Antonio Casado-El Confidencial
- Se habla de ‘cortafuegos’ para que las llamas no lleguen a la Moncloa, pero nadie culpa a Paz Esteban de hacer mal su trabajo
Tengo escrito aquí mismo que la indignidad no puede-no debe ser nunca el precio del poder. Aun a riesgo de equivocarme respecto a las intenciones del presidente del Gobierno, al que mis fuentes se remiten en desalentadora neutralidad (se da por buena su decisión, sea la que sea), Sánchez puede haber decidido ya la destitución de la directora del CNI, Paz Esteban.
En su edición del domingo, el diario nacional mejor conectado al entorno de Sánchez (‘El País’) informaba sobre la caída de la jefa de los espías, en negociable formato cese o dimisión, como algo «inminente». Sin ocultar el oportunismo de la medida, cuyo propósito sería «recuperar la relación con ERC» para «acabar la legislatura sin sobresaltos».
O sea, que se presenta la caída de Esteban como chivo expiatorio que aplaque la ira de Pere Aragonès, que amenaza con abandonar el bloque de investidura sobre el que se asienta el poder de Sánchez. Pero se equivoca Sánchez si cree que ese sacrificio, y el de Margarita Robles en su caso, serviría para doblar el cabo de las tormentas que le zarandean por cuenta del expediente Pegasus. Los inconvenientes sepultarían las ventajas.
Se equivoca Sánchez si cree que el sacrificio de Esteban serviría para doblar el cabo de las tormentas por el expediente Pegasus
También se habla de ‘cortafuegos’ frente al riesgo de que las llamas lleguen al Palacio de la Moncloa. Nadie se molesta en explicar por qué, cuándo y cómo hizo mal su trabajo Paz Esteban. Pero esa es una molestia que ha de tomarse el presidente si al final decide prescindir de esta veterana funcionaria pública. O de la propia ministra de Defensa, también señalada por quienes bracean en la bruma de las ‘imputaciones sin pruebas’ en cuestión de espionajes, aunque Robles respalda la actuación del CNI respecto a las 18 intervenciones telefónicas judicializadas y reconocidas en la comisión parlamentaria de secretos oficiales reunida a puerta cerrada el jueves pasado.
La comparecencia de Paz Esteban en dicha comisión y la protagonizada el día anterior por la ministra en sesión plenaria se quedaron en un estéril choque argumental entre quienes sirven al Estado y quienes quieren reventarlo. A partir de ahí, se entiende todo. También la eventual caída de la directora del CNI, cuyo sentido de la responsabilidad y la naturaleza de su trabajo no le permiten defenderse de las temerarias acusaciones de grupos independentistas y la parte del Gobierno que representa Unidas Podemos.
Solo los dirigentes de esas fuerzas desafectas al sistema, que así podrían confirmar el arrepentimiento de España por haber espiado a Cataluña (¡manda huevos!), darían por buena la caída de la directora del CNI. Aparte de ellos, nadie entendería que fue por hacer mal su trabajo. Como nadie entenderá que Sánchez mantenga una posición pública que no sea la defensa firme, cerrada, incondicional, del trabajo de los servicios secretos en el marco del Estado de derecho, donde solo los tribunales deciden si se ha cometido o no una ilegalidad.
Los independentistas darían por buena la caída de Esteban. Podrían decir que así España reconoce haber espiado a Cataluña
Dicen en Moncloa que Sánchez desconocía que se estuviera espiando a ciertos dirigentes independentistas. Vale. Difícil de creer, aunque puede ser. Pero sí sabía y sabe en qué consiste el trabajo del CNI. Sabía y sabe lo que tiene que hacer «cuando alguien vulnera la Constitución, declara la independencia, organiza desórdenes públicos y tiene relaciones con un país que está invadiendo Ucrania» (ministra de Defensa, Margarita Robles, en sede parlamentaria).
Si Paz Esteban cae, o si también cae la ministra de Defensa, como exige Pere Aragonès, el presidente del Gobierno habrá elegido bando. Significará que Sánchez habría tomado partido entre una acreditada servidora del Estado (o dos) y unos declarados enemigos del orden constitucional.