Iñaki Ezkerra-El Correo
Fue la bella y delicada cara de susto de ‘El resplandor’, esa película en la que Kubrick supo conciliar el horror con la estética; Stephen King con Béla Bartók. Shelley Duvall supo mostrarnos en sus ojos grandes como platos todos los matices y registros emocionales del clásico proceso de la mujer vulnerable, sumisa y de tensión baja que va descubriendo que se ha casado con un maltratador. El verdadero maltratador en el plano real no fue su compañero de trabajo Jack Nicholson sino el mismo Stanley Kubrick, que la exprimió anímicamente para sacar de ella todos los gritos, espasmos y expresiones de pánico que la hicieran veraz ante el espectador. Su caso recuerda al de Maria Schneider, que logró en ‘El último tango en París’ el gran papel de su carrera cinematográfica, pero también el último gracias al trauma que le dejó el maltrato al que la sometió Bertolucci y que éste justificó con unas palabras que podría haber hecho suyas perfectamente el propio Kubrick: «No quería que Maria interpretara el miedo sino que lo sintiera».
Shelley Duvall no interpretó el miedo sino que lo sintió gracias a un director de cine contra el que nunca tuvo malas palabras, pero del que hoy sabemos que la aisló sádicamente durante aquella filmación llegando a pedirles a sus compañeros de reparto que se mostraran antipáticos con ella para, de ese modo, empeorar su estado de tensión emocional y conseguir mejores calidades en su actuación. Kubrick quería resaltar la relación de poder entre el marido violento y la esposa débil de carácter, entre el monstruo y su víctima, pero él mismo encarnó esa monstruosidad en nombre del arte. La historia del rodaje de esa película cobra, así, una inesperada vigencia a la luz de la actual lucha contra la llamada violencia de género. El caso de Kubrick sería muy ilustrativo de la hipocresía a la que asistimos en nuestros días y que protagonizan ciertos elementos de nuestra clase política. Estaríamos ante «el machista que denuncia el machismo ejerciéndolo en toda su plenitud».
Sí. La actriz de los ojazos de Bambi y las cejas desvaídas de la Gioconda se ha ido, pero aún nos mira porque el monstruo sigue detrás de la puerta dando hachazos y gritando que es su salvador.