Sería lógico que el paso a la oposición tras 29 años gobernando suscitara en el PNV un debate sobre el camino a seguir: insistir en el frente nacionalista (con Egibar al frente) o intentar reconstruir un consenso amplio en torno, por ejemplo, a una reforma del Estatuto de Gernika, como las que han hecho ya otras seis autonomías.
a href=»https://www.paralalibertad.org/modules.php?op=modload&name=News&file=article&sid=26158″ target=»_blank» title=»Noticia de referencia»>El atentado que el pasado lunes destrozó la sede de los socialistas en Lazkao (Guipúzcoa) subraya la inconsistencia de quienes condenan la ingerencia de ETA en la campaña y a la vez lamentan que su brazo político no pueda estar presente en ella. Esa inconsistencia se agrava cuando se afirma, como no deja de hacer Ibarretxe, que la anulación de las listas de la izquierda abertzale responde a un cálculo político de socialistas y populares para alcanzar una mayoría alternativa a la suya. Si se repitieran los resultados de 2005, los 9 escaños del PCTV se distribuirían de la siguiente manera: 5 al PNV, 3 al PSE, 1 al PP; eso, sin contar con que, como indica una encuesta de la Diputación de Guipúzcoa, la inmensa mayoría de los electores potenciales de las candidaturas anuladas que han decidido votar a otras listas lo harán a las fuerzas nacionalistas, PNV incluido, como ya hicieron en 2001. Votos que pueden ser decisivos para decantar al ganador.
Lo que se juega en las elecciones vascas del domingo es la continuidad o no de la política de unidad nacionalista desplegada por Ibarretxe durante diez años como prolongación del Pacto de Lizarra y con el señuelo de la paz. Ese frente se ha sostenido en torno a la apuesta soberanista de EA y el sector del PNV identificado con Egibar.
Es una apuesta que ha fracasado. No ha logrado convencer a ETA; y tampoco ganar para la causa independentista a sectores que no estaban convencidos de antemano. La distancia media entre el conjunto del nacionalismo y la suma de los partidos que no lo son fue hasta la llegada de Ibarretxe, en 1998, de 25 escaños. Desde entonces, la media ha bajado a 10 escaños. Y en porcentaje, la relación viene a ser, si incluimos las legislativas,de un 55% frente a un 45%. Pasar del autonomismo al independentismo requeriría un consenso mayor; similar al que tuvo en su día el Estatuto de Gernika.
Se decide entre seguir en lo mismo otros cuatro años, o cambiar de vía (y de lehendakari). El actual habrá ganado si suma con sus aliados la mitad más uno de los escaños. Pero tras el distanciamiento de EA, partidario ahora de forjar un frente puramente independentista que incluya a los restos de Batasuna, y la integración probable de Aralar, la repetición del tripartito sólo sería posible sobre la base de un programa cuasi independentista.
El lehendakari ha intentado superar la contradicción entre lo que necesita para ganar y lo que necesitará para pactar con un mensaje que traduce el derecho a decidir como mera garantía de que «el centro de decisión (contra la crisis) estará aquí, y no en Madrid»; sobrentendiéndose: como ocurriría si gobierna Patxi López.
Esa expectativa de un nuevo tripartito con programa radical va en contra de los deseos de la actual dirección peneuvista de librarse de esos compañeros de ruta reclutados por Ibarretxe. Pero una victoria de éste supondría seguir esa vía, aplazar la clarificación interna y dejar abierto el conflicto latente. Pues, tras la publicación del libro de M. A. Iglesias, el lehendakari ya sabe lo que piensa Urkullu (en la intimidad) sobre su estrategia de acumulación de fuerzas nacionalistas y ruptura total de puentes con el resto de la sociedad.
¿Y si Ibarretxe pierde? Si no logra sumar con sus aliados la mayoría absoluta significará que la alcanzan los no nacionalistas. Y aunque un pacto de gobierno entre el PSE y el PP parece improbable, Basagoiti ha insinuado que estaría dispuesto a votar la investidura de Patxi López, sin pacto: para desalojar a Ibarretxe. El PP ya dio su voto en 2005 al candidato socialista, que habría superado a los conseguidos por Ibarretxe si éste no hubiera recibido los dos que le dio el PCTV en tercera votación (en la que basta la mayoría simple).
Un pacto PSE-PP encaja mal en el discurso de López a favor de salidas «transversales, no frentistas». Pero ayer mismo declaró en Radio Nacional que también consideraba imposible un pacto «con el PNV de Ibarretxe». Esto podría interpretarse como que no lo sería con un PNV más parecido al de Imaz, por ejemplo. Pero ese PNV autonomista sólo sería verosímil si pasa a la oposición, y para ello sería necesario que PSE y PP junten sus votos en la investidura.
En esa hipótesis, y tras diez años como lehendakari, lo más natural sería que Ibarretxe renunciase a seguir en la brecha, ahora como jefe de la oposición, y dejase paso a un nuevo futuro candidato. También sería lógico que el paso a la oposición tras 29 años gobernando suscitara en el PNV un debate sobre el camino a seguir: insistir en el frente nacionalista (con Egibar al frente) o intentar reconstruir un consenso amplio en torno, por ejemplo, a una reforma del Estatuto de Gernika, como las que han hecho ya otras seis autonomías.
En ese contexto, un pacto transversal PSE-PNV no sería tan utópico a medio plazo. El problema sería cómo convencer a Basagoiti de que, con esa perspectiva de futuro, apoye ahora a Patxi López para acabar con el periodo Ibarretxe. Sin embargo, un PNV de regreso al autonomismo también podría pactar con el PP vasco.
Patxo Unzueta, EL PAÍS, 26/2/2009