Ignacio Marco-Gardoqui-El Correo
Lunes, 20 de febrero 2023, 23:28
No estoy seguro de que la concesión de unos premios como los entregados ayer bajo el auspicio del periódico sea una medicina lo suficientemente poderosa para enfrentarse a la enfermedad que corroe el reconocimiento de la empresa en nuestra sociedad. La enfermedad atraviesa por uno de los episodios más virulentos de su larga historia. Ya no son solo, ni siquiera los principales, los sindicatos quienes atacan y desprecian, denigran y minusvaloran la labor social de empresas y empresarios.
Ahora es el propio presidente del Gobierno quien los cita por su nombre para ponerles de ejemplo de actuaciones negativas. Ahora es la vicepresidenta segunda quien trata, día sí y día también, de imponerles comportamientos, de dirigir sus cuentas de explotación, de fijar márgenes y precios, de imponer reglas y normas sin fin. Si no fuese por las esporádicas apariciones de la vicepresidenta primera que, un día juega a protectora y otro a represora, no habría nada que sumar a su balance reputacional.
¿Exagero? Es posible, pero ¿sabría usted decirme cuántos de los cientos de planes de ayuda puestos en marcha para paliar los efectos de la crisis que atravesamos han ido dirigidos a solucionar sus causas? ¿Cuántos tienen por objetivo el aumento de las exportaciones, la difusión del I+D+i, la mejora de su consideración social, el apoyo a la formación específica de emprender?
En cualquier caso, es obvio que estos premios sirven para mostrar actuaciones ejemplarizantes, y para resaltar actitudes positivas y trayectorias modélicas. Hubo premios para empresas consolidadas y para empresas recién nacidas, para grandes y pequeñas, para historias de éxito y para futuros de esplendor. Entre las grandes encontramos a Francisco Riberas, representante de una empresa familiar que cotiza en Bolsa, en donde busca la financiación que necesita su crecimiento. Es toda una referencia en la industria auxiliar del automóvil, un sector capital entre nosotros, que está sometido, como tantos otros, a transformaciones profundas que conllevan cambios de diseño en los sistemas de propulsión, modificaciones sustanciales en el uso de los automóviles y caídas coyunturales en la producción.
Amaia Gorostiza representa lo mejor de nuestra historia industrial y resume a la perfección la receta que en su día nos convirtió en una potencia fabril. En su exposición citó las palabras mágicas cuyo uso ha decaído, hasta casi desaparecer, pero que siguen siendo la espina vertebral de lo que necesitamos. Ahora que todo el mundo habla y exige sus derechos, sin reparar en sus obligaciones, Amaia Gorostiza nos habló de conceptos que hoy en día suenan casi a inauditos: Esfuerzo, discreción, humildad e integridad. Podía haber añadido el compromiso, el sacrificio y la constancia que tanto han practicado en su familia, pero ayer no hacía falta, pues todos los asistentes los conocían y la mayoría los practican.
Migue Ángel Carrera ejemplariza la visión de futuro, la apuesta de riesgo. Trabaja y hace realidad cosas que los demás solo vemos en sueños. Nos acerca a escenarios lejanos y nos introduce en futuros desconocidos. Ahora déle a todo eso forma de empresa, consiga pedidos, busque márgenes y mantenga rentabilidades y tendrá lo que él consigue.
De riesgo también está bien servido Juan Basterra, pionero en una industria alejada de nuestras ocupaciones tradicionales. Trabaja con probetas no con tochos de fundición, en un sector que exige también constancia y paciencia pues la extrema regulación a la que está sometida la biomedicina impone plazos de maduración que se miden en décadas. Se aleja de la tradición, pero nos acerca a un mundo nuevo, al de cosas como el tratamiento biológico de la colitis, el hígado graso o tipos de cáncer metastásico de colon, hígado y páncreas.
¿En manos de quién dejaría su futuro? ¿En el de estas personas, que se afanan en mejorarlo o en las de aquellos que solo piensan en torpedearlo?