Entrevista Gabriel Albiac- El Mundo

No existen, afirma categórico, ni el sentido ni la finalidad de la Historia y quien ha intentado inventarlos sólo ha conseguido crear destrucción y muerte. La política, dice que comprendió en el París de los 70 de la mano de Althusser, es el instrumento esencial del mal. Y desde entonces se ha dedicado a diseccionar el discurso del poder sin ceder un ápice del rigor analítico al que está obligado todo lector de Spinoza.

 

«El sentido, pues sería la clave: la fijación de finalidades que la nación materializa y en función de cuya preeminencia todo sacrificio es exigible». De esta forma precisa define Gabriel Albiac el nacionalismo en su Diccionario de adioses (Seix Barral, 2005). Y advierte sobre su naturaleza destructora: «La gran carnicería colectiva en que se mutó la antigua Yugoslavia no es más que un paradigma de laboratorio de lo que, en otros espacios geográficos, emerge bajo escenografías menos cruentas; por el momento. La certeza, elemental en sus convicciones, de políticos que enarbolan la identidad de sangre y lengua, como fe última e incuestionable teología, se ha convertido en la pesadilla inaugural del siglo». Religión laica, por tanto, que transforma variedades culturales (sangre, tierra y lengua) en identidades de guerra (todas lo son, dirá Albiac) que comparten «imprecisas fronteras con el fascismo».

Pregunta.– ¿Por qué, entonces, se resiste el Gobierno a frenar este delirio del independentismo catalán?

Respuesta.– Porque estamos ante un tipo de golpe de Estado con escasos precedentes, ante algo que quizá, aunque sea muy metafórico, se puede llamar un modelo virtual. Es la idea de que un golpe de Estado puede desarrollarse sin costes humanos, económicos e incluso de algún modo sin costes simbólicos. Como si el combate material que ha definido los golpes de Estado desde que Gabriel Naudé inventa el término en el siglo XVII, se hubiese desplazado al ámbito de la escenografía. Un golpe de Estado convertido en un paso de danza. La cosa llega a la caricatura durante el acto insurreccional del 1 de octubre: ¿Qué es lo que lleva a que 17.000 hombres, los Mozos de Escuadra, sin disparar un solo tiro puedan eludir la actuación de una Policía moderna? La idea de que la realidad ha desaparecido y que lo único que cuenta son las imágenes.

P.–¿Por eso no se mandó intervenir al Ejército?

R.– El Estado ha actuado en un anacronismo total. No se ha dado cuenta de que el golpe que se estaba forjando era de un nuevo tipo. Vale que don Mariano Rajoy y su gente no hayan leído nunca a Guy Debord, aunque podían haber consultado a algún especialista, pero tras lo de noviembre de 2014, el Gobierno debería haber aprendido la lección de que tenía, primero, que destruir el golpe en lo virtual, y segundo, saltar por encima de la barrera de lo virtual y ejecutar la imposición material. El Gobierno se ha quedado completamente perdido ante esa estrategia, ha ido jugando permanentemente a la contra y permanentemente mal, porque ya me dirás qué sentido tiene encargar al Ejército que va a ser el responsable de mantener el Estado resultante del golpe a que impida el golpe. Cuando los guardias civiles y policías nacionales fueron a deshacer el roto que habían hecho los mozos, su intervención se convierte en la escenografía de una violación. Y lo que es peor todavía, al ni siquiera llevarlo hasta el final, tienes la imagen del violador, pero encima es el otro el que consigue culminar el proceso.

P.–¿Es un Estado inepto o cobarde?

R.– Ante todo, ignorante. El modo en que han utilizado a los medios de comunicación, el modo en que han puesto la representación imaginaria de los ciudadanos en manos de una gente como la de La Sexta, por ejemplo, que no es más que la máquina de producir representación de toda la banda de los independentistas catalanes y de los grandes empresarios que se benefician de esa dinámica, ese modo estúpido representado arquetípicamente por la vicepresidenta del Gobierno, solamente se puede entender por una ignorancia inconcebible, que no me imagino en ningún otro político de ningún otro país europeo. Si perseveran en esa ignorancia, tienen la batalla perdida. Si no se enteran de una maldita vez de que la representación, en los inicios del siglo XXI, es la representación imaginaria, que todo sucede primero en la escena y luego produce realidad, al contrario de lo que pasaba en el siglo XIX, por supuesto, mientras no entiendan que eso ha mutado, su destino es ser machacados.

P.–¿Cómo interpreta la actitud de los empresarios?

R.– La tesis clave de todo el pensamiento de Carl Schmitt es que para formar la identidad de una nación, basta con inventarse a un enemigo. Da igual que exista o que no exista. Lo que el nacionalismo hace en el periodo de entreguerras, exactamente igual que ahora, es configurar un enemigo, y el enemigo es la España que, fórmula afortunadísima de uno de los grandes publicistas del independentismo, no hace otra cosa que robarnos, España es un inmenso parásito que vive a costa de lo que chupa a Cataluña. Los altos dirigentes de La Caixa saben que eso es falso porque ellos viven de la clientela española; los grandes empresarios comerciales lo saben también porque sus productos se venden principalmente en España. Todo el gran capital sabe que eso es una majadería y que si se aplicase sería para ellos la catástrofe completa, pero les interesa desarrollar una bolsa de rechazo contra España a la sombra de la cuál piensan poder obtener unas situaciones fiscales mucho más favorables de las que tienen. Sin embargo, en un momento determinado se encuentran con que eso ya no lo pueden controlar. Y es el momento en el que empieza a producirse la gran fuga de empresas, como se intentó producir en los años 30 en Alemania. Pero ya con el nazismo en el poder si te intentabas marchar te fusilaban. Afortunadamente no es el caso, por el momento, en Cataluña.

P.–¿Qué le parece la respuesta de Europa?

R.– Muy tibia. Pero eso sí que forma parte de las mitologías europeas. Europa es una entidad marcada por la voluntad de suicidio desde 1914, y después de la Segunda Guerra Mundial, es como si no quisiese ya seguir viviendo. Europa no ha tenido capacidad de autodefensa y tiene plena consciencia de que no ha hecho nada para sobrevivir, que se ha salvado por la cabezonería de un político conservador, Churchill, y por la intervención de eso que los europeos han odiado siempre por encima de todas las cosas: el malvado imperialismo yanqui. Durante la Guerra Fría, Europa fue el escaparate frente a la URSS y al bloque del Este, por lo tanto había que plantearla desde el punto de vista de la guerra propagandística, de la guerra simbólica. Finalizada ésta, Europa se encuentra con que no produce nada y que tiene unos niveles de vida disparatadamente elevados. Si se cree que puede seguir viviendo 10 veces mejor que el resto del planeta y 2.000 veces mejor que los que están del otro lado del Mediterráneo y que lo puede mantener sin un ejército, allá ella.

P.–¿En qué medida el populismo de Podemos es heredero de los gobiernos de Zapatero?

R.– Rodríguez Zapatero ha sido el mayor imbécil de la política española, utilizo el término imbécil en su sentido etimológico, débil. Es un viejo dilema que se estudia en teoría política: ¿Qué es peor a efectos de gobierno, un malo o un tonto? Éticamente tenderíamos a decir que un malo, pero desde el punto de vista de los efectos materiales de un país, no hay nada peor que la estupidez, y la estupidez de Zapatero fue el origen de todo lo que vino a continuación. Lo fascinante es que grupos como estos chicos de Podemos que se presentan a sí mismos como la forma hipermoderna de la vieja izquierda revolucionaria, busquen la identificación en Cristina Kirchner, por un lado, y por otro, en la prolongación del peronismo en Venezuela, es decir, en movimientos abierta, descarada, explícita, inocultablemente fascistas. Creo que es un grave error hablar de Podemos como una organización comunista. No, Podemos es una organización fascista clásica.

P.–¿Cómo se explica que surjan de la Universidad?

R.– El destino del 80% de los alumnos de la Facultad de Filosofía o de Políticas, que es donde surgen, es estar allí para acabar la carrera y seguir viviendo a costa de sus padres. Es una tragedia. Y esto crea un estado de desequilibrio mental extremo. Por tanto, la posibilidad de ofrecer a estos chavales una nueva sacralidad, un universo sacramental que los libere, es tentadora. Estos de Podemos utilizan la vieja jerga religiosa y evangélica (el asalto a los cielos, el hombre nuevo…), hablan como San Pablo, literalmente y cuando lo que tú tienes delante es gente muy desesperada, funciona. Igual que funcionó en los años 30. Toda la Universidad alemana fue nazi, desde los profesores más brillantes hasta los alumnos más preparados.

P.–¿La situación de la Universidad es por Bolonia?

R.– No. Bolonia certifica la muerte de una universidad que ya estaba muerta. La gran enseñanza media, que fue la gloria de Europa, ha desaparecido. Por múltiples motivos, que van desde la masificación de los centros hasta la pérdida de homogeneidad del alumnado. Así, todo el sistema escolar ha descendido un escalón, es como si se estuviera pasando directamente de la primaria a la Universidad. Por tanto, lo que debemos hacer es bajar un escalón la universidad y convertirla en la enseñanza media que ya no existe. Naturalmente los países más sensatos lo que hacen es, en paralelo, mantener el sistema de centros élite. El caso francés es el más descarado. Allí, el deterioro de las grandes universidades ha sido igual pero cuentan con esa alternativa que mantiene todavía al alto funcionariado del Estado.

P.–Su última novela está construida en torno al 11-M, ¿qué significó ese atentado?

R.– El 11-M cierra el ciclo que se inicia en 1975. Es decir, cierra el ciclo de la Transición y lo cierra con una derrota de tales dimensiones que ni siquiera se puede verbalizar. Y eso distingue esencialmente la peculiaridad española de la de cualquier otro país. El bárbaro de Iglesias, que se ha gloriado tanto de decir que él fue el que organizó los ataques contra las sedes del PP después de los atentados, lo ha dicho con más claridad que nadie: no, no, miren, en realidad tenemos que entender que nuestro enemigo es España, España es una cosa inventada por el franquismo, tras la victoria de Franco en la Guerra Civil, por lo tanto, España es algo que ya no puede ser utilizado para nada. Lo que en ese momento triunfa en las calles es la idea de que hemos sido masacrados porque somos una cosa odiosa llamada España y eso, exactamente eso, es lo que une a un Iglesias con las variedades más locas del independentismo. El triunfo más espantoso y más perenne del franquismo es que cada uno de nosotros tiene que hacer un esfuerzo para decir España sin temer estar diciendo franquismo. La canallada mayor de la dictadura fue aprovecharse del significante España. Y los de Podemos deberían estar libres de eso. Para mí y para los de mi edad, decir España implicaba pararte, meditar y decir con toda seriedad: digo España a pesar del franquismo. Estos no tendrían ni que hacer esa cautela. Digo España porque ya sólo un gilipollas puede pensar que España es el franquismo. Bueno, pues esos gilipollas son ellos.

P.–En Alá en París (Confluencias, 2016) advertía del peligro que para Europa representa el yihadismo, ¿qué consecuencias tendrá la caída de Raqqa?

R.– A medio plazo eso repercutirá en una pérdida de capacidad técnica y logística del Estado Islámico (IS). Ante su pérdida de influencia, es probable que la guerra de Siria se desplace hacia Libia, donde una parte del IS se va a instalar porque aquello es, en estos momentos, el caos. A corto plazo, sin embargo, los militantes islamistas que logren escapar y regresen a Europa, principalmente a Francia, serán incontrolables. Habrá muchos atentados en los próximos años y pagaremos un precio muy alto.

P.–Has pasado los últimos cinco años reactualizando a Pascal para una edición completa y bilingüe de los Pensamientos que saldrá en unos meses en Tecnos. ¿Qué tiene de actual Pascal y todo el siglo XVII?

R.– El descubrimiento del siglo XVII, de personajes tan ocultos como Spinoza, Pascal o los libertinos, viene para los de mi edad ligado a una experiencia política y a la necesidad de dar razón de esa experiencia política personal. Tras la monstruosidad completamente inaceptable que fue la URSS, Althusser propone una tesis básica que es la que todos nos lanzamos a desarrollar: esto ha sido el resultado de proyectar sobre Marx la concepción de la Historia hegeliana. Es decir, la idea de que la Historia avanza implacablemente por el sentido bueno, que hay un sentido de la historia y una finalidad de la historia. El retorno al XVII, sin embargo, nos permite decir algo esencial que Spinoza es el que lo formula de manera más clara: todos los autoengaños, todos los errores, todas las mentiras que se producen en las cabezas de los hombres lo hacen a partir de una sola mentira básica: la de que existe el sentido, la de que existe la finalidad, porque si existe el sentido y la finalidad, todo está justificado, tanto la matanza de seis millones de judíos como los veintitantos millones exterminados por Stalin. En cuanto a Pascal, sus manuscritos los publica Pierre Nicole, que es el autor de un libro extraordinario sobre el teatro, en el que analiza el espacio escénico como el espacio de la corrupción de las almas. La polémica con Racine es terrible, porque Nicole dice que un poeta teatral no es más que un envenenador de las almas, así que será mejor poeta teatral cuanto mejor las envenene. A ese envenenador de almas llamamos hoy político.