IGNACIO CAMACHO-ABC

  • La disolución de la legislatura es ya la única manera de acabar con esta abracadabrante reyerta de vergüenza ajena

Un presidente que no vota una reforma legal que él mismo ha propuesto. Cinco ministros que se pronuncian contra su propio Gobierno tras llamar fascistas, cobardes, machistas y traidores al resto de sus miembros. Montero y Belarra abandonadas por sus compañeros en un banco azul vacío. Una vicepresidenta que se ausenta de una marcha convocada por su propio partido. Dos manifestaciones feministas enfrentadas con pancartas insultantes y gritos. Un proyecto de ley de paridad en el que no ha participado el Ministerio encargado de ese ámbito específico. Socialistas y podemitas, teóricos socios, esquivándose por los pasillos. Más de setecientos agresores sexuales rebajados de pena o directamente sueltos a consecuencia de un bodrio legislativo. Un grupo de diputados gubernamentales bajo sospecha de haber acompañado a un colega corrupto en un prostíbulo. Un final de legislatura agónico administrado (?) por un Gabinete escindido, demediado, cuyos bandos se tratan entre sí como enemigos.

Como la dignidad, el decoro, la coherencia o la autoestima son conceptos que ya no cuentan, esta gente debería poner fin a su lamentable andadura conjunta –ni siquiera se puede decir compartida– por mera conveniencia. Por fingir siquiera un gesto postrero de sinceridad o de nobleza. Por esconder la certeza de que se aferran en precario al poder sólo por apurar un poco más los sueldos y las prebendas. Por un atisbo de respeto a su propia apariencia, ya que no se lo han tenido nunca a las instituciones ni a los ciudadanos que representan. Para darse la oportunidad de evitar que la gente que sigue respaldándolos tenga que hacerlo tragándose a duras penas su decepción y su vergüenza. Para no acabar maltratándose los unos a los otros de mala manera, con el encono histórico que suele profesarse la izquierda. Para aliviar los problemas añadidos que crean con su estéril pulso de influencias. Para acortar el espectáculo de bochorno y torpeza que llevan tiempo escenificando ante la mirada de una nación perpleja.

No encontrarán mejor momento. El calendario como pretexto de una ruptura más o menos pactada y una convocatoria de elecciones generales junto a las de las autonomías y ayuntamientos. Unos discursos de despedida muy sentidos y llenos de loas a su mutuo esfuerzo, a su compromiso por el progreso y demás cumplidos en defensa de sus presuntos méritos. Ni siquiera haría falta que se explicasen mucho; todos sabemos lo que pasa porque lo hemos visto -y sufrido- en directo. Es fácil, se puede incluso se puede ensayar ante un espejo: señoras y señores, el acuerdo no da más de sí, hasta aquí hemos llegado y ahora devolvemos la palabra al pueblo. Nada deberían temer si confían en sus sondeos y si tan seguros se sienten de haber hecho lo correcto. Ellos sabrán si les merece la pena el riesgo de que cada vez más españoles se pregunten si esto se parece a un Gobierno.