JON JUARISTI-ABC

En España, el de sexenio es un concepto gafe y destrozón

RECIBO un aviso de mi universidad para recordarme que se ha abierto el plazo para el reconocimiento de los sexenios de investigación, una figura que en su origen trataba de asimilarse a los complementos de productividad (no existentes hasta entonces en la remuneración de los funcionarios de la enseñanza pública) y que desde 2012 sirve para premiar o castigar a los profesores numerarios (catedráticos y titulares) con menos o más horas de clase en proporción inversa a los sexenios que se les reconozcan. El último número de Claves de razón práctica, la revista dirigida por Fernando Savater, publica un interesante artículo de Aurelio de Prada, profesor titular de Filosofía del Derecho en la Universidad Rey Juan Carlos, donde analiza y expone con rigor las desastrosas consecuencias que esta política de castigo contra los profesores funcionarios (y en particular contra los catedráticos) ha tenido en la calidad de la universidad pública, propiciando una auténtica «invasión interior», en el sentido orteguiano. Esta misma semana, una sentencia de la Audiencia Nacional obligaba al Ministerio de Educación a ampliar el reconocimiento de sexenios de investigación a los profesores contratados (doctores), que podrán beneficiarse así de los complementos salariales correspondientes a los sexenios reconocidos, pero a los que no se les podrá aplicar el castigo del incremento de carga docente en el caso de que no se les reconozcan los sexenios solicitados o no pidan su reconocimiento, pues ese tipo de sanción fue previsto, desde el primer momento, para la nivelación a la baja de los cuerpos docentes, debilitando la posición de los numerarios, como muy bien observa De Prada, aún a costa de cargarse la enseñanza superior si hiciera falta. A pesar de ello, solicitaré el reconocimiento de otro sexenio, el quinto y último en mi caso, sin esperanza ni convencimiento. 

Y es que Sexenio es un término que, en España, parece gafado desde su misma aparición. Como Trienio. La historiografía del XIX los acuñó para sendos períodos de caos y destrucción. Cabe recordar que este año que ahora empieza se cumplirán los ciento cincuenta de la revolución del 19 de septiembre de 1868, es decir, del comienzo del Sexenio llamado Democrático o Revolucionario (1868-1875), que incluyó varios experimentos frustrados: cambios de dinastías, cambios de formas de gobierno (de la monarquía liberal a la italiana a una primera república que fracasó, según Josep Pla, porque sus muñidores venían del Ampurdán, la comarca más gamberra y violenta de la España decimonónica). También entran en el balance las insurrecciones cantonalistas y el viva Cartagena, la tercera guerra carlista (aquel «don Carlos o el petróleo» del canónigo Manterola), los pinitos del terrorismo anarquista y del terrorismo político moderno en general («En la calle del Turco le mataron a Prim, / montadito en un coche con la Guardia Civil…»), y, si mi apuran, del separatismo vasco, una idea genial que regalaron los republicanos de entonces a los vascos sin que éstos se la hubieran pedido.

  Y, por cierto, este año es también el del cincuentenario del famoso sesenta y ocho, o sea, el del mayo francés y la primavera de Praga, y el del estreno del terrorismo mortífero de ETA con el asesinato del guardia civil de tráfico José Pardines. Acontecimiento que marcó el comienzo de otro terrible sexenio en la Historia española, el que se vino con el tiempo a denominar tardofranquismo (1968-1975). En fin, que oír hablar de sexenios, cuando uno entra en el duodécimo de su existencia y ha visto tantas cosas, maese Falstaff, no es algo que le alegre a uno el día.