Antonio Casado-El Confidencial
- El comentarista se contagia de quienes nos recuerdan a todas horas el deber de distinguir entre información y propaganda
Ahora ya sabemos que era insuficiente desempolvar manuales del siglo XX o releer a Vasili Grossman (‘Vida y destino’) para entender la guerra de Ucrania. Cuando el gran escritor nos previno por anticipado de una Rusia acostumbrada a la grandeza y reñida con la democracia, por los siglos de los siglos, no existía la OTAN ni la central nuclear de Zaporiya, nadie hablaba de chantaje energético a la Vieja Europa, Internet era una utopía y el principio de justicia universal para crímenes de guerra estaba en pañales.
Todo eso explica la ansiedad que nos mantiene pendientes de los acontecimientos en la Ucrania asediada por el Ejército ruso. Entre otras cosas, porque contribuyen a acercar o alejar la sombra negra de la recesión en la economía occidental. No es extraño que las novedades sobre el giro favorable a la causa ucraniana, que es la nuestra en esta guerra de valores (democracia frente a tiranía), hayan generado estados de opinión optimistas sobre el futuro inmediato de todos nosotros.
Hablan de colapso ruso tras la contraofensiva del noreste con recuperación de 8.500 km cuadrados. La consecuencia sería un subidón en la moral de los ucranianos y el desbarajuste en los planes de Putin, que estaría sufriendo serias dificultades internas. ¿Será verdad que le estamos ganando la guerra a Putin?
Cuentan nuestros corresponsales que hay repliegue de las tropas rusas. Y que los enclaves que el autócrata visitaba hace apenas una semana en la región de Járkov son ahora recorridos por Zelenski, mientras este felicita a sus soldados y se descubre una fosa común en Izium.
Llegan noticias sobre el malestar de China con su tradicional aliado y el desmoronamiento del Ejercicio ruso, así como algo parecido a una ola de descontento interno, con indisimuladas críticas a Putin. Tanto entre belicistas que reclaman mano dura y guerra total como entre pacifistas que exigen un alto el fuego con retorno inmediato a la diplomacia, porque el pueblo ya sufre en su día a día los efectos del conflicto. Unos le estarían tachando de «incompetente» y otros de «traidor».
«Se habla de presunto desmoronamiento del Ejercicio ruso y una ola de descontento interno, con indisimuladas críticas a Putin»
El comentarista se contagia de quienes nos recuerdan a todas horas el deber de distinguir entre información y propaganda. Siente que predomina la información con algo de propaganda en la verificada contraofensiva de Ucrania, mientras que se detecta propaganda con algo de información en la presunta rebelión interna de Moscú contra Putin.
Son elementos condicionantes a la hora de descifrar las reacciones de Kiev, Moscú y Bruselas, respecto a lo que está ocurriendo en los campos de batalla. Entre el deseo de que las crónicas recientes apunten al principio del fin del conflicto y el miedo a una guerra interminable si ambas partes siguen utilizando el desgaste del adversario como un arma más.
Así seguimos a la espera de que la UE persista o desista en su apoyo militar y político a Kiev. Y, en su caso, de que una rebelión interna acabe con Putin. De lo primero tenemos garantías verbales de los principales jerarcas europeos. Expresan su convencimiento de que «la guerra se gana con armas», «la UE ha recuperado su fuerza interior» o «este es el momento de mostrar determinación y no apaciguamiento».
Y ahí nos quedamos. Con la advertencia del alto representante de Asuntos Exteriores, Josep Borrell («No echemos las campanas al vuelo») y la fría e inclemente voz del experto militar: «Ninguna guerra acaba en tablas. Y las que se cierran en falso vuelven a revivir» (Rafael Dávila, general de División, ayer en ‘El Mundo’).