Pedro J. Ramírez-El Español

Felipe VI inaugurará mañana el «Wake Up, Spain!» más importante de la historia de EL ESPAÑOL. No sólo porque coincide con el X aniversario de nuestro periódico, sino porque estará dedicado al papel de España en el nuevo orden mundial.

De ahí la trascendente participación de figuras clave de la política internacional como el ‘ministro’ de Defensa de la Unión Europea, el comisario lituano Andrius Kubilius, la propia presidenta del Parlamento Europeo Roberta Metsola, el autor del primer informe clave sobre la autonomía estratégica europea, Enrico Letta, el secretario general de la OCDE Matthias Corman o el que fuera director del MI6 británico Sir Richard Dearlove.

Junto a la práctica totalidad de los presidentes o CEOs de las grandes empresas españolas -en cinco días escucharemos a los pujantes líderes de las finanzas, la industria y el comercio– y junto a las principales figuras de nuestra política territorial; el programa de este año incluirá también la participación institucional del jefe de la oposición, Alberto Núñez Feijóo.

Su insistencia en que el correcto funcionamiento de las reglas democráticas es el imprescindible requisito previo para el cumplimiento de los compromisos con nuestros aliados y por ende para la protección de nuestros intereses, nos ha movido a convocarle a este foro de encuentro igual que hemos hecho con los principales miembros del Gobierno.

Con más de 150 ponentes y una expectación sin precedentes, esta V edición de «Wake Up, Spain!» volverá a ser un lugar de coincidencia para todos aquellos que quieran encontrarse. Pero sobre todo redoblará su carácter de llamada a la acción, de toque a rebato en un momento crítico de nuestra historia como europeos y españoles.

«Wake Up, Spain!», consolidado ya como el Davos español, no es un foro partidista ni siquiera ideológico, pero tampoco sucede en el vacío de las ideas políticas pues en definitiva es la evolución de ese marco el que condiciona nuestra seguridad y prosperidad.

Este año habría tenido todo el sentido contar con una especie de ponencia previa sobre el estado de las democracias en el mundo y ha querido el destino que nuestra imprevisión haya sido subsanada por un importante discurso pronunciado el miércoles, también ante el Rey Felipe, con mucha menor repercusión mediática de la merecida.

Me refiero a la intervención del catedrático de la Universidad de Valencia Pablo Oñate Rubalcaba en el acto en el que recibió el Premio Nacional de Sociología y Ciencia Política, sobre el “declive de la calidad de las democracias”.

Sin tener el gusto de conocerle no puedo dejar de simpatizar con quien reúne un primer apellido homónimo del que fuera ministro del sector democristiano de UCD y un segundo apellido coincidente con el del antecesor de Pedro Sánchez como líder del PSOE. Ignoro si le unía parentesco alguno con uno u otro, pero la mera casualidad ya sería un presagio de la serena transversalidad que destilan unas palabras que nos obligan a pensar.

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Sin mencionar un solo nombre concreto, Oñate Rubalcaba partió de una premisa que enlaza tanto con la galería de autócratas contemporáneos de Anne Applebaum como con la teoría del «patrimonialismo» que -con el apoyo de Rauch, Hanson y Kopstein- desarrollé el pasado domingo:

«Los autócratas ‘modernos’ asumen algunas de las características y prácticas democráticas… Ya no usan de la misma manera o con la misma intensidad los métodos violentos y represivos que utilizaban sus antecesores, si bien coaccionan sutil pero notablemente a las fuerzas de la oposición; y toleran, pero manipulan o controlan a los medios de comunicación».

El pasado 1 de diciembre en el Congreso del PSOE de Sevilla, Sánchez dijo cosas como que «ser socialista es estar en el lado correcto de la Historia»

«El declive de la calidad de las democracias es el resultado de la actividad que desarrollan líderes que han sido democráticamente elegidos pero que, una vez asumen el poder, limitan derechos, modifican torticeramente instituciones y deterioran paulatinamente las prácticas y reglas democráticas».

Aunque el galardonado no pusiera ningún ejemplo, es imposible no pensar aquí y ahora en el incumplimiento de la obligación de presentar Presupuestos, en la reiterada supresión del debate del Estado de la Nación, en el bloqueo en el Congreso de las proposiciones aprobadas en el Senado, en el cambio de la norma para controlar RTVE, en la opacidad en el reparto de los fondos europeos, en la manipulación discriminatoria de la asignación de la publicidad institucional o en las iniciativas para eliminar la acusación popular y cambiar el sistema de acceso a la carrera judicial.

Oñate Rubalcaba advierte de que «hay líderes demócratas que incorporan en su utillaje retórico y estratégico elementos populistas». Yo les llamaría los talabarteros del populismo.

«Estos líderes incrementan la polarización política y social, la polarización ideológica y la polarización afectiva en sus sociedades». Es un efecto acumulativo como el de una bola de nieve del que yo sí pondré un ejemplo español.

El pasado 1 de diciembre en el Congreso del PSOE de Sevilla, Sánchez dijo cosas como que «ser socialista es estar en el lado correcto de la Historia» porque «los socialistas sabemos la verdad». Caray.

También dijo «¿Quién va a defender la verdad si no lo hace el PSOE? ¿Quién va a defender a la democracia si no lo hace el PSOE?».

Por si ambas preguntas no se contestaran solas, enseguida concretó que «los conservadores están dejando caer el estandarte de la democracia frente a la deriva autoritaria» y «los liberales han pervertido sus principios al lado de propagadores del odio».

Su conclusión era que «en España, Europa y el mundo sólo hay dos caminos: el del odio, el de la ultraderecha o la derecha rehén de ella… o el de la socialdemocracia». Ni más ni menos.

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Puesto que Sánchez nos obligaba a elegir entre «el odio» y él, yo me permití escribir el domingo siguiente que «pronunció el discurso más maniqueo, peligroso y amenazador que hemos escuchado a un jefe de gobierno en democracia».

Pues bien, semanas después, coincidiendo con nuestra invitación a esa media docena de ministros y otros tantos altos cargos a participar, como en todas las ediciones anteriores en este «Wake Up, Spain!», uno de ellos me rebotó ese texto como ejemplo de lo que no deberíamos publicar si queríamos mantener la normalidad institucional con el Gobierno.

«La polarización afectiva es la tendencia de los ciudadanos a percibir emocionalmente a los votantes del partido propio positivamente y a los del partido contrario negativamente«

O sea que describir como «maniqueo, peligroso y amenazador» que Sánchez nos esté dando a elegir explícitamente entre «el odio» y él te excluye del espacio institucional en el que opera el Gobierno.

O sea que los ofendidos por esa dicotomía no somos los españoles, sino el señor presidente cuando recibe como eco algo distinto al asentimiento. De esta forma es como se completa el ciclo entre la «polarización política» y la «polarización afectiva».

El catedrático valenciano lo explica así: «Superando la concepción de la polarización como mera distancia ideológica, definimos la polarización afectiva como la tendencia de los ciudadanos a percibir emocionalmente a los votantes o seguidores del partido propio positivamente y a los del partido contrario negativamente, de forma estigmatizada y con hostilidad, incluso como una amenaza para el propio grupo y para la supervivencia de la democracia; es decir como enemigos».

Lo tremendo es que esta sensibilidad tiene consecuencias: «Esos ciudadanos son mucho más proclives a ser tolerantes con la restricción de las garantías y los derechos democráticos de los partidos, líderes y ciudadanos de la oposición; se manifiestan más abiertos a que las instituciones se adapten a las «necesidades» de la estrategia y decisiones del líder preferido; y en definitiva se muestran más dispuestos a apoyar las tendencias y prácticas autocráticas de erosión democrática que sus líderes adoptan en nombre de la defensa del propio grupo».

Esto explica muchas cosas.

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Nunca se había visualizado tanto la degeneración de nuestra cultura democrática, como esta semana en la que mientras se debatía en el Parlamento la política de Defensa sin el menor atisbo de consenso, el único «pacto del abrazo» ha sido el protagonizado por Puigdemont y Otegi en Waterloo.

Esta imagen de un prófugo de la justicia y un condenado por terrorismo que sigue sin abjurar de sus antiguos compañeros de armas había tenido como prólogo la visita de la portavoz de Bildu a la Moncloa. Todo un lúgubre sarcasmo tratándose de una ronda de consultas en torno al rearme.

La condescendencia del Gobierno y los dirigentes y votantes socialistas con estos episodios y su subsiguiente dinámica política abocan al pesimismo.

Se trata de la suma de dos partidos que han mantenido una trayectoria tan ambigua en su relación con la violencia como con el régimen de Putin. Y en definitiva, lo que Puigdemont y Otegi escenificaban era la coordinación entre sus proyectos separatistas y el apoyo que, a cambio de concesiones constantes, vienen dosificando a Sánchez.

Pero para quienes basan su carrera política o su pujante fortuna en el alargamiento de esta situación, lo esencial es que estos atrabiliarios compañeros de viaje permiten que Sánchez siga teniendo el control del BOE. No podrá gobernar en el sentido parlamentario y por ende constitucional del término, pero seguirá mandando y eso es lo que a su séquito le importa.

La inquietante tesis central de la disertación de Oñate Rubalcaba es que «el populismo ha dejado de ser percibido como una anomalía de la democracia, al haber sido ya normalizado e incorporado a la misma como uno más de sus elementos: de esta forma, una patología democrática habría transformado el sistema, quizá convirtiéndolo en una democracia patológica».

Ese «quizá» nos interroga a todos los ciudadanos. ¿Se ha convertido ya España en una «democracia patológica»? ¿Estamos a tiempo de impedir esa mutación en marcha o sólo nos queda esperar, como en la obra de Ionesco, a ver brotar cuernos de rinoceronte en la frente de nuestros familiares, amigos y vecinos?

Los partidos son imprescindibles como catalizadores de alternativas y ejecutores de la alternancia

Es significativo que el catedrático de Valencia proponga el mismo antídoto que Levitsky y Ziblatt, autores de ‘Cómo mueren las democracias’: «La protección y la defensa de la democracia es tarea de las élites y las instituciones… Aunque las respuestas ciudadanas a la llamada de los extremistas importan, es más relevante si las élites políticas y especialmente los partidos políticos sirven como filtro. Dicho brevemente, los partidos políticos son los guardianes de la democracia».

Siento disentir en lo que a España se refiere. La ley electoral con su sistema de listas cerradas y bloqueadas convierte a los partidos en instrumentos al servicio de sus jefes. Es más, la personalidad del jefe marca hasta tal punto la de sus subordinados que los mismos militantes del PSOE que en tiempos de Zapatero eran correas de transmisión del buen talante son fieros perros de presa en tiempos de Sánchez.

Los partidos son imprescindibles como catalizadores de alternativas y ejecutores de la alternancia. Ese es el papel que ahora le corresponde al PP. Pero veo mucho más factible la lucha contra la patología de la polarización desde otras instituciones. Empezando por la Corona, siguiendo por los tribunales, los agentes sociales y por supuesto la prensa.

Comprenderán los lectores que, ahora que se han cumplido diez años de mi destitución y expulsión de El Mundo, me haga bastante gracia todo esto que nos está pasando en EL ESPAÑOL con el Gobierno intolerante de Sánchez.

Si a mí no me hubieran echado de aquél otro periódico -que también fundé- por publicar todas las pruebas que le permitieron acusar de corrupción a Rajoy y si EL ESPAÑOL no hubiera nacido con el mismo espíritu crítico, probablemente él nunca hubiera llegado a presidente, ni sus ministros a ministros, ni sus aguamaniles a aguamaniles.

¿Con qué autoridad moral pueden pedirnos que les midamos con distinto rasero que a sus antecesores y castigarnos, abusando de su poder, si no lo hacemos?

Contra el populismo, racionalidadContra la polarización, centralidad. Contra la pereza y la cobardía, «Wake Up, Spain!».

No se pierdan los próximos cinco días por streaming una edición de nuestro foro que les resultará tan atractiva y fascinante como para que les terminen dando pena los ausentes.