero socialista. Un movimiento transversal, ancho, al que beneficia su posición observadora. Ciudadanos no se desgasta en tareas de Gobierno y aspira a convertir 2018 en el año de su madurez, pero no le beneficia demasiado el calendario, sobre todo porque los comicios municipales y autonómicos de 2019, más asequibles a los partidos tradicionales y a los planteamientos locales, representan un escenario menos propicio al proyecto presidencial o nacional que encabeza Albert Rivera.
El contratiempo -siempre que no haya elecciones legislativas anticipadas- se añade a otras dudas que condicionan el objetivo de la gran victoria. La beligerancia de Ciudadanos al reparto del cupo, por ejemplo, lo aísla en el País Vasco y Navarra; no ha logrado inquietar la hegemonía popular en Galicia; no termina de arraigarse en la España rural. Y tiene pendiente seducir al cuerpo electoral que Mariano Rajoy mantiene como su gran fortaleza: “Las personas mayores y los pensionistas”, explica un informe de Metroscopia, “son enormemente leales al Partido Popular y es muy difícil disuadirlos. Rajoy les proporciona seguridad. Les ha mostrado razones para mantener la confianza. Y son una base solidísima del Partido Popular cuando llegue el momento de la verdad”.
Las opciones para atraerlos pasan por demostrar que el reformismo de Ciudadanos no amenaza el bolsillo del pensionista. Rivera tiene que inculcar que no representa una opción experimental. Y que el voto “seguro”, el voto útil, también se encuentra en la formación naranja.
Desde esta perspectiva, le ha resultado providencial la decadencia de Pablo Iglesias. El perfecto antagonismo que Rajoy oponía al “peligro” antisistema de Podemos no resulta tan necesario cuando el partido morado ha perdido su pegada y sus expectativas de liderazgo de la izquierda. Desarmado Iglesias, no sería tan necesario confiarse al antídoto marianista. Y podría, en cambio, observarse con interés la apuesta hacia Ciudadanos, más todavía cuando la victoria en Cataluña ha reforzado su devoción constitucionalista y la defensa del modelo de Estado.
“No debe subestimarse la capacidad de reacción del PP ni extrapolarse al resto de España el resultado del 21D”, objeta Francesc de Carreras, fundador de Ciudadanos y catedrático de derecho constitucional, “aunque es cierto que Rivera tiene un escenario propicio». «Tanto por el deterioro de los populares como porque el PSOE, obsesionado en recuperar el voto que se ha ido Podemos, e instalado en una visión de la izquierda convencional, no ha comprendido la crisis de la socialdemocracia. El modelo de Macron en Francia tiene mucho más que ver con el proyecto reformista de Ciudadanos. Por eso Rivera puede agrupar un un espectro electoral muy amplio”.
Conseguir abarcarlo no sólo depende de responder a la euforia unánime de las encuestas -algunas lo sitúan como segunda fuerza a un escalón del PP-, sino de la obligación de explicarse mejor en su versión o visión del liberalismo. “Hay un malentendido respecto al modelo económico que Ciudadanos no ha logrado aclarar. Creo que no propone ni un neoliberalismo salvaje ni un modelo intervencionista, sino que pretende motivar la competencia en cada sector para que se estimule de forma más eficiente la economía y permita unas mejores instituciones del Estado Social”, matiza Carreras.
La filosofía o la idisoincrasia macronista estaba antes en Ciudadanos que en el propio Macron, pero la inercia de la presidencia francesa, amparada en un líder carismático con facultades de gran estadista, es descriptiva de los cambios de paradigma que conmueven la política continental. Porque decaen los partidos convencionales. Porque se desploma el eje izquierda-derecha. Y porque es la época de los movimientos.
“Albert Rivera estaba cometiendo el error de construir un partido a la antigua usanza”, razona un experto de Metroscopia. “El escarmiento de Iglesias en el error de la vieja política debería disuadirle de perseverar en esquemas anticuados. Si Rivera quiere ser presidente, tiene que convertirse en un foco de atracción, en una energía estimulante que trasciende las ideologías”.
Se desprende de la expectativa una identificación casi orgánica entre el líder y la victoria. Rivera tiene que responder de sí mismo, pero también debería tolerar la aparición de alternativas a su modelo personalista. La más evidente de todas es Inés Arrimadas, no ya legitimada en la victoria de las elecciones catalanas, sino provista de un carisma y de una envergadura política que la transforman en solución al propio Rivera si es que Ciudadanos se atreve a abrir la cuestión sucesoria.
Rivera es la virtud de Ciudadanos, tanto como puede convertirse en su límite. Suspende en las encuestas de simpatía del CIS -su nota tiende al 3,6- y le perjudica incluso el patrocinio de José María Aznar, cuya aversión a Mariano Rajoy transforma a la formación naranja en un sabotaje incendiario de los populares y en un estímulo para provocar el trasvase de votantes aznaristas, con el peligro de vincular Ciudadanos a una imagen demasiado conservadora.