Ignacio Marco-Gardoqui-El Correo

Hay ‘desalmados’ que confían más en Europa que en nosotros mismos, más en Merkel que en Sánchez, en Von der Leyen que en Iglesias

La semana pasada, según conocíamos las negras previsiones económicas que emitían todos los gobiernos y todas las instituciones, debatimos sobre si habíamos tocado fondo en la crisis o si nos quedaban más disgustos por asimilar. Las cifras van a seguir yendo mal, porque salen con retraso y afloran situaciones ya pasadas. Pero, ¿seguirá bajando el PIB, aumentará más el paro? Le confieso que yo apostaba porque estábamos ya en el fondo y me quedaba la duda de si íbamos a arrastrarnos por él durante un tiempo o si empezábamos a rebotar tras el incompleto retorno de la actividad.

El viernes tuvimos dos opiniones muy autorizadas que no hacen concesiones al optimismo. Por un lado, Christine Lagarde, la presidenta del Banco Central Europeo (BCE), nos dijo, sin anestesia, que lo peor está por llegar en el terreno del empleo. Calcula un paro del 10% de media para la UE, con especial afectación al sector más joven de la población, y un descenso del 8,7% para el PIB. Asegura que las medidas adoptadas hasta ahora han servido «para ganar algo de tiempo» y «para recuperar un poco de confianza» en los mercados. Pero que todo se puede ir al traste si fracasan o si se atrasan demasiado las negociaciones sobre el fondo europeo de reestructuración.

Por su parte, Ursula Von der Leyen, la presidenta de la Comisión Europea, insistió en la cumbre de jefes de gobierno comunitarios celebrada ayer en que «no podemos permitirnos ningún retraso». No podemos olvidar que además de gestionar el desastre de la pandemia, la UE tiene su almacén de entrada atestado de problemas. Debe definir las líneas de sus nuevos Presupuestos, que cargarán con los compromisos financieros adquiridos con las nuevas ayudas. Tiene que terminar de establecer la relación con el Reino Unido. El acuerdo sobre el ‘Brexit’ se refería a la mera separación, pero falta por definir cómo será la «nueva normalidad» entre ambos separados. Y los problemas comerciales con China esperan a la vuelta de la esquina y los Estados Unidos estrenarán, o no, nueva Administración en noviembre, etc., etc.

Para nosotros todo es crucial. Primero tendremos que negociar con la UE cuánto dinero nos van a dar de esos 750.000 millones de euros que se pretende repartir. Luego, habrá que ver qué parte de ellos tendremos que devolver y cuánto serán ayudas a fondo perdido. Más tarde, y esto es peliagudo, veremos en qué medida las ayudas están condicionadas y a qué criterios de actuación lo están.

En la cumbre del viernes todos los países se mostraron de acuerdo en la necesidad del fondo, pero no se alcanzó ningún acuerdo. Nadie quiere interpretar el rol del malo de la película, al menos no antes de aflojar el bolsillo. Luego, llegado el momento, será diferente. Por ahora han encontrado un eufemismo feliz. Ya no se habla de imponer medidas, sino de vigilar las medidas que se adopten en cada país. ¿Hay mucha diferencia? Pienso que no.

Y por último, y quizás lo más importante, tendremos que decidir en que empleamos ese dinero. Hay dos grandes opciones. O bien actuamos con carácter paliativo sobre los problemas urgentes o bien nos dedicamos a sustentar las esperanzas de futuro. Me explico. ¿Lo dedicaremos a ayudar a bien morir a los muchos casos ‘Nissan’ que se van a producir, o a bien nacer a sectores como la digitalización, la descarbonización, el tratamiento masivo de datos, la movilidad sostenible o la inteligencia artificial?

Habitualmente, los gobiernos aseguran que van a hacer lo segundo, pero la experiencia demuestra que casi siempre terminan haciendo lo primero. Cuando la presión social se convierte en insoportable, lo urgente triunfa siempre sobre lo importante. La disyuntiva es crucial y nos va mucho en ello. Por eso hay ‘desalmados que confían más en Europa que en nosotros mismos. A quienes les gusta más el programa de estabilidad de la UE que el pacto de gobierno PSOE-Unidas Podemos y que confían más en Merkel que en Sánchez, en Von der Leyen que en Iglesias. Ahora que lo pienso, yo soy uno de ellos. ¿Será posible tanta maldad?